El calor matará el doble en Canarias en un planeta dos grados más caliente

Desde 2020 los eventos extremos de calor en Canarias ocurren cada veinte años | Los científicos llaman a la adaptación efectiva no solo a estos eventos sino a los futuros

Un hombre se refresca en una pequeña fuente en Santa Cruz durante la última ola de calor de agosto

Un hombre se refresca en una pequeña fuente en Santa Cruz durante la última ola de calor de agosto / María Pisaca

Verónica Pavés

Verónica Pavés

El de 2003 fue un verano sin precedentes. Solo en París murieron 2.700 personas, Córdoba alcanzó los 46,2 grados y Canarias vivió 8 días de calor consecutivos. Fue uno de esos eventos «raros» que solo se produce una vez cada 100 años. Sin embargo, el cambio climático está provocando que el intenso calor que se vivió ese año cada vez sea más habitual. En un planeta más caliente, en concreto con dos grados más de temperatura,

Canarias sufrirá esos eventos de calor extremos cada cuatro años. El calor matará entonces el doble de lo que lo hace a día de hoy, provocando que el 7% de las muertes en las Islas se puedan atribuir directamente a los efectos de las altas temperaturas.

Así se sustrae de un reciente estudio publicado en Nature Communications, en el que un grupo de investigadores internacional ha calculado los cambios en la frecuencia de eventos extremos por calor y la mortalidad asociada a ellos en un escenario climático en el que el planeta se caliente más de dos grados.

La mortalidad relacionada con el calor se ha identificado como uno de los principales extremos climáticos que suponen un riesgo para la salud humana. Las investigaciones actuales se centran sobre todo en cómo aumenta la mortalidad por calor con el aumento de la temperatura media mundial. Sin embargo, mostramos que estos cambios están fuertemente impulsados por extremos que se vuelven más frecuentes y extremos hasta ahora invisibles que alcanzan territorios inexplorados.

Canarias se incluye en un extenso análisis probabilístico en el que se encuentran 748 localidades de 47 países. El estudio combina las relaciones empíricas entre el calor y la mortalidad y, por otra, los datos de los modelos climáticos con el fin de identificar probables eventos estivales pasados y futuros de gran impacto.

El objetivo del estudio era valorar cómo los eventos de calor extremo, –que el estudio concibe como aquellos que antes sucedían una vez cada 100 años–, han cambiado su periodicidad debido al cambio climático. «Queríamos calcular el periodo de retorno de estos eventos extremos, es decir, con qué periodicidad volvían a ocurrir», explica el investigador Dominic Royé de la Fundación para la Investigación del Clima (FIClima), que es coautor de este artículo.

En Canarias, desde el año 2020, ya no ocurren una vez cada cien años, sino una vez cada 20. Una cifra que irá disminuyendo a medida que aumente la temperatura del planeta. Con 1,5 grados de incremento en la temperatura, Canarias vivirá eventos extremos de calor cada 10 años. En un escenario donde las temperaturas crezcan hasta por encima de los dos grados, el periodo de recurrencia de estas intensas olas de calor será de una vez cada cuatro años.

En paralelo, el calor tendrá mayores consecuencias en la salud de la población. La mortalidad asociada a las altas temperaturas se duplicará en un futuro con un planeta más caliente, aunque la tendencia ya ha comenzado. De hecho, si en el año 2000 las muertes atribuibles por las altas temperaturas ascendía a un 2% en toda Canarias, en 2020 esa cifra había ascendido hasta casi el 4%. Con 1,5 grados más, la mortalidad asociada al calor será del 5% y con 2 grados, hasta el 7,5%.

Como los efectos del calor no son lineales ni homogéneos, «se deben esperar impactos sin precedentes en la salud humana», tal y como explica Royé, que incide especialmente en los más desfavorecidos, que son más vulnerables al aumento de temperaturas. Las conclusiones del estudio subrayan la urgente necesidad de una fuerte mitigación y adaptación para reducir los impactos sobre la vida humana.

En España, un evento extremo estival que en un pasado reciente se podía dar en 1 de cada 100 años, en la actualidad en Barcelona, por ejemplo, su frecuencia ha aumentado a 1 cada 10 años en 2020. Con un calentamiento global de 2 grados , se espera que sean uno cada dos años. La mortalidad atribuible al calor de un evento secular pasaría del 7,4% en 2020 al 13% en un mundo de dos grados de calentamiento global.

El problema no solo está en que los eventos extremos de calor se conviertan en visitantes habituales del Archipiélago, sino que darán paso a nuevos extremos aún más intensos. «Los extremos actuales se van a convertir en lo normal y los nuevos extremos estarán muy por encima de ese límite», resume Royé, que entiende que es imposible «imaginar» cuál podrá ser su impacto.

Mientras los países se ponen de acuerdo en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar llegar al punto de no retorno, a Canarias solo le queda adaptarse a las nuevas condiciones climáticas que prevalecerán en el planeta. Para ello, «debemos pensar no solo en los eventos extremos actuales, sino en los que se produzcan cada 100 años en el futuro».

Como advierte, «no existe una solución única ni sencilla», pero ya hay medidas que se pueden llevar a cabo, especialmente en las ciudades. Y es que es en estos entornos donde se producen más «islas de calor» que contribuyen a aumentar las temperaturas del entorno. En este sentido, aumentar las zonas verdes o azules (con agua), rediseñar las calles para reducir la utilización de vehículo privado o crear refugios climáticos pueden contribuir a reducir la exposición de la población a las altas temperaturas en el futuro.

«Con este enfoque podemos cuantificar el impacto potencial directo del cambio climático en la salud humana», reseña Royé, que insiste en la importancia de poder acceder a datos pormenorizados y locales. «Los resultados a nivel de ciudad son más prácticos para los responsables de la toma de decisiones así como para las autoridades de salud pública», explica.

Esta información puede ser de gran utilidad para los gobiernos y de quienes se encargan de tomar decisiones para evitar las consecuencias más graves para la población y con el fin de prepararse para las condiciones extremas del futuro. «Así se podrá dar la oportunidad a una mejor adaptación y reducción de la vulnerabilidad, que es la aplicación final más importante del estudio», concluye Royé.

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