Sapere aude! Atrévete a saber

Tan riguroso en su pensamiento como rigorista en su vida diaria, Kant supo mostrarnos con toda crudeza el drama interno que vive la razón humana

Sapere aude! Atrévete a saber

Sapere aude! Atrévete a saber / El Día

Juan Gómez Bonillo

Se cumplen ahora 300 años del nacimiento de Immanuel Kant. Y es de estricta justicia no olvidarlo porque no creo que haya muchas otras personas con más méritos para reclamar nuestro recuerdo. Si es cierto, como quería Hegel, que el Espíritu se despliega en la historia, en Kant hubiera encontrado su mejor acomodo. Y no es una mera opinión gremial de profesionales de la filosofía. Seguidores y detractores dan cumplida cuenta de su posición relevante en la historia del pensamiento.

Kant nos animó a pensar por nuestra cuenta. Desde su opúsculo Qué es la ilustración lanza la vieja máxima de Horacio Sapere aude!, es decir, atrévete a saber, a pensar por ti mismo. Hemos de salir de esa minoría de edad en la que estamos sumidos por no ser capaces de servirnos de nuestro propio pensamiento. Esa ignorancia nos hace dependientes de quienes dirigen nuestros pensamientos y deciden sobre nuestra vida. Lo grave del asunto es que el culpable de esta situación es el propio hombre, quien, no por ninguna carencia mental, sino por «pereza o cobardía» no toma la decisión de servirse de su propio entendimiento, quedando así sometido a un tutelaje siempre próximo a la manipulación.

Exploró todas las áreas del saber: filosofía, ciencias, ética, derecho, estética, teoría política, etc. A pocos les cuadra como a él la frase de Terencio, nada humano le fue ajeno. En el inicio de su aventura intelectual declara expresamente este propósito. Dice intentar responder a las preguntas qué puedo saber, que debo hacer y qué me cabe esperar. Todas ellas, añade, confluyen en la fundamental, qué es el hombre.

Veamos a continuación, siquiera sea a vuelapluma, la contestación a estas preguntas formuladas por nuestro sabio, tan riguroso en su pensamiento como rigorista en su vida diaria.

Kant supo mostrarnos con toda crudeza el drama interno que vive la razón humana. Con sus propias palabras: Tiene la razón humana el singular destino… de hallarse acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza de la razón, pero a las que tampoco puede responder por sobrepasar todas sus facultades. Y es que hemos de reconocer humildemente la radical limitación de nuestro conocimiento. La tradición clásica, llevada de un optimismo inicial, pretendía que nuestra razón era capaz de penetrar en lo más profundo de las cosas. Nada más lejos de la realidad, observa Kant. De las cosas sólo conocemos las huellas que ellas dejan en nuestros sentidos. Creemos que esas huellas proceden de algo, pero no podemos saber qué es ese algo. Nunca alcanzamos la esencia profunda de las cosas. Mi razón no puede aventurarse más allá del ámbito sensorial, de lo que se me ofrece a los sentidos. Claro que la razón se ve obligada plantearse otros temas transcendentes, fuera del mundo de la experiencia sensorial, pero no está capacitada para hallarles una solución.

La segunda pregunta le obliga a Kant a plantearse el fundamento de la moralidad. ¿Qué he de hacer para ser una persona decente? La respuesta parece evidente: haz el bien. Sí, pero ¿qué bien? ¿el del cristianismo plasmado en los mandamientos?, ¿el de los aztecas de Hernán Cortés?, ¿el de la época clásica? Con esa respuesta, el puzle de los sistemas morales sería infinito. Cada grupo social tendría sus propios valores, y así tendríamos que renunciar a un código moral con valor universal. Kant, que no quiere renunciar a la universalidad del valor moral, establece una nueva base de la moralidad. Una acción no puede ser calificada de buena por lo que se hace, sino por la intención o voluntad con que se hace. Toda acción que no esté dirigida por la buena voluntad, por mucho bien que contemple, siempre será una acción reprochable desde el punto de vista moral. Lo único que nos hace buenos es la buena voluntad, esa constante disposición a hacer el bien, cuya universalidad queda fijada para nuestro autor en máximas como esta: actúa de tal manera que la norma que rige tu voluntad pueda ser considerada norma universal de conducta. Es decir, que lo que nosotros hacemos pueda ser hecho por todos los demás.

Este hecho de la obligación moral, que Kant juzga un hecho tan cierto y evidente como el de la misma ciencia físicomatemática, le permite encontrar un camino para adentrarse en aquellos temas transcendentes que acucian a la razón humana y a los que el mundo físico da la espalda. Por ejemplo, en el mundo físico no aparece la libertad por ninguna parte porque ahí reina el más firme determinismo. Sin embargo, el mundo moral sería imposible sin el postulado de la libertad.

Y, finalmente, ¿qué le cabe esperar al hombre? ¿Cómo ve la razón a priori el futuro del hombre? Como buen ilustrado, Kant interpreta este futuro en términos de afianzamiento progresivo de la libertad en dos niveles. En el nivel de la historia apuntando a una sociedad regulada únicamente por el derecho. En el nivel moral la esperanza sería lograr completa adecuación de la voluntad a la ley mora, o sea, la santidad. Pero ésa es tarea inalcanzable para el hombre en su existencia, es una tarea infinita. Habrá, pues que postular para el hombre una vida inmortal.

No quiero acabar sin señalar, de una parte, que las profundas reflexiones filosóficas no le impidieron a Kant abordar temas más cercanos como la propuesta política que hace en su obra “Hacia la paz perpetua” con el fin de lograr una paz duradera, y, de otra, su honradez intelectual al reconocer que todas las vías son practicables para buscar la verdad, como cuando en un determinado momento afirma tuvo que eliminar el conocimiento para dar paso a la fe.

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