"Un día, Aurora Rodríguez comprendió que tenía que matar a su hija". Así comienza la novela Los motivos de Aurora, del escritor austríaco Erich Hackl. Una versión anterior, en alemán, ya había sido publicada en 1987. Ahora la ha recuperado la editorial Hoja de Lata, en una magnífica traducción de José Ovejero. Volviendo a la frase del principio: era el 9 de junio de 1933. La madre le había pegado cuatro tiros a su hija Hildegart, que tenía diecinueve años y había destacado por su mente privilegiada desde que era una niña. Y también por el papel que, a sus pocos años, venía desempeñando en el mundo de la política y de la intelectualidad en un tiempo de turbulencias a destajo.

La historia de Aurora Rodríguez y de su hija Hildegart es bien conocida. Y después de tantos años sigue dando mucho de sí a la hora del debate. Nació Hildegart de la férrea voluntad de Aurora de tener una hija sola, por su cuenta y riesgo, y educarla para que fuera un modelo de mujer fuerte en un mundo dominado por los hombres. Sería la hija una niña prodigio: escribía a máquina a los dos o tres años, se matriculó en Derecho a los trece... y así todo. Pero ya digo que la época era compleja, un cruce (a ratos un amontonamiento) de tiempos y acontecimientos, y de protagonistas que formarían parte de la historia, cada cual en su papel de héroe o villano, como pasa siempre que las cosas no resultan fáciles de vivir, como tampoco luego, a la hora de contarlas. Interpretaciones psicologistas para esa muerte, y otras de carácter más íntimo y personal. "Para mí, sin embargo -escribe Hackl-, han sido más determinantes los motivos sociales que llevaron a la madre a querer realizar sus ideas de un mundo más justo", aunque esto "no equivalga a justificar el delito".

Después del asesinato de Hildegart se desataron las interpretaciones, de lo que pasó antes de ese crimen y de los motivos principales que llevaron a la madre a perpetrarlo. En el juicio prevaleció el debate, sobre todo, alrededor de la demencia o no de Aurora Rodríguez: la locura la habría llevado a crear un monstruo que, finalmente, acabaría rebelándose contra su creadora. Entre los especialistas médicos, intervino en el proceso judicial el psiquiatra (por poner un eufemismo amable a ese personaje) Juan Antonio Vallejo Nájera. Ninguna eximente para Aurora: una psicópata que odiaba al mundo entero, sin ningún instinto maternal. O lo mismo de despreciable: una mujer demasiado inteligente y culta a la que resultaría difícil dominar desde el nacionalcatolicismo imperante. Otras versiones -en este caso progresistas- apuntaban claramente a la paranoia. La respuesta de Aurora fue clara: era consciente de lo que hizo: "No me atacan a mí, sino al progreso", gritó, según el autor, en el relato del juicio. Por distintos caminos, motivos y circunstancias, el nazi médico del gen rojo y la autora del crimen parecían coincidir. Después de unos años de cárcel, Aurora Rodríguez Carballeira quedó recluida en el psiquiátrico de Ciempozuelos hasta su muerte en 1955.

El libro, excelente en su eficaz distribución de los materiales narrativos, en su exacta manera de reportaje casi periodístico, es un retrato, no tanto de una madre y una hija, como de una época. Los conflictos de esa época son los conflictos de sus protagonistas. Ya había realizado Fernán Gómez, en 1977, la película Mi hija Hildegart, basada en los escritos de Eduardo de Guzmán. Para su relato, Erich Hackl ha escogido el doble itinerario de la realidad y la ficción. Cuando escribió hace más de veinte años esta novela, ahora preciosamente reeditada, no había tanto donde indagar como tuvo oportunidad de hacer después de publicada. La novela salió también en Cuba. Fue aquí donde -a partir de encontradas opiniones sobre las revoluciones individuales y colectivas- el autor añade otra de las posibles interpretaciones del crimen: "El hecho de que las aspiraciones revolucionarias de una generación (Aurora) se convirtieran en atormentadoras, restrictivas y autoritarias para la siguiente (Hildegart). La negativa a adoptar los objetivos y sobre todo los modales de los mayores no es aceptada por estos, que todavía manejan el poder".

Sean cuales sean las interpretaciones que se den sobre esas dos vidas casi irrepetibles, lo seguro es que lo que vivieron en su lucha, el mundo que las dos mujeres ansiaban conseguir apasionadamente, sigue en una feroz cuarentena en manos de quienes manejan el poder, ese poder que, según Aurora Rodríguez, sólo podría ser sustituido, para liberarlo de sus zarpazos, por el poder de la cultura y del conocimiento.