Un mecánico, un albañil, una mujer de la limpieza, una telefonista, un mozo de almacén y un informático son reclutados para llevar a cabo su trabajo habitual ante una audiencia. Esta condición de espectáculo, precisamente, vacía los oficios con que estas personas han bastido su identidad de cualquier sentido productivo y las vuelve todavía más vulnerables a la explotación laboral. A medida que la presión se agrava, la dimensión escénica de su trabajo se convierte en una fuente suplementaria de conflictividad.