Un accidente, una mano de Luis Pérez dentro del área, de esas con la que el VAR se relame para influir e invitar al árbitro a pitar penalti, decantó un duelo tan soporífero como igualado en el que acabó ganando el que más quiso, que no el que más pudo. Porque eso fue el Real Oviedo, un quiero y no puedo hasta que apareció la mano milagrosa. El Tenerife, por contra, fue un puedo y no quiero. Siempre le valió el empate, desde el minuto uno. El mensaje lanzado por Rubén Baraja con los cambios avaló esa sensación en unos jugadores que ya miraban el reloj cuando se produjo la acción desgraciada. Y pueden los blanquiazules quejarse por la exageración que sufren todos con estas manos, pero sobre todo porque en la acción había fuera de juego de Ibra.

Vayamos al inicio. No se complicó el técnico tinerfeñista, que respondió a lo esperado con la entrada de Javi Muñoz en lugar de Joselu. Penalizado por la llamada cláusula del miedo, el delantero se quedó en la Isla y le dio la oportunidad a otro exovetense de estrenarse como titular.

Llegaba el Real Oviedo necesitado y eso tenía que notarse desde el arranque. Las opciones insulares pasaban por igualar esa intensidad, esas ganas de llevarse los tres puntos en juego. Ortuño avisó a balón parado (8') y respondió al minuto el Tenerife con una doble ocasión en la que le faltó acierto a Shaq Moore. Fueron acciones aisladas, oasis en un desierto.

Quería, por tanto, el equipo de Baraja que pasaran pocas cosas. Y lo consiguió. Fue la primera parte uno de esos partidos que compiten con alguna película de sobremesa como somnífero. Perfecta para que el carnavalero resacado recuperara fuerzas y algo de sueño. El brío anunciado de los locales duró poco. Justo el tiempo que tardaron los visitantes en tener dos posesiones largas. Pero a estos siempre les faltó agresividad. Tejera lo intentó a balón parado (35') antes de que el encuentro se encaminara el descanso sin remedio y como oportunidad para que los entrenadores cambiaran el desolador panorama.

Pero hasta los cambios pasó poco, casi nada. Luismi, a balón parado, asustó a Ortolá con un cabezazo al saque de falta de Saúl Berjón (58'). Ziganda movió ficha. Primero dio entrada a Borja Sánchez para agitar entre líneas y luego a Ibra, como recambio de Ortuño. La presencia del senegalés ya incomodó más a los centrales visitantes. De hecho, la tuvo en un balón suelto en el que no le dio ni la fuerza ni la dirección adecuada a su remate ante Ortolá (66').

Respondió Baraja con Álex Bermejo y Lasure. Javi Muñoz y Nahuel, desaparecidos en combate, fueron los relevados. Para entonces, dos laterales ocupaban ya los extremos. Y sin embargo, el exzaragocista iba a disponer de la mejor ocasión tinerfeña en la segunda parte, un fuerte disparo al que respondió bien Lunin (74'). Miérez relevó a un cansado Dani Gómez confirmando que el técnico visitante no iba a asumir riesgos en la defensa de ese punto que tenía.

Pero esa recta final era casi un suicidio. El Tenerife se exponía a un accidente y lo sufrió. Cuando ya la desesperanza había inundado la grada del Nuevo Carlos Tartiere, con la afición local increpando a algunos de los suyos, llegó el penalti. Hubo suspense, quizás demasiado. Ibra estaba en fuera de juego y eso señaló, a instancias de su asistente, Moreno Aragón. Al ser insistido desde la sala VOR, acudió a consultar la jugada y vio punible la mano. De esas que se pitan ahora. Una más para el cuadro blanquiazul, castigado ante el Extremadura (dos veces), el Málaga o el Oviedo ahora.

Rodri asumió la responsabilidad, eligió la izquierda de Ortolá y la puso arriba, lejos del alcance del único hombre que podía impedir entonces la derrota birria. El resto resultó irrelevante, excepto una evitable tarjeta amarilla a Luis Milla que le impedirá jugar contra la Ponferradina el próximo domingo en el Heliodoro. El Tenerife, vencido, fue un ejemplo de impotencia en los siete minutos de alargue. Tenía tiempo, pero no los hombres y el ánimo para asumir el control del choque y llevarlo a las proximidades del área local en busca de un accidente que afectara en la otra orilla. Y si ni siquiera lo intentas...