Observador atento e insaciable

En su recorrido como creador multifacético Dámaso ha consagrado un importante capítulo de su vida a explorar terrenos como la realización cinematográfica o el diseño de escenografías teatrales o musicales

‘La rama. Collage’ (1988), su tercer y último largometraje, y posiblemente uno de los testimonios más originales y reveladores que se ha realizado sobre el viejo ritual.

‘La rama. Collage’ (1988), su tercer y último largometraje, y posiblemente uno de los testimonios más originales y reveladores que se ha realizado sobre el viejo ritual.

Hoy, fecha en la que se cumple el nonagésimo aniversario de su nacimiento, procede, más que ningún otro día, inventariar la vida y la obra de Pepe Dámaso, un creador a contracorriente que, además de encarnar como pocos uno de los periodos más luminosos del arte contemporáneo en el ámbito comunitario, ha sido el artífice de una de las figuras más poliédricas, innovadoras y combativas que han ilustrado la historia de nuestro acervo cultural desde la lejana década de los años cincuenta del pasado siglo, cuando inicia, con fuerza, empeño y determinación, su provecta carrera como pintor en un contexto político y social poco proclive al reconocimiento de aventuras creativas tan complejas y heterodoxas, como las que, día tras día, emprendía en sus años juveniles desde la villa de Agaete.

Tras décadas de entrega absoluta a sus tareas como artista de vanguardia Dámaso comenzó a extender su actividad artística a otros campos, como el audiovisual, el literario -ámbito que también se aborda en otras páginas de este suplemento- o el escenográfico, donde también logró imprimir su poderosa impronta personal a través de multitud de trabajos que merecen sin duda una nueva y atenta revisión desde la perspectiva que siempre nos proporciona el inexorable paso del tiempo. Desde su primera experiencia en el terreno cinematográfico con la adaptación libre del poema de Alonso Quesada La Umbría (1975), coescrita junto a Alejandro del Álamo, con Ramón Saldías como director de fotografía y una banda sonora compuesta por Juan José Falcón Sanabria, Dámaso abrió de par en par una nueva puerta a su desbordante inventiva, convirtiendo en imágenes cinematográficas la inquietante atmósfera literaria que el autor de El lino de los sueños (1915) recrea magistralmente en su obra. Un trabajo no exento de serias dificultades adaptativas que el artista no dudó un solo minuto en afrontar con todos los riesgos que comportaba, sobre todo tratándose de su primera incursión en un medio tan sometido al imperio de la técnica como es el cine.

Aunque jugaba con la ventaja de disponer de un amplio y sólido currículo como artista plástico, su contacto iniciático con el mundo del celuloide supuso un arriesgado desafío para su carrera pues suponía, ni más ni menos, que el encuentro con un nuevo lenguaje, dotado naturalmente de sus propias reglas y de sus propios recursos expresivos. Aún y así, supo imprimirle a su adaptación un carácter y un significado muy personales, estableciendo un diálogo fluido y coherente con la obra literaria en la que se inspira. Por tanto, este es, fundamentalmente, el principal acierto de su trabajo fundacional como cineasta.

Dámaso, que siempre expresó su deseo de experimentar algún día con el lenguaje cinematográfico, realizaba su segunda experiencia fílmica tras su celebrado debut con La Umbría en 1975. Para esta ocasión se inspiró en un relato autobiográfico escrito por Alberto del Álamo con el que, de alguna manera, enlaza con el sombrío discurso dramático que ya apuntaba en su primera película: una reflexión estética, con crítica social incluida, a partir de la experiencia vital del autor en su Agaete natal durante su conflictiva adolescencia. Réquiem para un absurdo (1979) se convertía así en la segunda entrega de un tríptico que su autor concluiría años después con La rama. Collage (1988), su tercer y último largometraje y, posiblemente, uno de los testimonios más originales y reveladores que se han realizado nunca sobre el viejo ritual aborigen, que cada año se repite en la emblemática localidad norteña.

Algo alejado de algunos de los excesos de formalismo que lastraban a ratos su famosa opera prima, Dámaso afronta su segunda experiencia cinematográfica desde una perspectiva, digámoslo así, más realista, aceptando los sabios consejos que, con motivo del estreno de La Umbría, le sugerían algunos críticos.

El guion, inspirado en gran parte en los recuerdos personales del autor, aborda la historia real ocurrida en Agaete en los oscuros años de la posguerra en la que un joven homosexual, acosado por un clima social asfixiante y represor, termina quitándose la vida sin que el suceso llegase a alterar lo más mínimo la vida cotidiana del pueblo y, como sucede con casi todas las películas de este creador vocacional, Réquiem para un absurdo no recibió ayuda oficial alguna, circunstancia que no favoreció mucho su distribución, aunque fue favorablemente recibida por los medios de difusión local que vieron en ella una interesante exploración del pasado del artista durante los oscuros años de la posguerra, así como un paso adelante en el intento de visibilizar los numerosos acontecimientos históricos que se agrupan en la historia inédita de este archipiélago.