Entrevista | Juan Diego Amador Primer canario en ascender al Everest

El día que un tinerfeño tocó el techo del mundo: se cumplen 20 años del ascenso de Juan Diego Amador al Everest

A las 2:15 de la madrugada, un teléfono sonó en La Laguna que confirmaba la proeza

Juan Diego Amador en la cima del Everest

Juan Diego Amador en la cima del Everest / E.D.

Lunes, 17 de mayo de 2004. Son las 2:15 de la madrugada cuando suena el teléfono en una casa de La Laguna. Las llamadas a esa hora son síntoma de fatalidad, pero no esta vez. Lola y Ventura, que es quien contesta, están avisados, no se sobresaltan. Saben que su hijo Juan Diego está al otro lado. Del teléfono y del planeta. En lo más alto del monte Everest, en la cordillera del Himalaya. Juan acaba de convertirse en el primer canario en tocar el techo del mundo (8.748 metros). Emocionado por las circunstancias y afectado por el cansancio y la falta de oxígeno, el aventurero apenas alcanza a recordarles lo importantes que son para él y agradecerles haberle apoyado siempre. Todos lloran. Hoy, 20 años después, Amador recuerda con orgullo ese maravilloso momento. Asegura que lo hace con total nitidez. Algo así no se olvida jamás. Ningún canario lo había logrado y ninguno lo ha vuelto a hacer.

Cuesta elegir una manera de definirlo. ¿Usted es capaz de hacerlo?

Soy un poco de todo. Depende. Soy licenciado en Geografía y no es por casualidad. Desde pequeño me gustaba la literatura de montaña, los viajes, los míticos personajes aventureros... y una cosa te va llevando a la otra. En la montaña fui desarrollando capacidades hasta que un día me planteé ir al Himalaya. Pero depende, a veces me motiva más el deporte y otras conocer nuevos lugares.

Hace ya 20 años de su ascenso al Everest. ¿Se olvida uno de ciertos detalles con el tiempo?

Para nada, lo recuerdo perfectamente. Quizá de los 53 días que estuve en el campamento base para poder aclimatarme y elegir el momento correcto para coronar sí que se me escapa algún detalle, pero los momentos más emotivos, como el ascenso o las últimas 48 horas, esos momentos son como un tesoro para mí. Sobre todo, el momento de llegada a la cumbre, que es muy épico.

¿Fue un desafío tan duro como parece?

El Everest, como tal, no es una montaña compleja en cuanto a la técnica que necesitas para poder subir. Por ejemplo, hay muy pocos momentos en los que necesites utilizar las cuatro extremidades para poder avanzar. No es de las montañas más difíciles de las que he estado, pero sí la más alta. Eso supone que hay una falta de oxígeno importante y hay que estar muy bien preparado. En mi caso, además, ya había completado antes varios ocho miles y estaba listo. A mí me pareció más sencilla de lo que imponía. Claro, es la más popular y la más alta y eso te da un prestigio y un reconocimiento muy grande.

Con los años el Himalaya se ha convertido en un lugar muy concurrido. Seguramente demasiado. ¿Qué está sucediendo?

Es una combinación de diferentes factores. Hemos incentivado mucho la práctica deportiva al aire libre y los hábitos saludables y se está notando. Aquí, en Tenerife, lo noto. Hay una asistencia masiva a los espacios naturales. Yo viajo mucho y es algo que pasa a nivel global. Ojo, yo tengo muy claro que eso es bueno, que la gente haga deporte en lugar de quedarse en casa en el sofá. Lo que sucede es que hay un problema. ¿Dónde ponemos el límite? ¿Todo el mundo pude subir a cualquier lugar, o ir a cualquier sitio, en cualquier momento y a cualquier precio? Yo estoy convencido de que no. Primero, porque hay lugares que son sagrados y debe haber un control en el acceso, como es el caso del Everest y segundo, porque estamos banalizando algunos deportes. Ahora mismo puede haber unas 1.500 personas preparadas para coronar el Everest. El riesgo que asumen esas personas, el mérito que tienen, es mínimo. Todo está comercializado. Hay sherpas que hacen todo el trabajo, te ponen calefacción y hasta césped artificial por fuera de la tienda. A estas montañas se les ha faltado el respeto y se ha perdido el romanticismo del alpinismo clásico. A esos lugares no puede ir cualquiera.

