Hoy se cumplen 40 años del intento de golpe de Estado que el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero escenificó el 23 de febrero de 1981 en el Congreso de los Diputados. Un pasaje de la historia nacional, que supuso un punto de inflexión en el camino para consolidar la democracia en España; y del que los jóvenes de hoy han oído hablar gracias, en gran parte, a los relatos de sus abuelos y padres. Las nuevas generaciones tienen la fortuna de vivir alejados de este episodio que, de haber fructificado, les hubiera llevado a crecer en un país completamente diferente al que conocen. Seis jóvenes canarios admiten no poder pormenorizar lo ocurrido el 23F con los conocimientos sobre historia contemporánea adquiridos en el instituto, pero sí son capaces de recordar detalles como que los disparos de Tejero todavía se conservan en el techo del Congreso o que el acontecimiento se siguió con especial tensión en el hemiciclo y concentró a millones de españoles al otro lado de las radios. Pino Guerra, Ana Leistad, Lola Saavedra, Eduardo García, Francisco Valenzuela y José Carlos Díaz reflexionan sobre este capítulo y comparten el temor de que España retroceda la senda democrática avanzada y se vuelva a perder la libertad de expresión.

Cuando Ana Leistad, de 16 años, era una niña, su abuelo Santiago acudía a su casa para recogerla y acompañarla hasta el colegio. Cada mañana, cuando entraba en su cuarto, exclamaba “¡todo el mundo al suelo!”. Su objetivo no era otro que hacer reír a la pequeña, quien entre sus juguetes tenía un muñeco de peluche en forma de hámster que grababa y repetía con voz chillona todo lo que escuchaba y, en este caso, replicaba una de las ya históricas frases que Tejero gritó al irrumpir en el Salón de Plenos del Congreso. “En ese momento yo no entendía el significado de lo que decía mi abuelo, pero me hacía mucha gracia escucharlo a él, que es un bromista, y al muñeco”, recuerda Leistad y apunta que, años después, haciendo un trabajo para clase sobre la democracia, descubrió la relación entre la recurrente broma de su abuelo y el hecho histórico del 23F.

Eduardo García. El Día

Eduardo García y Lola Saavedra también escucharon hablar por primera vez del golpe de Estado de boca de sus abuelos. “Mi abuela me contó hace años que ese día estaba en la cocina y una amiga la avisó de lo que estaba pasando en el Congreso y se quedó impactada”, relata García, de 16 años, quien entonces se mantenía ajeno a la importancia de lo que había sucedido y cómo afectaba a la vida de los españoles. El abuelo de Saavedra le relató a su nieta que se enteró de la noticia cuando estaba en el trabajo y en ese momento “se paró todo” para pasar el resto de la jornada pegados a los transistores, en los que no se hablaba de otra cosa. “Mi familia vivió ese día con incertidumbre ante la posibilidad de tener que volver a vivir en una dictadura después de haber logrado que España fuera un país democrático”, explica Saavedra, de 15 años.

Pino Guerra. El Día

Sin relacionar la anécdota familiar con el episodio del Congreso, Pino Guerra, de 16 años, había escuchado mil veces a su madre relatar la historia de aquel día en el que, al salir del colegio con sus dos hermanas pequeñas, las estaba esperando su padre en la puerta porque no quería que regresaran a casa solas en la guagua, tal y como hacían habitualmente; y le contó que había pintadas por las calles que rezaban “¡viva Tejero!”. “Sé que no las dejaron salir a la calle a jugar y que la radio estuvo toda la noche encendida, pero yo nunca había asociado ese relato con lo que verdaderamente pasaba”, explica Guerra.

José Carlos Díaz. El Día

Estos seis jóvenes reconocen que no son verdaderamente conscientes de la importancia que tiene vivir en democracia y aseguran que la mayoría de sus compañeros nunca se han parado a pensar cómo sería España si el golpe de Estado hubiera tenido éxito y el desarrollo social del país se hubiera quedado estancado ante la imposición de un nuevo régimen dictatorial. “Vivir en democracia y sin guerras es un privilegio que tenemos gracias a la lucha de las generaciones anteriores”, afirma José Carlos Díaz, de 16 años, quien entiende que vivir en una dictadura es como “vivir en una burbuja de hierro”.

Francisco Valenzuela. El Día

Para Valenzuela, de 16 años, actualmente no se valora lo que hubo que pelear para implantar el Estado del bienestar en el país ni el sacrificio que tuvo que soportar la ciudadanía antes de vivir en libertad. “Sin la lucha por la democracia, ahora no tendríamos libertad de expresión y las redes sociales serían inviables porque estaría todo controlado”, apunta Valenzuela. En este sentido, García subraya que “los jóvenes no son capaces de valorar la importancia de la democracia porque siempre ha estado ahí” y comparte el temor ante la posibilidad de no poder expresar su opinión públicamente. “En una dictadura tendría miedo a compartir mis pensamientos con mis amigos y familiares o decir algo con lo que el régimen no esté de acuerdo”, concluye García.

Lola Saavedra. El Día

Saavedra expone que si hubiera triunfado el golpe de Estado “ya no seríamos los dueños de nuestro futuro” y lamenta que “algunos compañeros se atreven a bromear haciendo apología del franquismo y gritan “¡viva Franco!”; por lo que les invita a “pararse a reflexionar lo que dicen y el aspecto positivo que es vivir en una democracia”. Muchos jóvenes tienden a escorarse ideológicamente porque los populismos mueven pasiones. “Creo que está de moda ser ‘facha’ y que esa tendencia está relacionada con la desinformación”, revela Leistad, quien apunta que “no hay mucha diferencia entre los enfrentamientos que se plantean ahora con los que se daban hace 40 años, porque las polémicas actuales tienen su raíz en los conflictos del pasado”.

Ana Leistad. eldia.es

En las últimas cuatro décadas la sociedad española ha ido conquistando libertades, ha avanzado en ámbitos como la igualdad de género y ha legislado para garantizar los derechos del colectivo LGTBI. Gracias a la victoria de la democracia frente a la dictadura, “la educación de niños y niñas ahora es igualitaria y las personas homosexuales pueden querer a quien elijan, porque hay libertad sexual”, subraya Guerra.

El desconocimiento de la historia conlleva el peligro de repetir los errores que otros ya cometieron. Para evitar caer en el retroceso y conseguir que las nuevas generaciones desarrollen un espíritu crítico basado en los hechos y no en la desinformación, es imprescindible que los jóvenes conserven la memoria narrada por sus abuelos y padres de un país que en solo 40 años ha sabido consolidar una democracia que, aunque con algunos achaques típicos de la edad y sin llegar a ser perfecta, garantiza que la ciudadanía viva en libertad.