Medallas de Oro Canarias 2024

Gonzalo González: «En el momento de la creación no hay certezas, solo dudas y rumores»

El artista Gonzalo González (Los Realejos, Tenerife 1950) recibirá este jueves el Premio Canarias de Bellas Artes. En su estudio de Tacoronte suena música de Bruce Springsteen. «Hay que estar ocho horas diarias aquí porque es aquí donde ocurren las cosas», explica.

El artista Gonzalo González en su estudio de Tacoronte.

El artista Gonzalo González en su estudio de Tacoronte. / ARTURO JIMÉNEZ

Almudena Cruz

Almudena Cruz

El Premio Canarias. Palabras mayores. ¿Cómo acoge la distinción? ¿la esperaba?

Los premios no se esperan, yo al menos soy de esa teoría. Si te llegan, pues los aceptas o no lo aceptas, y si lo aceptas pues lo agradeces y lo consideras –como en este caso– un honor. Además, en el caso del Premio Canarias implica que pasas a formar parte de un grupo de gente a la que has admirado toda tu vida.

Como dice, no se esperan, pero sirven para hacer balance. ¿Cuántos años lleva dedicado al arte?

Pues este año, en octubre, hará 50 años que hice mi primer individual. Fue en la Casa de Colón, en Las Palmas y fue tremendo.

¿Por qué?

No sé cómo explicártelo. Es esa historia de las primeras veces: todo resulta como hiperventilado. No terminas de ser consciente del todo del paso que estás dando. Y a la vez fue muy dura porque era una serie basada en la marginalidad, con una gran carga política e ideológica detrás. Pensaba, y sigo pensando, que el arte es como un arma. Aunque, con el tiempo, también te das cuenta de que el arte es otras muchas cosas.

¿Qué queda hoy de aquel Gonzalo González?

Queda la parte del iluso, del que todavía cree que hay cosas por hacer y crear. Pero sobre todo queda la curiosidad y las ganas de aprender, que es lo que a mí me hace meterme todos los días en el estudio. Me meto en líos buscando respuestas y lo que suele pasar es que la respuesta a esa pregunta es otra pregunta.

¿Fueron las ganas de cambiar las cosas lo que le llevó a dedicarse al arte?

Al principio no pretendía cambiar nada, solo quería decir cosas que yo creía interesantes y que pensaba que le podían servir a los demás. Fundamentalmente, lo que yo quería era ser artista. No sabía exactamente qué era eso, pero yo quería hacerlo. Desde pequeño ya me gustaba hacer cosas.

¿Y qué referentes tenía?

Montones. Cuando uno es imberbe es muy enamoradizo. Me interesaba Goya, los expresionistas alemanes, Velázquez... Estudié en Madrid y todos los fines de semana iba al Prado. Luego apareció Francis Bacon, Henry Moore... Es curioso pero de esa influencia eres consciente posteriormente. Mientras estás metido en la guerra de crear es como si estuvieras en un túnel oscuro y fueras tanteando. Es apasionante pero solo te das cuenta de ciertas cosas cuando tomas distancia. Siempre me ha costado mucho trabajo hablar de lo que hago en el momento porque me siento como si estuviera adelantando soluciones que no conozco. En el momento de la creación no hay certezas, solo dudas y rumores, aromas, como cuando se cocina.

Durante estos años de trabajo ha cultivado tanto la pintura como la escultura...

Sí, y el dibujo. Son como tres lenguas distintas y en mi caso el dibujo ha sido un territorio autónomo. A veces esos lenguajes se han entrecruzado, hubo momentos tangenciales, pero la mayoría de las veces no han tenido nada que ver, ni formal ni conceptualmente. La pintura es un asunto, el dibujo es otro y la escultura también. De hecho siempre he tenido problemas con la escultura porque no me considero un escultor.

¿Y por qué no?

Porque no pienso como un escultor, hago artefactos. Siempre he abordado la escultura con muy poco respeto, siempre ha sido como un juego.

¿Las preocupaciones sociales se mantienen?

Sí, pero llega un momento en el que empiezas a sospechar que igual es más eficaz optar por otro camino e ir un poco más lejos, por vías más sutiles pero que conquistan la mirada. Soy consciente de que formo parte de una tribu altamente especialista. La cultura es sofisticada y eso se puede convertir en una trampa, en una barrera.

Y eso en ocasiones les aleja...

Sí, por eso soy partidario de una cosa que yo llamo las gateras. Para ser eficaz a veces hay que construir esa especie de puente, una trampilla, por donde entra el neófito.

¿Le preocupa que el arte contemporáneo se aleje del público al que va dirigido?

El arte siempre se ha alejado pero siempre ha habido, también, un esfuerzo por comunicarse porque es un lenguaje que sirve para la transmisión de ideas, de conceptos. Siempre me he preocupado, al menos, de establecer un pequeño debate previo. Es cierto que sí, en el mundo hay un problema con el arte contemporáneo, ha habido como una especie de divorcio con la sociedad. Ese esfuerzo, sin embargo, no solo debe ser del artista, sino también de la sociedad, que cada vez se ha ido especializando. De todas maneras siempre se ha cuestionado lo que es nuevo porque no está totalmente definido, no está etiquetado. El creador, por otra parte, también se siente expulsado porque nadie intenta comprenderle, se siente solo.

Puede presumir de vivir de su pasión...

Sí, toda mi vida he vivido de lo que me gusta hacer. Me resulta algo excepcional y no ha sido un camino de rosas. Me sorprende que me den un premio por algo de lo yo he disfrutado como un loco toda mi vida. Me siento muy halagado.