Llegó a Canarias en busca de un puerto donde convertirse en restaurante flotante, pero más de dos años después ha comenzado el proceso para despedirse del Archipiélago y de España tras diez años. El catamarán Sira, que en 2017 protagonizó un episodio del programa de televisión Pesadilla en la cocina cuando aún se llamaba Némesis, se somete durante estas semanas a una completa puesta a punto en un astillero de Las Palmas de Gran Canaria tras varios intentos infructuosos para lograr un atraque fijo en algún puerto o muelle deportivo de la Isla. Su siguiente destino, según fuentes cercanas, se encuentra «al 95%» fuera de España después de haber probado suerte en Baleares, Cataluña y Canarias.

El Sira, un catamarán de 432 toneladas y cuatro cubiertas construido en 1992, se encuentra desde mediados de febrero en el astillero Repnaval-Zamakona, donde está siendo transformado por completo. Los trabajos, que se alargarán durante un mes y medio más, abarcan todo el navío desde su exterior, que será repintado en gris con toques rojos, hasta los 1.000 metros cuadrados que suman sus espacios interiores, que contarán con mobiliario nuevo y una mejor distribución de las estancias. Su propietario quiere renovar el barco para dotarlo de mayor confort, reducir su aforo –podrá tener un máximo de 250 ocupantes– y facilitar de este modo la venta tras un largo tiempo en el que ha permanecido ocioso. 

Esta es la segunda ocasión en la que el barco entra en seco desde que llegó a Las Palmas de Gran Canaria en el verano de 2019. Antes de la capital de la Isla lo había intentado en el sur y en otras localizaciones de la costa española, como Ibiza o Barcelona. En la meca de la diversión sirvió como localización para fiestas en alta mar y en capital catalana, el Sira –que por entonces aún navegaba con el nombre Némesis– llegó a protagonizar un capítulo del programa de televisión Pesadilla en la cocina, en el que el chef Alberto Chicote asesora a restaurantes en apuros. En el episodio, los camareros se afanaban por servir platos en alta mar, pero el vaivén de las olas convertía el servicio en algo imposible ante la mirada atónita del cocinero y los clientes. 

Tras aquel episodio, el Némesis cambió de nombre y de aguas en busca de una nueva oportunidad. Se convirtió en Sira y del Mediterráneo catalán llegó al Atlántico canario, primero al muelle deportivo de Pasito Blanco, al sur de Gran Canaria, y a continuación a la marina de la capital de la Isla. Los propietarios tenían en mente atender en el restaurante a una clientela compuesta por turistas y locales aprovechando la gran actividad comercial de la zona portuaria de Las Palmas de Gran Canaria, pero la normativa ha complicado la viabilidad del proyecto.

Los responsables del catamarán barajaron varias opciones para instalarse en alguna zona del Puerto de Las Palmas. Primero pensaron en solicitar espacio en el Muelle Deportivo –de hecho, el Sira ha permanecido atracado durante toda la pandemia en uno de sus diques convirtiéndose en objeto de los fotógrafos aficionados a los barcos–, pero la catalogación de estas instalaciones como centro náutico en vez de muelle comercial auguraba complicaciones para mantener la actividad de restauración durante las grandes regatas trasatlánticas que parten de la Isla en otoño e invierno.

Tras descartar la opción de la dársena de embarcaciones menores, el siguiente muelle señalado fue el Santa Catalina, junto a la terminal de cruceros. El armador del Sira llegó a formalizar ante la Autoridad Portuaria de Las Palmas una solicitud para instalarse en el tramo sur del muelle, frente a la terraza del centro comercial contiguo, pero fue rechazada por la administración. Por último se estudió la posibilidad de llevarlo al entorno del muelle Sanapú, que también se encuentra en el istmo, cuenta con zonas de aparcamiento en el entorno y dispone de fácil acceso al resto de la ciudad.  

Mientras continúa su larga transformación en seco, el Sira aún intentará otra petición para tratar de abrir sus puertas en Las Palmas de Gran Canaria como restaurante flotante permaneciendo amarrado en todo momento. Las posibilidades son escasas, según reconocen fuentes cercanas, debido a las autorizaciones que deben obtener de distintas administraciones y a las propias condiciones de la legislación portuaria, más proclive a otorgar autorizaciones temporales que concesiones a largo plazo para este tipo de proyectos. «Es el último intento en España», recalcan.