Las dedicatorias preliminares

La edición reúne las letras de Torriani, Antonio de Viana, Gabriel Gómez de Palacio, Gonzalo Martín Flores y Benardino de Palenzuela, entre otros

Las dedicatorias preliminares

Las dedicatorias preliminares / El Día

Luis Regueira Benítez

La nueva edición filológica del Templo militante de Cairasco a cargo del profesor Antonio Henríquez (edición a todas luces definitiva y base de los próximos estudios especializados) ha coincidido con las celebraciones del Día del Libro. Al ser Cairasco la mejor contribución de Canarias al Siglo de Oro español, proponemos un acercamiento a algunos aspectos formales de los libros de su tiempo, que seguramente tienen que ver con el barniz ceremonioso que impregnaba entonces todos los aspectos de la vida. Nos referimos a los llamados «preliminares», indispensables elementos protocolarios que ocupaban las primeras páginas de cada volumen impreso. Algunos de estos elementos eran funcionales o administrativos, como el privilegio real o permiso de impresión, el pago de las tasas o las censuras civil y eclesiástica; pero otros elementos eran creaciones literarias con las que algunos personajes relevantes (escritores o no) agasajaban al autor o con las que el autor repartía los halagos debidos, a veces por amistad, a veces por admiración y a veces por conveniencia.

Salvo algunas dedicatorias en prosa (por ejemplo las ofrecidas al rey o «al lector», donde solían exponerse argumentos difíciles de desarrollar en verso), estos preliminares tenían casi siempre forma poética, y en el tiempo en el que vivió Cairasco la estructura estrella era el soneto, que es la forma estrófica más elegante (y seguramente la más difícil) de la lírica en lenguas romances.

La edición del Templo militante de Antonio Henríquez reúne todas las dedicatorias de las distintas ediciones estampadas en tiempos de Cairasco. Encontramos una en verso latino escrita por Agustín de Vergara Baraona, profesor de latinidad en la Universidad de Valladolid; una canción italiana (y en italiano) del ingeniero Leonardo Torriani; y otra canción italiana, aunque en español, del escribano y procurador en Cortes Bernardino de Palenzuela Ximénez. Todas las demás alabanzas a Cairasco que aparecen en los preliminares son sonetos, incluyendo dos del mismo Palenzuela; uno de Gonzalo Martín Flores; otro de Juan de Vinatea, racionero de la catedral canaria; uno más como dedicatoria del ilustre jurista palmero Gabriel Gómez de Palacios; otro del licenciado Pedro López Rabello; otro del sevillano Antonio de Saavedra y Guzmán; e incluso uno escrito por el médico tinerfeño Antonio de Viana, el autor del famoso y controvertido Poema que antaño llegó a usarse como fuente fiable de datos históricos.

Por su parte, Cairasco, en las diferentes partes del Templo militante y en las sucesivas ediciones, ofreció dedicatorias en prosa a Felipe III (primero como príncipe y luego como rey), a la reina Margarita y a los lectores de la obra; y finalmente compuso dos canciones italianas, una como dedicatoria reiterada al mismo rey y otra en alabanza del poderoso duque de Lerma, a quien seguramente le importó poco que se le dedicara tan importante obra, ocupado como estaba en enriquecerse a costa del reino. Un dato curioso es que estas dos últimas canciones están compuestas con rima esdrújula, una característica definitoria de la obra de Cairasco que en ocasiones, bajo la lupa purista de estudiosos decimonónicos, ha sido considerada una extravagancia, pero que no es más que una demostración de que el autor del Templo fue un verdadero vanguardista (perdónese el anacronismo) con influencia en otros grandes representantes de nuestra literatura como Góngora o Lope de Vega.

En este repaso de los preliminares del Templo militante no pueden faltar, como complemento, las ocasiones en que Cairasco colaboró en las dedicatorias de libros ajenos. Lo encontramos dedicando una canción al maestro de armas Luis Pacheco de Narváez en su influyente Libro de las grandezas de la espada (1600), pero, sobre todo, había aportado un soneto para El pastor de Iberia de Bernardo de la Vega (1591), un curioso ejemplo de novela pastoril donde el propio Cairasco, aquí transmutado en Ergasto, llega a ser uno de los personajes de la acción.