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El infierno de sobrevivir: relato de una víctima de un intento de asesinato machista

Miriam Cabrera fue víctima de un intento de asesinato machista en 2020. Sobrevivió a las puñaladas, pero la desidia posterior de la Administración le ha llevado a coquetear con el suicidio

Miriam Cabrera, la mujer icodense víctima de un intento de asesinato machista en 2020. El Día

Miriam Cabrera creyó que había caído en el infierno el día en el que intentaron asesinarla, pero no sabía que el verdadero infierno lo iba a vivir al sobrevivir. Miriam, icodense de toda la vida, sufrió el cúlmen de la violencia machista a manos de su expareja el pasado 11 de marzo de 2020. A pesar de las puñaladas, el degüello, las patadas, la vejación y los insultos, Miriam sabía que tenía que vivir al menos unos minutos más para poder salvar a su hijo, que cuando volviera del colegio se encontraría con su agresor queriendo hacerle lo mismo a él. Con una fuerza de voluntad imparable salió de la prisión en la que se había convertido su casa y alertó al pueblo de lo que había ocurrido. Sobrevivió a un atentado machista. Sin embargo, dos años después de vivir el auténtico terror, le ha sido imposible rehacer su vida debido a la desidia y la lentitud de una Administración que nunca pensó que fuera a sobrevivir.  

Apenas llevaba cinco meses saliendo con aquel hombre cuando todo sucedió. Tres meses antes le había pedido que se fueran a vivir juntos, dado que ella se acababa de comprar una casa. A regañadientes, aceptó. «Yo no quería, me parecía muy pronto, pero como él no tenía trabajo dejé que se instalara conmigo y mi hijo pequeño», rememora Cabrera. Los problemas empezaron entonces. «Era muy controlador, me cogía el móvil cuando me metía en la ducha, me insultaba por cómo iba vestida, discutíamos a diario y me echaba la culpa de todo», explica. Por aquel entonces no sabía identificar aquello como violencia de género, pero algo dentro de ella le decía que aquel comportamiento estaba mal. 

Manipulación, control y violencia

Si comenzaron la convivencia en enero, el 11 de marzo Miriam no aguantaba más. Sus manipulaciones, su control y la presión psicológica que aquel hombre al que apenas acababa de conocer ejercía sobre ella le estaba sobrepasando. «Le dije que recogiera sus cosas y se fuera», narra. En ese preciso instante, y aprovechando un momento de indefensión, el agresor se lanzó sobre ella con un cuchillo. «Tenía clavado en el pecho un cuchillo de 20 centímetros que mi agresor empezó a mover para hacerme el mayor daño posible», recuerda. Durante una hora y media, mientras ella perdía más y más sangre, él aprovechó para contarle sus planes. Le iba a robar todo el dinero, llevarse su coche y matar a su hijo también. 

A la mujer le han denegado la discapacidad pese a tener destrozada la pared abdominal

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Tirada en el suelo lo veía «fumando un cigarro tras otro», mientras ella luchaba por sobrevivir y le trataba de convencer de que llamara a una ambulancia. No solo no lo hizo, sino que siguió enumerando las razones por las que merecía morir. «Me dijo que era mala por no haberle regalado mi casa», explica. Después de casi tres horas, la degolló y, para cerciorarse de que había muerto, le propinó varias patadas y le clavó de nuevo el puñal. «Me quedé callada, tenía que sobrevivir».

Él salió de la casa y, en ese impass, ella sacó las pocas fuerzas que le quedaban para salir de aquella cárcel en la que se había convertido su casa. «Me iba arrastrando, con los intestinos por fuera y perdiendo mucha sangre, no sé cómo me incorporé para abrir los pestillos de la puerta y una vez fuera empecé a rodar por las escaleras», rememora. «Tenía muchísimo dolor, pero no paraba de pensar en que tenía seguir rodando para salvar a mi hijo». En la calle se encontró con unos operarios de limpieza y en cuestión de segundos, estaban allí las fuerzas de seguridad y los sanitarios. «Perdí el conocimiento cuando ya estaba en la ambulancia». No volvió a despertar hasta cuatro meses después. 

