"Hola. Siento mucho tener que escribir este mensaje, pero me vuelvo a Ucrania. Aquí [en España] no puedo vivir, es sólo trabajar para pagar alquiler y comida. Lo que gano aquí no lo veo. Regreso en coche y necesito dinero para gasolina, por lo que estaré muy agradecido con cualquier ayuda".

Este es el mensaje que mandó Yurii Blazhenets a sus contactos españoles por Whatsapp la semana pasada. Llegó en abril a nuestro país y regresa a Kiev en unos días. El interés informativo sobre el conflicto se diluye y la vida de los refugiados ucranianos que llegaron con toda la pompa y atención mediática cuando estalló la guerra se ha ido complicando con el paso del tiempo.

Yurii no es el único en hacer el viaje de vuelta. Katya Halushka volverá a Kiev con su hija de 6 años a finales de agosto para intentar que la niña empiece allí el curso escolar. "Mi familia sigue allí y aquí no tenemos trabajo ni ayudas. No podemos hacer vida normal", cuenta a este diario desde casa de unos amigos ucranianos que les dan hospedaje a las afueras de Madrid.

En toda España hay familias ucranianas que llegaron escapando de la guerra y que se marcharán de aquí escapando de la inflación y la incierta situación económica. Es el principal argumento que esgrimen: el mercado laboral sólo les ofrece empleos precarios y deben invertir todo su sueldo en pagar gastos. Además, algunos de ellos han sido expulsados del programa de acogida a los refugiados que puso en marcha el Ministerio de Inclusión y que aplica Cruz Roja.

Expulsados

Yurii regresará a su país con Svitlana Sytenko, su esposa. Llegaron por separado. Yurii (42 años) fue uno de esos casos raros de varones ucranianos a los que les permitieron abandonar el país. Es abogado y habla un español perfecto, que estudia desde su etapa en la Universidad de Kiev. Por eso cuenta con numerosos clientes españoles con negocios en Ucrania.

"Si podías demostrar que tenías residencia en otro país o algo similar, como empresas, te dejaban salir", recuerda ahora desde Barcelona, donde ha tenido que alquilar una habitación. Antes estuvo en Madrid, acogido por el programa de refugiados de Cruz Roja dependiente del Ministerio de Inclusión.

"Cuando llegué me mandaron a un hotel en Parla (Madrid) donde te dan alojamiento y manutención a cambio de que hagas cursos para aprender español. Pero qué curso voy a hacer yo, si tengo la licenciatura. Hablo español perfectamente. Lo que necesito es trabajar", incide. Y como tiene antiguos clientes en España, a las pocas semanas de caer en el hotel de Parla (y con su mujer ya aquí) tomó carretera y manta. Vagó por varias ciudades para visitarlos y conseguir trabajo.

"Cinco días estuve fuera. Cuando regresé al hotel, me dijeron que ya no había cama para mí. Que me habían expulsado del programa porque me había ausentado más de tres días de la habitación que me habían asignado. Que había mucha gente esperando esa oportunidad y que yo estaba fuera", le explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, diario integrante del grupo Prensa Ibérica al igual que este medio.

La matrícula

Su esposa Svitlana no fue expulsada, pero la echaron de facto: "Mi mujer no se iba a quedar allí sola. Se vino conmigo. Estuvimos en varios lugares, pagando alojamiento, antes de que unos amigos de Tenerife se enterasen de nuestra situación y nos invitasen a irnos con ellos", explica. La fotografía que abre este reportaje es Svitlana durante su estancia en Tenerife.

Finalmente, han tenido que regresar a la península. Yurii tiene aquí aún algo de trabajo y en Canarias no. "Vamos pagando habitaciones, hoteles, apartamentos. A veces algún amigo nos dice que nos quedemos en su casa. Pero esta situación no la podemos mantener", detalla resignado, recordando que no son los únicos problemas a los que se enfrentan.

"Yo llegué a España en mi coche. Ahora tengo que matricularlo aquí o me pondrán una multa. Como el coche tiene menos de un año, el coste de rematricular es de más de 5.000 euros. Todos son gastos, pero ayudas no nos dan. A los que tienen que aprender español desde cero les dan clases, pero a los que ya sabemos nos echan del programa", resume.

Avión con niños ucranianos.

72 horas

Algo similar le pasó a Katya (27 años), que tiene a su marido en Kiev. No habla aún un español fluido y Yurii traduce. Se conocen de un grupo de WhatsApp de refugiados ucranianos donde cada uno expone sus problemas. La mayoría se queja del coste de la vida en España en comparación a los sueldos a los que pueden aspirar. Pero en el caso de Katia, también hay una expulsión el programa.

