El bicho le tocó de lleno cuando el coronavirus empezó a ser noticia en las Islas por la cuarentena del hotel H10 de Adeje. Fue uno de los primeros sanitarios que se contagiaron en Canarias y año y medio después continúa «peleando» para neutralizar los destrozos causados por la variante Delta. 


Lleva dos décadas trabajando en el Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria y sobra decir que jamás se había tenido que enfrentar a una crisis de esta envergadura. Juan Francisco Espino (Santa Cruz de Tenerife, 1978) es enfermero del área quirúrgica y lo que ha visto en los últimos 18 meses le suena a ciencia ficción. «En 20 años nunca habíamos dejado de operar», comenta en referencia a los trastornos ocasionados por una pandemia que conoce de cerca.

Kiko, como lo llaman sus compañeros más cercanos, se contagió en marzo de 2020, justo cuando toda la atención estaba centrada en la cuarentena impuesta en el hotel H10 de Adeje: el origen de su positivo fue un brote que afectó a un grupo de sanitarios que se desplazó a la Península a un congreso (en el avión de vuelta a la Isla nadie llevaba mascarillas) y que inicialmente dejó 14 bajas: «En casa caí yo, mi mujer y su hijo (17 años)», cuenta el padre de dos niñas (no cayeron enfermas) que en el pasado tuvo contacto con alguna experiencia de riesgo cuando en la Candelaria se activó un protocolo de emergencia por una alerta de ébola.

«Aún no nos habíamos enfrentado a algo así», incide un profesional que estuvo de baja algo más de un mes antes de volver al hospital. «Las sensaciones cuando estaba en casa eran horribles; leía y escuchaba las noticias y lo que se me pasaba por la cabeza es que me iba a morir... Afortunadamente, todos superamos aquel momento tan delicado y logramos salir adelante sin secuelas».

Juan Francisco no ha olvidado los nervios de la vuelta al trabajo pero, sobre todo, no consigue desterrar las miradas de las personas que niegan la evidencia. «Yo lo pasé y eso me permite entender los temores de un paciente, pero tengo grabado los ojos de pánico de un negacionista que acaba de recibir la noticia de que es positivo».

«Piedras en el camino»

Espino no oculta que el «cansancio» está haciendo daño a un colectivo que siempre fue una gran familia. «En la Candelaria el buen ambiente es una de nuestras señas de identidad, pero estaría escondiendo la realidad si no dijera que un año y medio después del inicio de todo esto las caras son de agotamiento, de enfado, de no saber qué es lo que va a venir mañana... Son muchas piedras en el camino y las fuerzas para sortearlas no sobran. Hasta hace nada parecía que todo iba mejor y, de repente, aparece la cepa Delta y nos deja planchados», abrevia sin obviar que «por desgracia esta pandemia nos ha enseñado que de poco sirve un protocolo cuando tienes enfrente un monstruo como este».

El hecho de tener que «pelear» contra una enfermedad que a día de hoy no tiene tratamiento es lo que, según Juan Francisco Pulido, obliga a la comunidad sanitaria a estar pendiente de los países que van por delante. «Nos cuesta ver el final del túnel y por esa razón nos fijamos cómo están las cosas en Estados Unidos o Israel. A día de hoy no puedo asegurar al cien por cien que no vaya a venir una sexta ola, pero las que ya nos han golpeado dejan una sanidad asfixiada, un sistema que acabará notando que andamos justitos en cuestiones asociadas a las listas de espera», puntualiza segundos antes de realizar una reflexión que engloba el sentimiento de muchos de sus compañeros. «Nunca pensé que acabaría usando una mascarilla fuera del quirófano, nunca pensé que hubiera gente egoísta como para no usarla y poner en riesgo al resto de la población, nunca pensé que con el año que llevamos quedarán incrédulos que se negaran a admitir lo que está pasando y que pusieran en duda la única herramienta que nos está salvando: las vacunas».

En medio de un panorama aún oscuro, Juan Francisco valora los esfuerzos que realiza la dirección del centro para mantener el ánimo de su plantilla elevado y saber calibrar sus periodos de descanso. «El personal de la Candelaria lleva casi dos años sin sonreír. Ya estamos al límite, pero quiero ser optimista: en tres o cuatro semanas dejaremos de ocupar las portadas de los periódicos», afirma con más esperanza que certeza.