José Manuel de Cózar, profesor de la Universidad de La Laguna, es el autor de El Antropoceno, ensayo en el que analiza las implicaciones de la nueva época geológica en la que confluyen la historia humana y la del planeta.

¿Qué implicaciones tiene 'El Antropoceno' para la especie humana?

Cabe preguntarse cuál es el sentido o la necesidad de proponer El Antropoceno como nueva época. La idea principal que está detrás del término antropoceno es que la actividad humana ha llegado a unos niveles tales que su influencia en el planeta es similar a la de las poderosas fuerzas y agentes geológicos, como la actividad volcánica o a la erosión causada por las aguas. Al darnos cuenta de esta nueva situación, las viejas maneras de comprender nuestra relación con la Tierra se ponen en entredicho. No se puede separar con claridad la dinámica humana y la natural. La huella humana sobre el planeta es ya irreversible y global, aunque la responsabilidad de cada persona puede ser muy diferente a la hora de ver qué impactos negativos estamos provocando.

¿La supervivencia de nuestra especie está comprometida a corto plazo, como anuncian numerosos expertos en el cambio climático?

Por lo que respecta a la supervivencia de la humanidad a corto plazo, y subrayo lo de a corto plazo, mi opinión es que, salvo que se produjera un desastre de magnitudes colosales, como el impacto de un gran asteroide, la erupción de un supervolcán o una confrontación nuclear total, es improbable que nuestra especie se extinga por completo. Para sostener mi opinión me apoyo en el éxito de nuestra historia evolutiva, que nos ha permitido colonizar todos los hábitats terrestres gracias a nuestras capacidades cognitivas y sociales, y a nuestra rápida evolución cultural. Además, la población mundial es considerable: vamos hacia los ocho mil millones de personas repartidas por todo el planeta. Bastaría con que en cualquier remoto lugar sobreviviera un grupo relativamente reducido, a partir del cual se volvería a ir recuperando y diseminando el Homo sapiens. Lo que sí veo más verosímil es que se vayan deteriorando paulatinamente las condiciones de vida de grandes masas de población, que la existencia cotidiana se ponga más y más difícil a medida que los recursos naturales se vayan agotando debido a la incesante y abrumadora actividad humana y los desequilibrios sistémicos se traduzcan en fenómenos meteorológicos adversos cada vez más graves y frecuentes. Esta perspectiva es especialmente trágica cuando todavía hay tantos millones de personas en el mundo luchando por salir de unas condiciones de pobreza intolerables. En otras palabras, aunque no me plantee el escenario de una aniquilación total de nuestra especie, sí que creo que estamos metidos de lleno en una crisis ecosocial tremendamente grave y con visos de durar.

¿Qué planteamientos existen para salir de esta crisis de magnitudes inauditas?

Desde el punto de vista de la polémica sobre el antropoceno, hay dos grupos enfrentados: los antropocenistas y los catastrofistas del Antropoceno.

¿En qué consisten ambas posturas?

Los antropocenistas son optimistas. Piensan que el antropoceno se podrá manejar bien, que será un buen antropoceno y que saldremos de la crisis gracias al conocimiento y a la tecnología. Los catastrofistas o misantropocénicos temen un desastre futuro, creen que nos enfrentamos a un antropoceno malo al que tenemos que ir adaptándonos desde ahora poniendo en práctica medidas drásticas.

El posthumanismo y el transhumanismo son dos asuntos que marcan la agenda de nuestro tiempo y que se imbrican con el antropoceno. ¿Puede hablarnos sobre estas nociones y sobre su relación con el antropoceno?

No cabe una respuesta breve a estas preguntas. En un primer acercamiento, podríamos decir que el transhumanismo es una visión, cada vez más extendida entre las elites intelectuales y empresariales, que propugna la mejora humana, física, intelectual y hasta moral, haciendo un uso en profundidad y decidido de los últimos conocimientos científicos y de las tecnologías disponibles ahora o en el futuro. Para algunos, el transhumanismo sería una fase dentro de una evolución que conduciría al posthumano, descendiente de nuestra especie, pero muy por encima de ella en capacidades, como lo estaríamos nosotros de nuestros ancestros lejanos. Sin embargo, muchos defensores del posthumanismo observan con recelo el movimiento transhumanista, por creer que abraza demasiado acrítica y entusiastamente la tecnología moderna, sin atender debidamente las desigualdades sociales y todo tipo de problemas éticos, económicos, de seguridad, etc., que podría traer consigo esa aplicación a fondo de la tecnología a la mejora humana. Digamos que el posthumanismo constituye más un punto de vista intelectual, aplicable a los problemas sociales, que persigue superar los vicios heredados del viejo humanismo, pero sin caer en los posibles excesos del transhumanismo o al menos de algunas de sus variantes. Del humanismo habría que superar, entre otros, sus prejuicios sexistas, colonialistas, de clase, racistas y homófobos. También habría que derribar de una vez por todas la dañina idea que sitúa al ser humano en el centro de la creación, supuestamente autorizado por la voluntad divina o por las propias leyes humanas para explotar en su beneficio la naturaleza con todo lo que contiene.