Volviendo a su ascenso, ¿qué hace uno cuando llega a la cima del mundo?

Un poco de todo. A los últimos metros llegas asfixiado y hay un montón de emociones y de sentimientos que rondan en tu cabeza. Vas con miedo porque sabes que la cumbre es la mitad del camino, hay que volver al campamento, es la primera vez que estás a esa altura y no sabes si tu cuerpo lo va a soportar y, al mismo tiempo, sientes una tremenda emoción y quieres contarle al mundo, sobre todo a tus seres queridos, que estás ahí arriba. Yo cogí el teléfono satelital y llamé a mis padres. Ellos fueron las dos personas en enterarse de que estábamos haciendo historia para Canarias. Eran las dos y cuarto de la mañana. Ellos sabían que llevaba 48 en el ascenso y estaban muy pendientes. Mis primeras palabras fueron para decirles a ellos que les agradecía muchísimo el apoyo que me habían brindado durante muchísimos años. Las palabras fueron pocas y entrecortadas porque estaba muy emocionado.

¿Cuánto duró el viaje completo?

Estuve fuera de casa dos meses y medio. En el campamento base pasé 53 días y otros dos ascendiendo. Siempre por encima de los 5.300 metros. Hay días en los que te desesperas mucho porque, dependiendo de las condiciones meteorológicas no puedes ni moverte para salir de la tienda de campaña. Yo llevé mucha literatura, un pequeño ordenador portátil para ver alguna película y comunicarme con mi gente. Además, aprovechas para relacionarte con otros alpinistas que están en la misma situación que tú. Hay que distraerse porque se pasa mucho estrés. La tensión es grande y deber crear un ambiente lo más agradable posible.

Y después de algo así, ¿no se quedó con la sensación de que ya no iba a encontrar un reto tan bonito como ese?

Este sentimiento te llega cuando regresas a casa. Entonces sientes ese vacío y notas la incertidumbre de no saber qué hacer para volver a ocupar tus fuerzas. Yo decidí atender a mi espíritu como geógrafo más que como deportista y traté de viajar. Luego tomé el reto de subir al pico más alto de cada continente. Fui el segundo español en conseguirlo. Tardé dos años y medio. Teniendo un poco de creatividad, y mucha motivación, siempre puedes buscar algo que te ilusione.

En el Himalaya le fue muy bien, pero, en otra de sus aventuras, la situación fue crítica en una montaña que tiene menos de la mitad de altura. ¿No le parece irónico?

El Teide tiene algo más de 3.700 metros. Antes eran 18 y ahora dicen que 15. Yo me fui a la Patagonia de Chile a una montaña de 3.400, el Fritz Roy. Ahí temí por mi vida, sentí que no íbamos a poder salir de allí. Cuando las cosas se ponen feas en lugares tan recónditos... es muy complicado. Se dieron una serie de circunstancias nefastas. Yo era el más experimentado de un grupo de tres. No acertamos con el equipamiento, las tiendas se rompieron, la previsión del tiempo falló porque en esa época no era tan precisa como ahora... en resumen, todo lo que podía salir mal, salió mal. Ocurrió el desastre y nos quedamos aislados en uno de los peores lugares del planeta. Estuvimos 10 días totalmente incomunicados y aislados.

¿Cómo se reacciona en momentos así?

Uno de mis compañeros me pidió el teléfono para llamar a su familia y despedirse de ellos. Imagínate lo que fue aquello. ¿Qué hice? Saqué el valor de dónde no lo había y traté de convencerle de que íbamos a salir de allí. Le dije una mentira piadosa. La esperanza es el principio básico de la supervivencia. Tienes que decirle que has vivido cosas similares y que sabes gestionar momentos así. Que no se preocupe, que todo saldrá bien. A la vuelta hablé con él y le dije que estaba igual de jodido que él, pero alguien tenía que mantener el tipo. Son momentos en los que tienes que reflexionar y aprender.

¿Se planteó dejarlo tras esa mala experiencia?

Mira, hay evidencia científica que indica que hay algunos marcadores cromosómicos que nos vinculan con nuestros antepasados nómadas. Por eso algunas personas tienen esa necesidad de salir, de estar al aire libre, de no pararse. Quizá yo tengo un poco de eso en mi ADN.

