La imagen se hizo viral a través de las redes sociales y los medios de comunicación de todo el mundo. Tres versiones de una misma obra, un plátano amarillo pegado a una pared con cinta adhesiva gris, habían sido vendidas el pasado diciembre por 120.000 dólares cada una durante la Feria Art Basel de Miami. La obra era original del artista italiano Maurizio Cattelan, famoso por haber sorprendido y/o escandalizado con montajes e instalaciones como maniquíes de niños ahorcados, el Papa Juan Pablo II derribado por un meteorito, Hitler con cuerpo de niño rezando o el retrete de oro macizo en el que se invitaba a la gente a defecar.

El plátano de Cattelan, titulado Comediante (los títulos de las obras de estos artistas son merecedores de un comentario aparte), es al mismo tiempo, según Emmanuel Perrotin, asistente de Cattelan, que lo compró en una frutería de Miami, "un símbolo del comercio global y un artefacto para el humor".

No es la primera vez que una obra de arte contemporáneo escandaliza a los espectadores. Recordemos los excrementos enlatados de Piero Manzoni con el rótulo Merde d'artiste que la Tate Gallery compró por más de 30.000 euros la pieza, los cuadros de Andy Warhol, Rauschenberg y Chris Ofili pintados respectivamente con orina, basura y boñiga de elefante, la chaqueta de piel de Jim Hodges tirada en una esquina, los globos de Friedman unidos por cuerdas de las que cuelgan un par de calzoncillos, la pelota de baloncesto flotando en un tanque de agua, de Jeff Koons? una cadena interminable de obras protegidas bajo la etiqueta arte contemporáneo que para asombro de muchos alcanzan importantes cifras de ventas en subastas y galerías.

Desde los años 50 del siglo XX, el momento en que Yves Klein inició el movimiento de arte conceptual con la presentación en París de su exposición Vacío, que dio lugar a los happening, las performances, el Land art y las antropometrías de los body painting (en las que Klein utilizaba como pinceles cuerpos desnudos de mujeres untados con pintura azul), el ingenio y la provocación se han convertido en los grandes protagonistas del arte contemporáneo, al que se asiste entre el interés, el asombro y el escepticismo.

Una de las obras más conocidas y polémicas es un tiburón conservado en formol al que su autor, el artista británico Damien Hirst, tituló La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo. El magnate de la publicidad y coleccionista de arte Charles Saatchi lo vendió por 12 millones de dólares al millonario Steve Cohen, quien lo donó al Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York. A los pocos meses hubo que sustituirlo por otro ejemplar, ya que el original se descomponía. Otra obra de Hirst, Por el amor de Dios, una calavera con 8.600 diamantes incrustados, fue en su día la obra de arte más cara de un artista vivo: 50 millones de libras.

El Premio Turner, que se falla cada año en Inglaterra, se ha convertido en uno de los más esperados y polémicos: es el que ha encumbrado la cama deshecha de Tracey Emin, las obscenidades sexuales de Paul McCarthy, el caballo muerto de Berlinde de Bruyckere o la habitación con una luz que se apaga y se enciende de Martin Creed.

El 29 de mayo de 2014 durante una performance, Deborah De Robertis se sentó en el suelo, desnuda y con las piernas abiertas, justo debajo del cuadro El origen del mundo de Gustave Courbet, que cuelga en el Museo D'Orsay de París, y abrió con las manos su sexo a las miradas del público. Su objetivo: eliminar la distancia artística entre la obra de Courbet y los espectadores. Al año siguiente la misma artista se desnudaba delante de la Olympia de Manet, que presenta el cuerpo desnudo de una prostituta.

El efecto sorpresa que persigue el arte contemporáneo ha dado lugar a situaciones sorprendentes, como cuando en octubre de 2015 la mujer de la limpieza de un museo de arte moderno de Bolzano (Italia) envió a la basura una instalación de Sarah Goldschmied y Eleanora Chiari formada por botellas vacías, cajetillas de tabaco vacías y confeti pisoteado que simbolizaban, según las artistas, el fin del consumismo y la especulación financiera. O la creencia de que el apuñalamiento de una mujer durante la Art Basel de Miami en diciembre de ese mismo año fuese tomada por una performance al haberse producido frente a una instalación titulada The Swamp of Sagitarius de la artista Naomi Fisher. Una de las más dramáticas fue la escena del asesinato a tiros del embajador de Rusia en Turquía, Andrey Karlov, durante la presentación de una exposición en una galería de arte de Ankara mientras los asistentes pensaban en un primer momento que se trataba de otra representación.

También el plátano de Maurizio Cattelan tuvo un destino utilitario cuando el artista performativo David Datuna arrancó uno de los modelos de la pared en la que estaba pegado y se lo comió. Claro que, para que quedase constancia, tuvo el detalle de grabar su performance y colgarla en internet para que todo el mundo pueda verla: su reproducción viral le proporcionará unos cuantos miles de dólares más.