Anécdotas sobre los árbitros malos

Quiero creer en la honestidad del colectivo arbitral. Me niego a pensar que existan campañas orquestadas para perjudicar a determinados equipos. Pero sí les aseguro que he conocido a colegiados que sí han arbitrado partidos con el claro objetivo de perjudicar a alguien.

En mis más de tres décadas viviendo en primera fila este apasionante mundo de la canasta he sido testigo de grandes encerronas y de robos descarados. Personajes que, luciendo el pantalón y la camiseta gris, se han atrevido a acudir a una cancha para barrer de la misma a un equipo para beneficiar al otro. He podido ser testigo -y lo he denunciado en su momento, censurando sus actuaciones y pidiendo la sanción del Comité de Competición- de personas que hoy en día se autoproclaman defensores de lo legal, de la ética y de la defensa de la honestidad de los árbitros y que, en su etapa de árbitros, tuvieron la desfachatez de acudir al Colegio de Árbitros para pedir voluntariamente la designación de un determinado encuentro de carácter regional, argumentando que su línea había sido excelente y que merecía ese premio. Luego, en la cancha, esos ¿deportistas? evidenciaron tener debajo de esa ropa gris la camiseta blanquiazul del equipo de Tenerife para «ayudarle», con sus desafortunadas e injustas decisiones, a remontar hasta 30 puntos de diferencia.

Gente que, a la conclusión de esos partidos, presumían con la propia gente del club local su defensa del tinerfeñismo, sin que se pusiera colorado por tan indigna actuación. Y si le mirabas a la cara y le decías que estaba muy mal lo que habían hecho te soltaban esta chorrada: «En el partido de ida, en Las Palmas, también le hicieron una encerrona al equipo de Tenerife».

Y les estoy hablando de personas que luego formaron parte del profesorado de la Escuela Tinerfeña de Árbitros de Baloncesto (ATAB).

Recuerdo un partido en el Paco Álvarez, también de rivalidad regional, pitado por un colegiado de esta Isla y otro de Las Palmas. Fue lamentable la «exhibición» de despropósitos, con el de aquí «barriendo» para casa y el canarión haciendo lo propio en el siguiente ataque. En esta ocasión los dos árbitros fueron sancionados y se pasaron cierto tiempo en la «nevera», pues habían dado una imagen humillante del gremio de los árbitros.

En otra ocasión presencié otra de esas actuaciones que demuestran que en todos los colectivos hay gente que no merece ser llamada deportista. Pero antes permítame el lector que le cuente una anécdota: Domingo «el huevo», palmero él, un buen día la armó en La Palma arbitrando un partido entre un equipo de baloncesto de Tenerife y otro de la Isla Bonita. Por la tarde, en fútbol, protagonizó esa gran anécdota, la de anular un gol legal. Cuando el jugador autor del tanto le preguntó la razón, el colegiado, con toda la naturalidad del mundo, le dijo: «Lo he anulado por exceso de velocidad».

La que viví en directo fue en Garachico, siendo yo delegado de campo del Juventud Laguna, con Heriberto Fernández  de entrenador. Uno de los árbitros notó que la cosa se estaba calentando en la grada y le dijo a su compañero delante de mi. «Barre pa´casa que de aquí no salismo vivos». El Juventud, claro favorito, perdió por 22 puntos y los árbitros fueron invitados a una copa de Vino  Sanson en uno de los bares del lugar.

Afortunadamente estas barbaridades no abundan en estos días pues los que rigen los destinos federativos y en especial el colectivo de los árbitros y oficiales de mesa, se encargan de hacer seguimientos para comprobar que se aplica el reglamento.

Y cierro este comentario poníendole dos claros ejemplos, el primero de honradez y el segundo de una forma de fastidiar aplicando las normas. En el primer caso el escenario fue el pabellón El Plantío, de Burgos, y el protagonista un colegiado catalán, de lo mejorcito que hay actualmente en la ACB y en Europa: Juan Carlos Mitjana. Dirigió un partido al Unelco, con derrota de los tinerfeños. Al final los jugadores «eléctricos» fueron a darle la mano y entonces Mitjana empezó a llorar. Me impactó y, unas horas después, en el hotel de concentración, le pregunté el motivo de su reacción. Y me dijo: «Es que cometí unos errores que perjudicaron al Unelco y sin embargo, sus jugadores, a pesar de la derrota, me fueron a felicitar por el arbitraje». Eso sí es un espíruto deportivo y un claro ejemplo de honestidad.

En el segundo aconteció en las canchas de Minibasket del colegio Luther King, en La Laguna. Partido de categoría femenina muy igualado en el tanteo. La entrenadora del equipo A protestó al árbitro porque corregía cuando las niñas sacaban pisando la raya. «El reglamento está para cumplirlo«, le gritó en reiteradas ocasiones. El árbitro voluntario de ese choque llevaba el tiempo del partido y en la última jugada, cuando el acta señalaba empate, una niña de ese equipo A se dirigía en contraataque para intentar anotar la canasta del triunfo. A dos metros del aro, cuando ya había iniciado los dos pasos permitidos para dejar la bandeja, hace sonar el silbato señalando el final del encuentro. Cuando los allí presentes se le acercaron, dijo: «¡Hombre!, ya me tenía harto y no sabía como devolverle la moneda». Por cierto, esa entrenadora se fue a comer al árbitro, siendo necesario que la sujetaran.  

Ser árbitro es un hobby con responsabilidades, lo que lo convierte en más apasionante todavía. Y si encima tratas de aplicar el reglamento y te diviertes, mucho mejor todavía. Afortunadamente son más los buenos, aunque se equivoquen en determinadas decisiones, que los malos.