Tras conseguir el aplauso de la crítica especializada y la admiración de los aficionados más exigentes con esa obra maestra de la fantasía distópica que fue Juan Buscamares, el chileno Félix Vega decidió abrir un paréntesis en su faceta de autor independiente y libre de las modas y las exigencias del mercado para emplear su talento en realizar ilustraciones para los guiones del gran Enrique Sánchez Abuli o en trabajar en el mercado franco-belga con resultados sorprendentes como Vinland.

Sin embargo, los seguidores de su estilo hiperrealista y minucioso, cercano en ocasiones al de Vicente Segrelles, siempre han esperado que Vega volviera a sorprender realizando otra saga que al menos se acercara a aquella obra maestra. Pues bien, este Duam, la piedra de luz, es el trabajo del dibujante más cercano a dicho clásico. Mezclando mitología con religiones ancestrales, el autor latinoamericano dibuja un mundo en el que los humanos y los dioses se enfrentan continuamente ya que las divinidades se alimentan de los espíritus de los mortales. La lucha, sin embargo, no resulta desigual porque aunque los dioses posean poderes sobrenaturales, los humanos utilizan un arma letal contra estos poderosos enemigos que se llama la piedra de luz y que actúan en ellos como la kryptonita actuaba en Superman.

Ante la impositbilidad de que la victoria se decante hacia uno u otro lado, ambos bandos deciden pactar un armisticio que consiste en que los dioses dejan de matar personas para sobrevivir y sólo atraparan las almas de los fallecidos y los humanos entierran todas estas piedras de luz tan letales para ellos. Todo transcurre con normalidad hasta que una joven, Duam, desentierra uno de esos objetos con el propósito de devolver la vida a su mascota. Pero la protagonista va más allá y utiliza ese poder para resucitar a una niña evitando que se convierta en alimento de las divinidades, con lo que se produce la furia de estos y otro enfrentamiento.

Desde entonces se produce un verdadero vendaval de situaciones con personajes que guardan guiños a la literatura clásica fantástica, como los maestros machis que enseñan a los aprendices de chamán o la figura del Kamaañ capaz de construir muñecos que puedan sustituir a fallecidos. Los paralelismos con la citada Juan Buscamares surgen ya desde el guión. Y si Vega creó en su obra matriz una epopeya consistente en que un personaje atribulado tenía que enfrentarse a un mundo asolado por tempestades, soldados, bandidos y fanáticos religiosos, ahora, la nueva protagonista, se mueve por una realidad similar en un mundo mitológico en donde sale a relucir la rivalidad entre las diferentes divinidades.

Destacar, sobre todo, la belleza del trazo de Vega que supone subir un escalón en el estilo de maestros como Juan Giménez o Zoran Janjetov.