¿Es el capitalismo el responsable de que hayamos entrado en el antropoceno?

Hay un debate en marcha sobre esto. Algunos autores dicen que antropoceno es una cortina de humo que oculta las responsabilidades socio-ambientales del sistema capitalista dominante al distribuirlas injustamente entre la humanidad al completo, y que habría que hablar más bien de capitaloceno. Otros autores sostienen que el desarrollo del capitalismo moderno, con ser de gran importancia en la crisis ecosocial global, cuenta solo con unos siglos de existencia, mientras que el Antropoceno supone pensar en términos temporales mucho más extensos, de milenios y hasta millones de años. Se argumenta que ya en tiempos neolíticos los seres humanos transformaron de manera sustancial los ecosistemas, de modo que no se puede achacar toda la responsabilidad al capitalismo. Todo esto tiene sentido pero aun así, en mi opinión, el modelo capitalista actual representa la versión hegemónica del legado de la modernidad y ha sido el causante de buena parte de los efectos negativos sobre la naturaleza de la actividad humana en las últimas décadas, aunque no solo él, ya que conviene recordar que por ejemplo la antigua Unión Soviética ocasionó en su momento destrozos ambientales de enormes dimensiones. En todo caso, es significativo que la visión antropocéntrica de la modernidad coincidiera en gran medida con la expansión del capitalismo a partir del siglo XV. Otra cara del problema, a mi entender muy preocupante, sería la creciente alianza del sistema capitalista de innovación con al menos parte del movimiento transhumanista.

¿En qué consistiría esa alianza y en que afectaría al antropoceno?

El capitalismo de hoy en día no pone límites a lo que alguien puede o no hacer, siempre que tenga medios para ello, siempre que pueda comprarlo. Las únicas limitaciones vienen por las legislaciones existentes en cada país o lugar y previsiblemente la presión para atenuarlas o eliminarlas será cada vez mayor, con los posibles efectos negativos que ello pueda provocar. Por otro lado, hay transhumanistas que intentan innovar a bajo coste, de manera que sus innovaciones puedan ser disfrutadas por muchos, pero lo previsible es que las mejoras genéticas, robóticas y demás sean muy caras y creen una brecha entre aquellos que puedan permitírselas y los que queden excluidos de los beneficios. A medida que las mejoras intelectuales sean mayores dentro de una élite, la brecha podrá aumentar indefinidamente. Por lo que se refiere al antropoceno, hay varios escenarios posibles. Por un lado, podría existir un selecto grupo de transhumanos adaptados a condiciones ambientales más duras, de modo que no sufrieran las peores consecuencias de la degradación ambiental. O bien, transhumanos admitidos a formar parte de la tripulación de un número reducido de naves espaciales que salieran a la exploración y colonización de otros planetas, abandonando una tierra moribunda. En este caso no haría falta adaptarse al Antropoceno, sino promover la terraformación de otros mundos, como Marte. Esta fantasía en concreto está en el centro del imaginario transhumanista. En mi opinión se trata de una fantasía muy peligrosa, ya que nos puede persuadir de que hay un plan B en caso de que las condiciones de vida en nuestro planeta se vuelvan extremadamente severas para nuestra especie. Aun en el caso de que el plan de huida fuera viable, la pregunta es, en un mundo superpoblado, cuántas personas podrían beneficiarse de esa eventualidad.

Sin embargo, frente esta pulsión caníbal, que el humanismo no ha erradicado, hay, como explica usted en el libro, pensadores transhumanistas que apuestan por el "biomejoramiento moral". ¿Puede abundar en esta cuestión y exponernos su posición al respecto?

Algunos proponentes del transhumanismo no limitan este proyecto a la mejora física e intelectual, sino que buscan una mejora moral de las personas. De hecho, para algunos esta es la verdadera clave. Hay que tener en cuenta que el transhumanismo funda su proyecto en la evitación del sufrimiento que nos causa una psique y cuerpo, por decirlo así, defectuosos, lo que incluye la enfermedad, el envejecimiento y la muerte. La mejora moral transhumanista buscaría lo que el humanismo ha perseguido, al menos en teoría, es decir, hacernos más empáticos, altruistas, pacíficos y solidarios. La formación humanista parece haber fracasado en su larga empresa de mejora moral, como atestiguan las dos guerras mundiales y el sinfín de conflictos armados, de actos de violencia y de injusticias que continúan asolando el mundo.

Entonces, ¿apuesta por la mejora moral transhumanista? ¿No conlleva ello grandes peligros?

