Escribe Milan Kundera en La insoportable levedad del ser que "sin saberlo, el hombre (y la mujer) compone su vida de acuerdo con las leyes de la belleza aun en los momentos de más profunda desesperación." Ahora estamos viviendo uno de esas coyunturas de desesperación. De momento es más una angustia individual, aunque también colectiva, a la que cada uno de nosotros nos enfrentamos cada mañana, al ver ante nosotros el abismo de la incertidumbre que nos rodea y de la inquietud e intranquilidad sobre los propios pasos que tenemos que ir dando, sin saber muy bien ni dónde debemos poner un pie, para no hundirnos más en la negrura del futuro que nos espera.

Resulta muy difícil escribir sobre arquitectura en estos tiempos que corren, aún así lo he hecho varias veces sobre esta misma materia, sobre cómo superar momentos oscuros de la humanidad, y sobre cómo otras pandemias anteriores han cambiado el mundo para que ahora sea tal y como es, con lo bueno y con lo malo. La diferencia está en que ahora existe, al menos en nuestro país, España, una grave incomprensión de la arquitectura y su papel en este especial y trascendente momento histórico, y eso no solo produce una indefensión del arquitecto, que es lo de menos, sino que deja más desprotegida a toda la ciudadanía. Por poner un ejemplo recurrente estos días de principios de septiembre, la falta de conocimiento sobre la materia hará de la vuelta al cole un momento, probablemente, cercano al terror para muchos padres que necesitan que sus hijos estén seguros y que estén en clase, aprendiendo, no solo materias y contenidos sino a convivir y entender y socializar con los demás. Y además lo necesitan porque tienen que trabajar y sin trabajo no hay economía, ni sociedad que resista por mucho tiempo un embate como el que estamos sufriendo.

Todo esto podría ser relativamente rápidamente modificado y mejorado si los abogados, médicos, funcionarios, que regulan por decreto cada una de las parcelas de nuestras vidas, entendieran un poco más de arquitectura, de acústica, de ventilación natural. Porque no es solo un problema de metros de distancia entre unos niños y otros ni de mascarillas. Es mucho más, es un conjunto de medidas brutal, por nuevas y urgentes, que tenemos que tomar y que tienen que ser eficaces a la primera o nos volverán a encerrar, sobre todo a los padres con niños y niñas en sus casas condicionando para el futuro su economía y la educación de las generaciones del futuro.

Además, estamos hablando de lugares cerrados, las aulas suelen ser lugares cerrados que invitan al silencio, la reflexión y a compartir ideas y pensamientos. Como las bibliotecas y las iglesias. Pues bien, si esos espacios cerrados no tienen una ventilación adecuada de nada servirán las burbujas, y sin algo tan sencillo como una ventilación natural, la propagación del virus podrá ser mucho mayor.

Sirva esto solo como un pequeño ejemplo de lo que la arquitectura, y con ella, el derecho, regulando todas estas necesidades nuevas que van surgiendo, podría hacer por la mejora de las condiciones en las que nos enfrentamos a la pandemia. Otro aspecto que ya he comentado en algún que otro artículo de antes del verano es el de la acústica. Si la acústica es mala, se sube la voz, se grita más (en un colegio imaginen) y eso hace que expulsemos más gotas de saliva a mayor velocidad que también está comprobado que pueden propagar con mayor velocidad el virus.

Todo esto es aplicable no solo a colegios, sino a miles de lugares (¿han estado alguna vez en uno de nuestros maravillosos guachinches donde tan bien comemos y tanto disfrutamos, con buena acústica? Si conocen alguno por favor, no dejen de enviarme la dirección al periódico). También esto es fácil de resolver si se reconoce que es un problema, pero, ¿quién lo reconoce como tal? ¿quién en qué gobierno se ha dado cuenta de que el ruido es un residuo y la ventilación artificial también y que pueden ayudar a transmitir no solo el Covid, sino la gripe y otras enfermedades?

Además, por si fuera poco lo anterior, que al menos se ve y se puede palpar, tenemos encima la gran tranformación digital que la pandemia está acelerando. Todos hemos visto cómo la pandemia ha activado y estimulado la digitalización de la sociedad, pero esto también puede producir un mundo aún menos justo, y desde luego, creo que los ciudadanos han sido mucho mas capaces de buscarse la vida que las administraciones en esto del teletrabajo que nos invade, porque en lo público, entregar un papel en una plataforma electrónica sigue pudiendo convertirse en una pesadilla contrarreloj, y donde todos los registros parecen tener una obsolescencia programada, donde contactar con la administración cuando necesitas ayuda es cada vez más difícil en lugar de ser más fácil, y nos hace perder el escaso tiempo que ya tenemos para sortear todos las vallas que cada uno de nosotros tiene que saltar cada día, y ahí vemos que, al menos en Canarias, también tenemos en marcha otra emergencia: la emergencia digital. ¿Alguien se está ocupando de verdad?, ¿quién?

He mencionado temas muy diversos, quizás pueda parecerles un artículo sin sentido pero, ¿qué tiene ahora sentido? ¿qué tiene ahora mismo orden en nuestras vidas? ¿hacia dónde vamos? Afortunadamente ahora sabemos que Nietzsche no tenía razón con su teoría del eterno retorno. Y que, aunque no es la primera pandemia ni será la última, sí sabemos lo que aprendimos de las anteriores. La cuestión es si sabremos aprender de esta, porque si cada uno de los instantes de nuestra vida actual se va a repetir infinitas veces, si suben los contagios, si cierran los aviones, si cierran los aeropuertos, para luego abrirlos y luego volverlos a cerrar, estaremos como clavados a una cruz y esa imagen es horrible, volviendo a Kundera. Para salir de aquí hacemos falta todos, los arquitectos también y no veo al gobierno tirando de las cabezas que mejor piensan en esta tierra, solo de algunos, y tampoco sabemos muy bien quiénes son.

*Abogada y doctora en arquitectura. Investigadora Universidad Europea