Pedro Solbes era comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios cuando el Ejecutivo presidido por Romano Prodi alumbró la moneda que sustituyó a la peseta en 2002. Casi dos décadas después hace balance y recuerda cómo vivió aquel momento crucial.

“Lo que me quitaba el sueño era estar seguro de que el 1 de enero los cajeros empezaban a suministrar euros. Las monedas nacionales iban a desaparecer progresivamente en seis meses. La gente tenía que adaptarse y podía pasarlo mal. Recuerdo que mi madre me regañaba y me preguntaba por qué hacíamos estas tonterías de meternos en el euro, que ella no era capaz de saber lo que valían las cosas y cuánto dinero tenía. Y yo lo entiendo”, comenta.

Pero al final, prosigue Solbes, la transición al euro se produjo de forma “suave y razonable” y el hecho de que ahora casi nadie se acuerde de la peseta se puede interpretar como prueba de una historia de éxito.

“Que sea una cosa del pasado es un éxito total, porque supuso la incorporación al esquema económico de la Unión Europea y eso ha sido enormemente beneficioso para el país”, añade. El exministro de Economía de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero cree, en definitiva, que el esfuerzo mereció la pena. “Una crisis como la actual [derivada del coronavirus] sin estar en el euro hubiera sido una catástrofe”, concluye.

Una cesión de poder positiva

Como hicieron los 18 países de la Unión Europea que en su momento adoptaron el euro, España cedió espacios de poder, pero el balance es claramente positivo, en opinión de la catedrática de Economía Aplicada y Cátedra Jean Monet Antonia Calvo.

“La moneda nacional siempre es un símbolo de soberanía. España ha perdido ingresos derivados de la emisión de billetes y monedas y está sometida a la supervisión presupuestaria de Bruselas pero, de alguna forma, es una ventaja. Si sopesamos ganancias y pérdidas, por supuesto hemos ganado”, afirma.

Y confiesa que, para alguien como ella que ha conocido “las pesetas, los reales y los céntimos” la evocación de la antigua moneda es tan solo sentimental. “Desde el punto de vista económico estoy más tranquila participando en el euro y en el proyecto europeo que si tuviese pesetas”, apunta.

El análisis de la socióloga Elisa Chuliá es que la sociedad española asumió la moneda única “como un avance que contribuyó a que nos sintiéramos más europeos” y por eso fue sorprendente la rapidez con la que, incluso la gente mayor, hizo el cambio.

En estos 18 años de convivencia con el euro, el país se ha transformado. España ha envejecido –la edad media ha pasado de los 40 a los 44 años– los inmigrantes representan un 15% de la población cuando eran el 6% en 2002 y el mercado de trabajo se ha feminizado, al pasar la tasa de actividad de las mujeres del 42% al 53%.

“El euro no ha traído un cambio social completamente nuevo, pero ha reforzado tendencias que se dibujaban a finales del siglo XX. Han sido 20 años complicados. La generación que nació con el euro ha vivido la gran recesión de 2008 y cuando iban a incorporarse al mercado laboral se topan con una crisis sanitaria…”, resume Chuliá.

Como curiosidad de la larga historia de la peseta, las monedas con la efigie de Franco dejaron de acuñarse en 1975 pero no se retiraron de la circulación hasta 1997. Algo sorprendente a la luz de la actual Ley de Memoria Histórica y que el historiador Miguel Martorell se explica por una especie de “pacto del olvido” vigente aquellos años “para mirar más al futuro que al pasado”.

“Ese pacto instalado en la sociedad se ve en la moneda. No hay peticiones expresas para que las pesetas de Franco se retiren del mercado. Se hace por una cuestión económica, porque están hechas con materiales más caros que su valor, y porque se han quedado desfasadas, no por un clamor popular de ‘saquen a Franco de mis bolsillos’. La sociedad empezó a tomar conciencia de lo que había sido la dictadura mucho tiempo después”, señala el historiador Martorell.