Su ingreso en el Hospital Universitario de Canarias (HUC) fue muy duro. Sus órganos estaban totalmente desfigurados y las continuas transfusiones de sangre le habían causado varios trombos y hasta un pseuaneurisma. Pero fue un evento en concreto por el que casi no lo cuenta. «Un trombo llegó a los pulmones, los sanitarios pensaban que no salía e incluso dejaron a mi madre despedirse de mí», explica. 

Falta de apoyo

En el tiempo que ella pasó hospitalizada, su madre trató de buscar apoyo en el Servicio de Atención Integral a las Víctimas de Violencia de Género. Quería solicitar alguna ayuda que procurara la recuperación económica de su hija y su nieto, para que cuando esta despertara pudiera retomar su vida donde la dejó. La trabajadora social que la atendió le dijo que no podía tramitar ayuda alguna hasta que no saliera del hospital y añadió:«Ya veremos si despierta».

Miriam Cabrera con su caballo. El Día

Su cuerpo intentaba morir, pero Miriam no le dejó. Se despertó del coma cuatro meses después en un mundo totalmente diferente. «No me dejaban tocar a nadie y los sanitarios iban forrados con unos buzos de protección», rememora. Lo que no sabía en aquel entonces es que apenas cuatro días después de su intento de asesinato España había decretado el Estado de Alarma por el coronavirus. «Por más que me lo explicaran, no lo podía comprender», resalta. 

Miriam volvió a sobrevivir. «Salí del hospital convencida de que yo no tenía la culpa de lo que me había sucedido y que, como ser humano, debía tener derecho a disponer de apoyo para poder salir de esa situación sobrevenida», relata. Lo que encontró fue todo lo contrario: una serie de obstáculos burocráticos y administrativos que no hacían más que dificultarle la vida que tanto había luchado por mantener. «Gracias a mi madre pudimos comer, pero muchas veces no era suficiente y llegamos a tener que pedir ayuda a Cáritas para poder tener algo que llevarnos a la boca», asegura. 

Viendo que ni el Estado ni el Gobierno de Canarias respondía por su condición de víctima de violencia de género, decidió solicitar la discapacidad. Al fin y al cabo, ya no era la misma persona ni mental ni físicamente. «No puedo forzar la pared abdominal, tengo muchas lesiones internas y los órganos cosidos», afirma. Además, tiene diagnosticado un trastorno de estrés postraumático. No en vano había sufrido uno de las experiencias más espeluznantes a las que se puede enfrentar un ser humano: una agresión con intención de matarla. 

Miriam Cabrera en una entrevista tras conceder una entrevista a Telecinco. El Día

Sin discapacidad

Pero también le denegaron el reconocimiento de la discapacidad. Lo hicieron sin ni siquiera evaluarla a fondo. «Los informes del Tribunal Médico valoran que no tengo más que una cicatriz a nivel dermatológico y un trastorno de la afectividad que no sabe muy bien de dónde viene», relata la mujer, que asegura que nadie la vio antes del dictamen. Posteriormente acudió a la vía judicial buscando una nueva valoración, y la médico forense –que tampoco la vio– ratificó aquella evaluación. 

«No pretendo que nadie me regale nada, solo quiero que me valoren de verdad», insiste. Y es que, a su juicio, todas estas valoraciones se han realizado sin detenerse a mirar de verdad lo que le ocurría. Nadie le entendía ni parecía entender lo que acababa de pasar, pero aún así perseveró. Llamó a todas las puertas buscando una mano amiga, comprensión y ayuda. Se sentía tan desamparada después de lo que le había ocurrido que acabó mentalmente agotada y desesperanzada. Llegó a juguetear con la muerte. «Eres fuerte pero hay un día que no puedes más», destaca y, admite: «tuve ganas de estallarme la cabeza, pero mi sentido común me dijo que buscara ayuda». 

Después de un año viéndose totalmente abandonada por la administración, ha conseguido una pequeña ayuda de 460 euros mensuales y, junto a la ayuda psiquiátrica, va recobrando poco a poco su vida. Sin embargo, el cúmulo de despropósitos que ha vivido en estos dos últimos años le lleva a pensar que el sistema de atención a la mujer «no funciona». «El sistema está hecho para que te aburras, acabes desistiendo de la ayuda o te suicides», asegura con dureza. En este sentido, considera «erróneo» tratar a la víctima como una persona desamparada, y destaca que las ayudas deberían estar dirigidas a conseguir «empoderar» a la mujer después de ese trance para que «sea ella quien sepa resolver el problema». 

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