Viajando tanto, ¿queda hueco para la familia?

No tengo descendencia. No la tengo porque soy una persona coherente. Vengo de una familia numerosa, somos seis hermanos, y yo tengo muy claro lo que implica la paternidad y las responsabilidades que conlleva. Mi compromiso con el deporte y las actividades que hago me impiden dedicar a un hijo el tiempo que necesita.

Usted ha elegido conocer el mundo. ¿Lleva la cuenta de cuántos países ha visitado?

He estado en más de 50 países y sigo sumando. Sudamérica, por ejemplo, la conozco entera. Si sacara la cuenta del tiempo que he pasado fuera de casa, me sorprendería. Ha habido años en los que he estado más tiempo fuera que en Tenerife. Últimamente viajo menos y, aun así, salgo dos o tres temporadas al año. Este verano, por ejemplo, saldré con un grupo al Kilimanjaro porque también soy guía. Luego iré a Uganda y, finalmente, dos meses a Nepal.

Imagino que todo eso cuesta mucho dinero.

Yo soy funcionario, soy profesor, tengo un buen salario y vivo en un piso normal corriente y conduzco un coche que tiene más de 20 años. He decidido apostar por esto porque es lo que me hace feliz. Llevo una vida normal, pero sin excesos, porque la mayor parte de mi dinero lo invierto en viajar. Nunca he sacado la cuenta porque me asustaría. En 25 años viajando se gasta mucho, tanto propio como ajeno. La gente solo ve lo bonito y es más complicado. Cuando subí al Everest, por ejemplo, ya había subido a cuatro ocho miles y había estado en el Himalaya varias veces y, sin embargo, no conseguía ayuda de patrocinios. Tenían miedo de que saliera mal. Pedí un préstamo personal de 20.000 euros para empezar a moverme y puse en juego mi patrimonio. Esas cosas también hay que contarlas. En total, entre los tres que subimos al Everest, gastamos unos 45.000 euros en toda la expedición. Eso fue en el 2004. Ahora habría que multiplicarlo por dos o tres.

Por cierto, tengo entendido que EL DÍA jugó un papel importante durante esa aventura.

Los medios se portaron muy bien conmigo. Fui premiado en varias ocasiones y me siento tremendamente reconocido y agradecido, especialmente con EL DÍA. Hicieron una cobertura total de mi ascenso al Everest y me ayudaron económicamente. Eso me abrió muchas puertas en mis siguientes desafíos.

Y ha habido más experiencias. Incluso la conquista de una montaña desconocida.

Sí, el Pico Islas Canarias. Fue un proyecto muy bonito. Quería subir a una montaña virgen y lo conseguí. Se trató de un colmillo blanco ubicado en el Himalaya indio. Tiene unos 6.025 metros de altura. Por cierto, me gesté 6.000 euros en permisos [se ríe]. En el alpinismo, quedará marcado para siempre como el Pico Islas Canarias.

¿Sería capaz de elegir un recuerdo, un lugar, como su favorito?

Elegir uno me cuesta. Estar en la cumbre más alta de la Antártida, por ejemplo, fue increíble. Tienes delante un océano helado. Aquello fue en 2007 y, curiosamente, a esa expedición fui con Jesús Calleja, que por entonces no era famoso. Bajar el Amazonas y conocerlo... eso fue maravilloso. Es un lugar por el que parece que no ha pasado el tiempo. Honestamente, he tenido la suerte de visitar lugares en los que he llorado de emoción.

Y por delante, seguro que le queda alguna cuenta pendiente.

Me encantaría llegar al Polo Sur. Hacerlo con plena autonomía. Son unos 1.500 kilómetros. Es uno de los sueños que tengo, a ver si le podemos dar forma en el futuro porque es complicado. Y muy caro. Ahora soy más selectivo porque tengo claro que tengo fecha de caducidad y siento que no puedo malgastar el tiempo. Pronto cumpliré 52 años, me cuido mucho y me veo bien, pero tengo claro que llegará el momento en el que me toque ir a menos y acabar parando. Cuando me toque coger una cámara y un bocadillo y salir a andar, lo disfrutaré al máximo.