Nicolasa y la camella

Francisco J. Rodríguez concibió este relato como material curricular para el trabajo de alumnos de Primaria basándose en la historia real de su abuela Nicolasa González Hernández (1926-2017), de Tejina, Tenerife, cuya familia, como tantas otras del pueblo, poseía una camella que utilizaba para las labores agrícolas y domésticas

Mujeres canarias de tres generaciones junto a su camello.

Mujeres canarias de tres generaciones junto a su camello. / FEDAC

Francisco J. Rodríguez

Cuenta la historia de Tejina, pueblo de la isla de Tenerife, que existió una mujer llamada Nicolasa de armas tomar, una mujer valiente, honrada, salerosa, ágil, fuerte, generosa y, sobre todo, aventurera. Antes de convertirse en mujer, siendo todavía una niña, vivía con su madre, su hermano Jonás y su camella Ambrosia.

Eran tiempos difíciles para las familias del pueblo, puesto que se vivía de la agricultura y del ganado y no todos los hogares tenían las mismas oportunidades para poseer tierras o animales. Además, a veces venían temporales que destrozaban los campos y las familias tenían que ayudarse unas a otras para salir adelante.

Juana, la madre de Nicolasa, era una de esas madres coraje que enseñan a los suyos a crecer con valores como el respeto, la igualdad y la generosidad, y a compartirlos cada día con su familia y con el pueblo. Así aprendió la niña Nicolasa a forjarse como persona, valorando y respetando su entorno y a sus vecinos.

Un día de verano, aprovechando que la jornada era larga, Juana le dijo a Nicolasa que debía cruzar media isla atravesando el monte con su camella Ambrosia para intercambiar papas por gofio y así poder alimentar a las familias del pueblo. Nicolasa cargó a Ambrosia con las papas de la cosecha y salió de Tejina para cumplir su recado.

Juana, la madre de Nicolasa, era una de esas madres coraje que enseñan a los suyos a crecer con valores como el respeto, la igualdad y la generosidad

Juana, la madre de Nicolasa, era una de esas madres coraje que enseñan a los suyos a crecer con valores como el respeto, la igualdad y la generosidad

La niña cantaba canciones típicas canarias por el camino, le cantaba a su camella, al paisaje y a sus gentes y se le pasó el tiempo volando.

Una vez que llegó al monte, Nicolasa encontró una tarjea con agua y ella y Ambrosia bebieron y tomaron un descanso a la sombra de los pinos; era mediodía y tenían que llegar a tiempo al molino de gofio para intercambiar las papas de la cosecha, tal y como su madre le había encargado.

Una vez descansaron, Nicolasa y Ambrosia bajaron el monte hasta el molino, donde se encontraron con el molinero que les entregó el gofio a cambio de las papas y, además, puso a Nicolasa en un aprieto ya que le propuso a la niña que le dejara a la camella a cambio de gofio durante dos años. El molinero necesitaba un medio de transporte para vender su gofio, pero Nicolasa, a pesar de su corta edad, sabía que su familia y el pueblo necesitaban alimentarse. Era una decisión difícil y no tenía a su madre para consultársela, pero se dio cuenta de que sí disponía de una cosa: las palabras de Juana que le enseñaba valores cada día. Entonces miró a Ambrosia a los ojos y, atendiendo a los principios que su madre le enseñó, le dijo al molinero que lo sentía mucho, pero que Ambrosia era un miembro más de su familia y que no podía intercambiarla por nada, ya que el valor de Ambrosia era su compañía y su respeto como animal. El molinero entendió que Nicolasa era una niña de palabra y le dio las gracias por dejarle a él mismo una enseñanza: el cuidado de los animales como un miembro más de la familia.

Aquel día, Nicolasa aprendió que, cuando estuviera sola, podía tomar una decisión a partir de los consejos de su madre y que, a pesar de ser una niña, podía transmitir esos valores a otras personas aunque fueran adultas.

Era una decisión difícil y no tenía a su madre para consultársela, pero se dio cuenta de que sí disponía de una cosa: las palabras de Juana que le enseñaba valores cada día.

Orgullosa de sí misma y de su familia, emprendió el regreso a Tejina donde compartió el gofio con el pueblo y le contó a su madre Juana lo sucedido en el molino. Su madre, sonriente, la abrazó y le dio las gracias por haber hecho caso a sus enseñanzas.

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