“Fui la primera mujer en irme a examinar para obtener el carné de taxista en Las Palmas de Gran Canaria”, recuerda a sus 74 años Esperanza Trujillo, una de las pioneras del taxi. “A mí no me gustaba demasiado pero mi marido era taxista y pensé “si se muere qué hacemos con el coche”, recuerda medio en broma medio en serio [ella acabó conduciendo el taxi en el turno de tarde y su marido en el de la mañana] esta valiente señora que reconoce sentir una debilidad por los camiones: “Subida en la cabina tienes una panorámica estupenda de todo”.

“Mejor se fuera a limpiar”, dice que le han gritado en la carretera algunos conductores. “Y otros se han sentado delante y me han empezado a preguntar si soy separada, si tengo pareja o estoy viuda”, lamenta sobre ese feo “y equivocado” comportamiento, aunque ella no tiene tampoco pelos en la lengua para cantarle las cuarenta a quien tenía un comportamiento equivocado en el taxi. “Los japoneses de los años 80 llegaban al taxi, se sentaban a mi lado y se quitaban los zapatos para poner los pies sobre el salpicadero”, cuenta esta mujer que, sin saber japonés, lograba que aquellos pasajeros se comportaran como debían “y se pusieran otra vez los zapatos”.

Tampoco todo ha sido un camino de flores entre sus compañeros a lo largo de tantos años de profesión: “alguna cachetada me he llevado”.

Volviendo a su examen para el carné de taxista, recuerda que “había que saber de mecánica; ahora creo que ya no es así”.

Confiesa que “siempre” tuvo ganas de estudiar “porque antes no se estudiaba como ahora, y menos las chicas”, un sector al que recomienda “formarse y tener un trabajo porque eso te dará la libertad”. Ella, además de ganas, tuvo en su marido un cómplice: “Me animó a hacer todo lo que deseaba”.