La diezmada nómina de los veteranos telegrafistas –hermosa profesión que el vendaval de las nuevas tecnologías se llevó sin remedio– acaba de sufrir, en apenas horas, una doble pérdida irremediable. Se han ido de nuestra cercanía Rafael Zurita Molina y Wladimiro Pareja Siverio.

Wladimiro y este viejo periodista que hoy los recuerda nos incorporamos a finales de los años cincuenta del siglo anterior al quehacer del centro regional de Telecomunicación de la capital tinerfeña, que soportaba por entonces una actividad frenética; Rafael, unos años más joven, lo hizo cuando iban a despuntar o despuntaban los sesenta. Eran tiempos de penurias incontables, de férrea disciplina laboral casi castrense, de suplir con imaginación y tesón las carencias y deficiencias técnicas de un servicio estatal desmantelado por la guerra civil y el posterior cerco de aislamiento provocado por el franquismo. Los tres desempeñamos cargos de responsabilidad durante nuestra larga vinculación al mundo de las telecomunicaciones; los tres, por fortuna, escapamos antes de que fuera arrasado; los tres, además de compañeros, fuimos amigos.

El trasiego diario de palabras, su roce o su fricción, el flujo constante de mensajes de muy dispar carácter y sentido, eje de nuestra actividad cotidiana, acabó por despertar sin duda en Wladimiro Pareja y en Rafael Zurita, hasta cuajar con fuerza, la funesta manía de escribir, como obviamente la intensificó y decantó también en este periodista noventón. Pareja orientó sus inquietudes literarias hacia el horizonte de la ficción. Escribió y vio publicados cuentos y narraciones cortas. Obtuvo, entre otros, los premios de relatos breves Santa Cruz de Tenerife y Ciudad de La Laguna. CajaCanarias lo galardonó varias veces. Recuerdo haber sido jurado de al menos uno de los Ángel Acosta de narrativa, que convocaba por Navidad el vespertino tinerfeño en los años setenta, con los que se hizo. De sus libros me vienen a la memoria La carroza capicúa (1989), El cazador y Sequía (1996), Yo, Drago (2006) y los nacionales de la ONCE para autores con discapacidad visual El granero hilvanado (2011) y Los valles de San Bartolomé (2018). Cuando una ceguera progresiva, que acabó siendo total, lo fue invadiendo, no se arredró y en su retiro de Bajamar mantuvo su empeño y su pasión, que trasladaba a mano al papel, pacientemente, letra tras letra.

Con Rafa, la relación interpersonal tuvo un sesgo un tanto diferente, ese punto de complicidad que suele generar la confluencia de actividades distintas pero afines: a la de compañeros en comunicación habitual a través de los teletipos se unía, y de ahí la sutil diferencia, la del periodismo, que Rafael vivía con fuerza y a veces hasta con angustia, pero más desde la vertiente empresarial que de la noticiosa. Ansiaba para La Tarde la categoría y la influencia de un periódico puntero. Consiguió modernizar varios de los sistemas de confección y producción obsoletos que arrastraba el vespertino. Mantuvimos una muy larga amistad sin la mínima fisura. Era cercano y efusivo. Nos veíamos con frecuencia en la redacción y en ocasiones nos dejaba algún artículo, para que se publicara, eso sí, camuflado siempre en el seudónimo Venancio Alonso, de forma que no se supiera quién era su autor. El periodismo lo llevaba en las venas. Años más después, desaparecida La Tarde, colaboró, con su firma, en Diario de Avisos. En su haber cuenta también la fundación de varias revistas tinerfeñas.

Rafael Zurita heredó de don Víctor, su padre, el amor encendido a su ciudad natal, Santa Cruz de Tenerife, a la que defendía con ardor. El suyo era un querer apasionado, que se le traslucía no únicamente en las palabras sino también en los gestos, en el ímpetu con que se expresaba, sobre todo si era en defensa de intereses que consideraba legítimos para su pueblo. Esa devoción sin límites la condensó en tres libros, que compendian con lucidez y fuerza sus querencias, sus afanes y su tinerfeñismo de ley de la mejor: Tenerife con olor a tinta (2003), Santa Cruz de Tenerife. Cronografía de un paisaje (2007) y Crónicas del puerto de Santa Cruz de Tenerife. Siglo XX (2011). Últimamente andaba en un empeño ambicioso, un trabajo que, obviamente, se centraba en la isla, en su capital y en su puerto. Con ese motivo me llamaba con frecuencia por teléfono. En realidad, dada la poca ayuda que este periodista le podía prestar, era excelente pretexto para continuar afianzando la común amistad, casi tan larga como nuestra propia existencia.

Wladimiro y Rafael en la memoria, estremecida por el definitivo adiós.

Eliseo Izquierdo