Fran Sol trata de zafarse de un contrario durante el partido de ayer.

Tanto esperar para esto, un partido cerrado y áspero. Sin fútbol. Por tener no tuvo ni polémica. Y ya partía la cosa con demasiadas deudas sin el ambiente previo y las gradas vacías. Empezó a toda prisa. Cada uno con su plan, distintos como la identidad, las islas o los colores.

Ramis quiso ser tan Ramis como siempre. Apostó por lo que le ha funcionado: control, paciencia y consistencia. La que le ofrecen jugadores menos atractivos con el balón como Zarfino, Nono o Ramón Folch. Este le respondió con el centro del gol, que consumó Vada. Su primer tanto del curso vino a producirse en el clásico. Lástima que no le diera para ganar. Control y balón a dormir al fondo de la red. Todo con sus características, interior de la pierna derecha, cabeza arriba y gol. La celebración del técnico local, por todo alto.

Mel, en cambio, quiso ser más Mel que nunca. Róber para dejar claro, en la pizarra, quién quería ir a por la victoria. En la entrevista previa en #Vamos ya presumía de canariedad. “Tenemos quince en plantilla y cinco o seis en el once”, decía como despreocupado. Pero desde que echó a rodar el balón esos argumentos sirvieron de poco. Se le vio intenso al madrileño desde el arranque, descontento por lo que veía sobre el césped. Y hasta deseoso de participar. Llegó a devolver de espuela un balón al campo, con tan mala suerte que golpeó a Vada. Se disculpó sobre la marcha, eso sí.

Y cuando parecía que llegaba el descanso sin sobresaltos, el 1-1. Le faltó al Tenerife descolgar a un hombre para los rechaces. Lo pagó caro, con el empate. Le dieron los locales hasta dos oportunidades a Sergio Ruiz que, a la segunda, no perdonó. No es canario, pero a Mel le valió igual. Y el empate fue como si apagaran a los blanquiazules, que no reaccionaron ni siquiera tras el descanso.

Lo vio tan mal Ramis que adelantó los cambios. Primero con Apeh y Shashoua por Zarfino y Vada. Luego buscando empuje y motivación con Suso. Ni con el capitán en el campo logró darle la vuelta al partido el Tenerife. El balón siguió siendo amarillo (literal y por descripción del juego), aunque su dominio casi nunca se tradujo en ocasiones. Eran llegadas, a medida que llenaba sus filas de jugadores más ofensivos el equipo local. Con metros parecía que Las Palmas podía generar, pero solo parecía. Tuvo una. Muy clara, eso sí. Rafa Mujica tendrá pesadillas con ese remate en el área pequeña que envió por encima del larguero en el 85.

Con problemas físicos, por un esfuerzo defensivo al que no está acostumbrada, la UD se fue hundiendo en el campo. Permitiendo que el Tenerife saliera. Sin claridad y con reservas. Porque le había visto las orejas al lobo. Como una metáfora de su juego, la única ocasión blanquiazul llegó en una acción embarullada. Shashoua y Shaq se colaron hasta la cocina, pero no apareció rematador pese a la cantidad de piernas blanquiazules en el área.

Ahí murió el clásico del fútbol canario. Con más pena que gloria para ambos, que se quedan con las ganas de mirar con esperanzas reales de alcanzar la sexta plaza a una clasificación que enseña virtudes y carencias. Sobre todo carencias. Las de dos equipos que pusieron más empeño, porque los dos quisieron, que acierto. Al menos el Tenerife podrá decir que sigue sin perder un derbi en casa. Y la próxima vez serán ya 20 años.