Pleno del Parlamento de Canarias

Un pleno helado en el infierno

Sus señorías se arrojaban de los taxis o apresuraban el paso –siempre por la sombrita– para refugiarse en los despachos

Un pleno helado en el infierno

Un pleno helado en el infierno / Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

En Madrid se hace la Historia y aquí –y en el resto de España– se la sufre. Allá por la Villa y Corte ocurre lo que profetizó Ojete Calor en uno de sus grandes temas «El proceso va a ser/largo/duro/largo-largo-largo/duro-duro-duro/más complejo/ que mapearte el culo». Mientras los próceres del sanchismo, en efecto, levantan un mapa pormenorizado del trasero de la Constitución para practicar lo que todos ya sabemos y Eternamente Yolanda está dispuesta a perdonarle a los sublevados catalanes hasta los multas de tráfico de los últimos treinta años aquí nos dedicamos a nuestras pequeñas cosas. Sus señorías, en las proximidades de la calle Teobaldo Power, se arrojaban de los taxis o apresuraban el paso desde los hoteles –siempre por la sombrita– para refugiarse rápidamente en los despachos de la Cámara debidamente refrigerados por el sistema de aire acondicionado.

Lo pusieron al máximo, como en los gloriosos años de Antonio Castro Cordobez en la presidencia, porque el palmero, si la temperatura ambiente superaba los veinte grados, se abrochaba el chaleco y mandaba a congelar el salón de plenos. Observación corporativa: como el aire refrigerado desciende desde el techo del salón de plenos cae primero en las costillas de periodistas, invitados y asimilados que ocupan la tribuna. La mayoría, como un servidor, se resfrió inevitablemente. En el pleno hacía más frío que en la habitación de la niña de El exorcista. El cronista se asomó por encima de la baranda dorada para intentar descubrir quien estaba poseído pero es difícil asegurarlo. ¿Ángel Víctor Torres que sonría con asco luciferino cuando hablaba Fernando Clavijo? ¿Nicasio Galván, el portavoz de Vox, aunque todavía no desprenda un azufre distinguible de Sauvage Elixir de Dior? ¿O tal vez José Miguel Barragán, lo que sería una explicación plausible de su inmortalidad parlamentaria por los siglos de los siglos? Difícil saberlo sin coger una pulmonía.

El pleno comenzó como siempre con las preguntas orales, y en primer lugar, las dirigidas al presidente del Gobierno. El presidente Clavijo las despacha sintéticamente como breves telegramas de un señor muy ocupado. Galván, que en cada pleno parece llevar camisa nueva, preguntó al presidente, poco más o menos, cuando va a dejar el Gobierno esas tonterías de la energía solar o la energía eólica, que no sirven para nada. Clavijo contestó brevemente con paciencia franciscana. Luz Reverón acusó a la oposición de haber mirado a otro lado con la crisis energética en Canarias y el PSOE le recordó las maldades de Aznar y de José Manuel Soria y ahí quedó entre aspavientos una frustrada partida de ping pong absurdo que no lleva a ningún sitio más que al hastío. Casimiro Curbelo se levantó de su escaño y dijo: «Hay que revisar el sistema de financiación autonómica».

Torres sobreactúa como tribuno del pueblo, entre Marat y Robespierre, defensor de los humillados y ofendidos

Con un dominio de la obviedad cada día más brillante indicó que eso había que negociarlo en la Conferencia de Presidentes, olvidando que los presidentes de los gobiernos catalán y vasco hace mucho que no acuden a semejante sarao. «Simplemente porque la población residente en Canarias ha aumentado en los últimos 19 años en más de medio millón está justificado, y en necesario, modificar nuestra situación en el sistema de financiación autonómica». En su respuesta el presidente no se mostró menos escéptico que Curbelo. Y es que en medio de negociaciones charloteadas y negociaciones secretas con Junts per Catalunya, Esquerra Republicana y el PNV es imposible aventurar el sudoku presupuestario al que estará abocado Pedro Sánchez para seguir siendo presidente del Gobierno español, pero las dádivas a los socios preferentes del PSOE costarán caras a las otras comunidades autonómicas, incluida Canarias.

Entonces llegó el supuesto momento estelar de la mañana, el choque de cuernos en la alta montaña entre Fernando Clavijo y Ángel Víctor Torres. Con sinceridad, el interés periodístico por este desencuentro quincenal ha descendido considerablemente. Torres sobreactúa como tribuno del pueblo, entre Marat y Robespierre, defensor inclaudicable de los humillados y ofendidos.

Escucha la respuesta con esa sonrisa ligeramente estupefacta, no por lo que le están respondiendo, sino porque quien lo está haciendo es el presidente del Gobierno, y resulta que no es él. Para Torres este Gobierno no ha hecho absolutamente nada, salvo dos cosas: primero, una amnistía fiscal a los más ricos, segundo, suprimir el control parlamentario de la televisión autonómica. Con lo de amnistía fiscal se refiere Torres a suprimir en la práctica el impuesto de sucesiones y donaciones: parece un poquito hiperbólico. El control parlamentario de la televisión canaria, durante su mandato, fue aproximadamente nulo. La tele ni siquiera se ha controlado a sí misma porque la mayoría progresista fue incapaz de poner en marcha los organismos que define la ley. La propia figura de un administrador único deja claro que no existía control parlamentario alguno en los últimos años. Es difícil averiguar lo que pretende Torres con este estilo de oposición.

El grupo parlamentario socialista parece agarrotado y funciona ahora peor que lo hacía con Nira Fierro (también lo tenía más fácil en los días de leche y miel en el poder autonómico). Después Torres acusó al Gobierno de no saber controlar la inflación, a lo que Clavijo respondió irónicamente que quizá pretendiera que el consejero de Economía fuera a protestar a la puerta del Banco Central Europeo por los tipos de interés. Una de las cosas en las que no repara el expresidente es que a Clavijo le resbalan bastante sus discursos indignados y contritos. Al resto de la Cámara tampoco. Un detalle menor: ayer, en una de sus intervenciones, no le aplaudieron los suyos, cuando antes recibía más aplausos que Alfredo Kraus en la Ópera de Viena.

Por supuesto que hubo mucha más y más interesante. El consejero de Obras Públicas, Pablo Rodríguez, dejó claro que el Gobierno no tiene la menor intención de resucitar el proyecto del puerto de Fonsalía. La consejera de Turismo y Empleo, Jessica de León, anuncio que después de intentar consensuarlo con Fecai y Fecam «y otros agentes sociales» se mandará un texto al Parlamento para regular el alquiler vacacional el próximo enero. Rodríguez también anunció un plan de choque para la construcción de vivienda, un reajuste del programa Vivienda Vacía del anterior Gobierno, un mecanismo estable de colaboración pública-privada para comenzar a construir ya vivienda pública en las islas –se acumulan más de 22.000 solicitantes– y una modificación legislativa para simplificar los trámites administrativos a través de un decreto ley. El consejero prometió que lo haría en muy pocos meses después de consultarlo y en su caso debatirlo con todos los portavoces de la Cámara.

Entonces se escuchó un estornudo brutal y el cronista tuvo que ausentarse, temblando, en busca de la farmacia más cercana. Dentro arreciaba el frío. Fuera se desataba todo el calor infernal del Antropoceno.

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