Su padre, Enrique Asensi, es maestro de trompa y profesor de la Orquesta de RTVE. Con él y Francisco Burguera estudió en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, pero no cree que nada se herede sin más. "Puedes tener talento o facilidad para la música, las matemáticas o bien hacer equilibrios con un balón, pero sin esfuerzo y dedicación no consigues nada", subraya el trompa José Miguel Asensi (Madrid, 1976).

Director de la Orquesta Juvenil Gustav Mahler de 1999 a 2002 y de la Orquesta del Festival Verbier de 2003 a 2004 ha colaborado con un gran número de formaciones, grandes directores y renombrados solistas.

Desde el 2000 ha sido director principal de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (Valladolid) y desde 2013 ha ocupado el cargo de profesor de cuerno en el Conservatorio Superior de Música de Castilla y León (Salamanca)

De su instrumento afirma que "es especial, único", aunque si tuviera que elegir otra opción no duda en que sería el chelo, porque afirma que ambos "tienen muchos pasajes y melodías al unísono, como por ejemplo en las sinfonías de Brahms".

No esconde que es duro vivir con la cuerda de percusión justo detrás, "aunque te acostumbras, pero en más de un concierto he salido con pitido en los oídos".

Recuerda la primera vez que trabajó con la Mahler. Fue en junio de 2009, en Harstad, Noruega, con la obra Frankenstein, de H. K. Gruber, y guarda en la memoria el concierto del pasado marzo en el Carnegie Hall de Nueva York.

Considera que los programas de música de cámara son pequeñas joyas, "como los mejores perfumes, que siempre van en frascos pequeños". Y si bien puede llegar que al público le impresionen "esas obras gigantescas con muchos metales y percusión", según pasan los años valora mucho más "hacer este tipo de música, donde contactas con cada miembro del grupo. Hay una complicidad que en las obras sinfónicas se pierde". Un ejemplo, el Kontzertstuck, de Schumann. "Es un enorme reto".

En relación con el programa del FIMC considera que está cuajado de contrastes: dos conciertos de piano de Mozart y, en medio, una obra actual de Jörg Widmann para orquesta de cuerda, flauta, oboe y fagot. "Creo que es un formato atrevido que a lo mejor puede chocar a más de uno, pero de alguna forma necesario para que los conciertos de música clásica no se conviertan en algo monótono y repetitivo", concluye.