Habría que tener muchísimo cuidado para evitar que la intervención genética o la administración de determinadas sustancias, entre otras técnicas que se pudieran aplicar, provocaran efectos indeseados, o que supusieran una poderosa herramienta de control en manos de personas y de grupos carentes de escrúpulos. Arriesgándonos a que el remedio termine siendo peor que la enfermedad, y tomando todas las precauciones posibles, creo que no habría que descartar esta opción sin estudiarla detenidamente. Hay que pensar en el formidable bien que podría reportar no solo a la humanidad, sino al conjunto de los seres vivientes. Repito que los riesgos son enormes, pero es que tanto la situación presente del mundo como el futuro próximo también conllevan riesgos espeluznantes, gran parte de los cuales son debidos a la imperfecta moralidad humana.

En algunos pasajes del libro hace referencia al budismo. ¿Cómo se compadece el budismo con el antropoceno?

Existen diversas manifestaciones históricas del budismo, y muchas perduran en la actualidad, por lo que es difícil concretar el papel del mismo en el antropoceno. Simplificando la cuestión, cabría decir que las tradiciones culturales, filosóficas y religiosas occidentales por lo general han mostrado una actitud de escaso respeto hacia los seres vivientes y la naturaleza en su conjunto. Se ha argumentado que, al ofrecer ciertas justificaciones, tales tradiciones han abierto la veda, por expresarlo así, a la explotación humana, intensiva y extensiva, del mundo. En contraste, y con todas las salvedades que se quieran establecer, hay razones para sostener que las tradiciones espirituales budistas ofrecen otra perspectiva. Hacen hincapié en la empatía con, y el respeto por, otras personas, por supuesto, pero, y este es su rasgo distintivo, amplían la actitud empática y respetuosa al resto de los seres vivos. Dicha actitud, bien entendida, sin caer en dogmatismos, puede ser de gran ayuda en los turbulentos tiempos antropocénicos.

¿Qué relación cabe establecer, si es que es posible establecer alguna, entre el budismo, el posthumanismo y el transhumanismo?

El budismo ofrece una cosmovisión relacional que en mi opinión no está alejada del antiesencialismo y del gusto por las conexiones entre todo tipo de seres que manifiesta el pensamiento posthumanista. En cuanto al transhumanismo, lo que los une es la sensibilidad hacia el sufrimiento y, más específicamente, la convicción de que es posible liberarse del mismo, aunque las diferencias aquí son considerables. En las tradiciones espirituales budistas, la liberación del sufrimiento vendría por la meditación y la iluminación, mientras que el movimiento transhumanista, sin forzosamente rechazar esa vía tradicional, apuesta por un atajo, que sería el facilitado por la tecnología moderna. Digamos que un transhumanista se tomaría primero un analgésico y luego ya vería si imitar al budista, que, sin renunciar a los medicamentos, prefiere tal vez comenzar enfocando su atención plena en el dolor que está experimentando.

Su libro se inscribe en las humanidades ambientales, campo en el que, como señala, las humanidades dejarían de languidecer y donde incluso podrían asumir "un papel nada desdeñable" para reconducir la situación límite en la que nos encontramos. ¿En qué consisten las humanidades ambientales? ¿Quiénes son sus autores de referencia? ¿Cuál es su potencial?

Las humanidades ambientales representan un campo de estudio en alza, cuyo principal interés es que facilita el diálogo entre las disciplinas humanistas y sociales tradicionales como son la filosofía, las bellas artes, la historia, la antropología o la sociología. Y, sobre todo, promueve el cruce interdisciplinar de estas con las ciencias naturales, como la ecología y las geociencias, y con las tecnologías e ingenierías. De este modo, pretenden superar las limitaciones del humanismo tradicional y contribuir a la comprensión de las interacciones entre la actividad humana y el medio natural. El interés de las humanidades ambientales no solo es académico, ya que tiene una vertiente práctica que puede resultar útil a la hora de encarar las controversias socio-ambientales, por ejemplo, ayudando a definir mejor los problemas ecosociales y a caracterizar las interacciones entre los distintos entes implicados en dichos problemas, así como los criterios de evaluación de las soluciones propuestas. Autores destacados, entre otros, son Donna Haraway, Timothy Morton, Vandana Shiva y Cary Wolfe, aunque no tienen por qué autodefinirse como tales. Sin lugar a dudas, otro autor que hay que citar aquí es Bruno Latour. Es un pensador difícil de clasificar pero que ha contribuido muchísimo a la reflexión filosófica, sociológica y antropológica sobre el concepto de naturaleza y sus derivaciones políticas. Las humanidades ambientales pueden contribuir a hacer reflexionar a los científicos, ingenieros y al público en general sobre el significado e implicaciones del antropoceno.