"Desde que llegué he intentado cumplir con lo que me han dicho y aprender español. Me he buscado trabajo, pero sólo me llamaban a veces de un almacén en el que me pagaban 40 euros al día", cuenta. Durante los primeros meses estuvo hospedada en el mismo hotel de Parla al que fueron a parar sus compatriotas Yurii y Svitlana.

"Tenemos unos amigos ucranianos en un pueblo de Madrid que nos invitaron por unos días. El hotel es un sitio difícil para vivir con una niña pequeña. Una vez salí a buscar trabajo y la dejé al cuidado de una amiga ucraniana que también vivía en el hotel. Hubo un momento en que la niña se despistó y se metió sola en el comedor. Se creyeron que estaba abandonada y hubo problemas hasta que no se consiguió aclarar la situación", recuerda.

Tras aquel episodio, pasaron tres días en casa de esos amigos ucranianos que residen a las afueras. "Volvimos al hotel a los 3 días, apenas habían pasado 72 horas desde que nos marchamos. Al regresar, nos dijeron que ya no teníamos habitación allí. Que habíamos pasado mucho tiempo fuera y que cogiéramos nuestras cosas porque ya no nos podíamos quedar en el hotel", concluye.

Ahora permanecen forzosamente en casa de esos amigos ucranianos, esperando a volver a Kiev en breve. "Aunque tuviera un trabajo, para alquilar un pequeño piso me piden nóminas y fianza. No lo puedo aportar porque no tengo nada de eso". Dice que no le da miedo la guerra, "porque al menos estaré cerca de mi familia y no me faltará un sitio donde dormir".

Las normas

Desde Cruz Roja han explicado a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA que el sistema de acogida está sometido a unas normas que hay que cumplir y que es el Ministerio de Inclusión el que marca las pautas. "No podría decir nada de esos casos en concreto porque no los conozco. Cruz Roja gestiona ahora mismo 9.300 casos", cuenta Cristina Domínguez, referente estatal del programa de personas refugiadas y solicitantes de protección internacional de Cruz Roja.

Sí que apunta que "el programa tiene varias fases, en las que se les aporta desde necesidades básicas como alojamiento y comida hasta ayudas para el alquiler, pasando por clases de español, ayuda psicológica, formación para conseguir trabajo, etc. Y que, aunque no se rechaza a nadie, está pensado para la gente que tiene menos recursos. Por tanto, hay que justificar las salidas y estancias fuera de los centros".

"Si tienen recursos, acaban fuera del programa. El tiempo máximo en el que puede estar dentro es de entre 18 y 24 meses en función de la vulnerabilidad de cada caso. Durante ese tiempo se les aportan muchas cosas orientadas a que aprendan español para poder desenvolverse y formación laboral. Y se espera que vengan más. Es mucha gente y el coste por refugiado es muy elevado. Por eso necesitamos que justifiquen sus salidas y su situación". No obstante, también le consta "que hay familias que están regresando a Ucrania y que con el comienzo del curso escolar pueden ser más".

Los compromisos

En parecidos términos se expresan en el Ministerio de Inclusión donde recuerdan a este periódico que cuando llega un refugiado tiene que firmar un documento personal con una serie de compromisos que tienen que cumplir. "El otro día uno nos dijo que se iba a ausentar no sé cuántos días porque se iba de vacaciones. Y eso no puede ser. Es normal que pierdan su plaza en algunos casos".

No aclaran desde el Ministerio cuántas personas han salido del programa, cuáles son las bases específicas que hay que incumplir para la expulsión o si hay un plazo determinado de noches que puedan ausentarse. Pero insisten en que cada caso es particular. "Los recursos están pensados para los más vulnerables y el estado está haciendo un gran esfuerzo económico. Por eso tienen que cumplir los compromisos que firman".

Se espera que vengan más, pero también son frecuentes los casos de ucranianos que prefieren volver a una tierra en conflicto que malvivir en España. Alguno optan por probar suerte en Alemania o Polonia, los países que mejor han organizado desde el punto de vista gubernamental la acogida, en opinión de la Fundación Madrina, una entidad solidaria que ayuda a más de 1.800 familias de acogida.

Ahora han puesto en marcha ‘SosUkraine’, una línea telefónica de ayuda 24 horas para apoyar a los ucranianos recién llegados, de los que dicen que "no pueden permitirse alquilar un piso o una habitación suelta". "Se mueren de hambre. La administración parece haberse desconectado de la gravísima situación de estas familias refugiadas”, añade la Fundación, donde creen que el sistema se ha quedado sin recursos y obliga a algunos refugiados a debatirse entre mendigar y volver a Ucrania.

Son muchos los que se van. Hay casos, como el de Granada, en el que se ha documentado la marcha de al menos 100 familias que habían llegado escapando de la guerra, según Ideal. Las razones son las mismas que esgrimen los ucranianos que atienden a este diario: no ven futuro en España con los precios, los sueldos y la situación del mercado laboral.