Genaro es vecino de la calle Paseo de Cala, en pleno casco de Santa Úrsula, y aún no puede parar de moverse nervioso cuando explica lo que vivió durante el angustioso mediodía del domingo 23 de febrero: "Fue un infierno completo, esto ardía por todos lados y no había manera de pararlo, nunca he visto llamas como esas. Fue una cosa exagerada. Era el diablo, el fuego volaba".

"Apagabas aquí y enseguida saltaba 100 o 200 metros más allá", detalla Genaro, quien recuerda que las primeras llamas empezaron en una gran palmera: "Veías arder la copa y en un momento un rescoldo saltó para la casa de al lado y la prendió entera. ¿Cómo se paró solo el fuego de la palmera y se fue a quemar la casa? No lo sé. Eso era el diablo".

"Iba a apagar una llamarada y, cuando me daba la vuelta, ya estaba prendiendo por otro lado. Era una bomba de fuego, que saltaba de un lado para otro sin control. De un barranco pasó por unas viñas y no quemó nada, pero se enfocó a un cuarto de aperos, lo quemó, y luego fue para la casa de Alfredo", explica Genaro, uno de los pocos vecinos que se pudo quedar a colaborar con los bomberos.

La mayoría de los vecinos tuvo que marcharse y dejar todo atrás. "El calor era insoportable y había llamas y humo por todos sitios. Casi no se podía respirar", señala Juan Pedro, un señor mayor, con dificultades respiratorias, que se marchó a La Laguna para alejarse de todo lo que se estaba viviendo en su pueblo.

Julio Alfredo García tardará mucho en recuperar la tranquilidad. Nació en una de las casas antiguas que ardieron y ahora corre riesgo de derrumbe, perdió otra casa familiar anexa a su vivienda y tiene la mitad de la fachada afectada y un coche calcinado.

"Estábamos metidos en casa, por el viento. Por la mañana habíamos visto a los bomberos apagando algo en la parte de arriba del municipio. En unas horas empezamos a ver humo, pero no fuego. Cuando estábamos a punto de almorzar, nos avisaron de que había llegado el fuego a una huerta cercana y que venía para abajo. Tuvimos que salir prácticamente corriendo. Sacamos los coches, pero no encontramos las llaves de uno y ahí se quedó. Se quemó por completo", lamenta.

"Había tanto fuego que no se podía hacer nada. Se movía por todos lados. Veías llamas y humo aquí, en el barranco del ayuntamiento, debajo del cementerio, en La Quinta... Era inútil quedarse. Nos marchamos y al volver ya vimos las dos casas quemadas, que se terminaron derrumbando, y esta también afectada. El fuego no nos entró dentro de milagro. Será que Dios puso la mano porque la ventana se rompió pero no ardieron las cortinas", explica aún intranquilo.

García lamenta que los técnicos municipales no hayan dado más información sobre la situación de las dos casas antiguas que amenazan con venirse abajo: "Las tenemos al lado y aún no sabemos qué se puede hacer con ellas. Supongo que habrá que derribarlas".

Para Moisés Rodríguez, "lo peor aquí fue sobre las dos de la tarde. La casa de enfrente estuvo horas ardiendo, porque había mucha madera y tea en el salón, que había sido una carpintería. Nos han dicho que probablemente habrá que derribarla. La temperatura que cogió fue exagerada y la estructura se dañó".

Rodríguez tuvo la fortuna de que el fuego no afectó a su casa, aunque en la puerta y en la fachada hay señales del intenso calor que generaron las llamas: "Fue una cuestión de suerte, a mí me dijo la Policía que me tenía que marchar y al volver aún tenía la casa, pero la pude perder también".