«Me intentaron atropellar, me tiraban piedras, un día me escupieron. Lo peor de todo fue cuando gritaron gordo maricón por una ventana. Durante años no pude caminar por la calle sin sentir pánico. Quería ser invisible»; «Al poco de salir mi chica y yo, un día por la calle un coche casi nos atropella. Cuando vieron que íbamos cogidas de la mano redujeron la velocidad y empezaron a circular a nuestro lado, siguiéndonos, chillándonos e insultándonos. Teníamos 15 y 17 años»; «Hace unos años me di un beso con un chico en una calle y unos tipos nos increparon y nos llamaron sidosos. Me giré para enfrentarles pero el chico con el que estaba me dijo que pasara de ellos y que nos fuéramos. Puede que me salvara la vida esa noche».

Muchos testimonios

Animados por la cuenta de Twitter de Olympe Abogados para denunciar la situación del colectivo LGTBI, testimonios como el de Sergio, Alicia o Adrián inundaron la red social bajo la etiqueta #YoSoySamuel, creado a raíz del asesinato homófobo del joven Samuel Luiz en A Coruña el pasado sábado 3 de julio. Su muerte sacó a la calle a cientos de miles de personas para reclamar justicia y denunciar los discursos que alientan este tipo de agresiones. Los delitos de odio computados en España en 2019 fueron 1.706, un 6,8% más que en 2018. De ellos, 278 (el 16% del total) tienen su origen en la orientación sexual o identidad de género, y suponen un 6,8% más que en 2018, según el Ministerio del Interior. Detrás de las cifras, activistas y científicos sociales consultados por este diario ven que, además de una violencia estructural que afecta a mujeres y personas LGTBI, los avances en derechos del colectivo y una mayor visibilidad genera la reacción adversa de los sectores políticos e ideológicos más retrógrados. También hay un hecho llamativo: el repunte de los ataques coincide con la aprobación de la Ley Trans.

El análisis de los expertos tras el ataque mortal sufrido por Samuel al grito de «maricón de mierda» y «maricón, te vamos a matar» pone encima de la mesa algunos elementos para entender qué está pasando y por qué. Uno de ellos es la legitimación del discurso homofóbico a través de formaciones como Vox en un contexto social que, pese a los innegables progresos, sigue siendo «machista y hetero-sexista», en palabras de Jordi Petit.

La intolerancia de Vox

«El clima de intolerancia que está desarrollando Vox ha encontrado un eco notable en los sectores menos informados, que son los más jóvenes», señala el veterano activista LGTBI, que echa en falta un debate pedagógico sobre los valores de la igualdad como el que se produjo en 2005 cuando se aprobó el matrimonio homosexual.

Los datos del Ministerio del Interior reflejan que el autor de agresiones homofóbicas es principalmente de sexo masculino (83%) y en el 55% de los casos tiene entre 18 y 40 años. En el despacho de Olympie Abogados establecen una correlación directa entre las proclamas de Vox y quienes se sienten legitimados para pegar a alguien por su orientación sexual. «Los delitos de odio están dando un repunte fuerte. Antes los agresores se lo pensaban, porque socialmente no se sentían justificados, pero ahora la ultraderecha está haciendo mella», subraya Isaac Guijarro, director jurídico del bufete.

El profesor de Antropología de la Universidad Complutense de Madrid José Ignacio Pichardo incorpora al debate otro elemento relacionado con la construcción de la masculinidad hegemónica y explica que los chicos que no quieren ver cuestionada su masculinidad presentan actitudes más homofóbicas que el resto. «Despreciar a los gais te hace más macho. Y esa identidad se crea en la adolescencia y juventud», ilustra.

Además de un «rearme» del patriarcado, que no ve con buenos ojos los derechos de las personas LGTBI, la psicóloga social Gemma Altell traza un paralelismo con la violencia sexual que se ejerce «de manera correctiva» sobre comportamientos que implican una disidencia de género. «Tiene un efecto penalizador para quien pretende salirse de la norma», recuerda. En el caso del asesinato de Samuel hay también una «responsabilidad diluida en lo grupal» siguiendo el mismo esquema de La Manada. «Es como decir no queremos ver eso en nuestras calles. No queremos ver gente que se comporta sexo-afectivamente de forma libre y ejercemos la fuerza para controlarlo y dominarlo», argumenta.

Violencia machista

Igual que ocurría con los casos de violencia machista, a los que durante años se les llamaba «crímenes pasionales» despojándolos de su dimensión social, otro de los aspectos que deja al descubierto el caso de Samuel Luiz es la dificultad de los jueces y los fiscales para aceptar la motivación de odio en este tipo de delitos. Ignacio Elpidio Domínguez, antropólogo y víctima de un ataque homófobo en el centro de Madrid en 2015, recuerda cómo «los policías municipales no vieron motivación de odio aunque en cada ataque nos llamasen maricones de mierda».

El abogado Isaac Guijarro lamenta los fallos detectados desde las comisarías hasta los juzgados. «Si te han pegado al grito de bolleras y luego la palabra no aparece en el parte de denuncias, cuando llega al juzgado no se sabe si el ataque fue por la orientación sexual».

Para hacer frente a la homofobia, el profesor Pichardo apuesta por trabajar en todos los niveles educativos el respeto a la orientación sexual y la diversidad de género y no mirar hacia otro lado cuando alguien grita «maricón», para que el silencio no perpetúe este tipo de situaciones.

Habría que romper también el tabú de la educación sexual en las escuelas y apostar por un pacto de Estado como se hizo en su momento con la violencia de género, incorporando medidas judiciales, educativas y recursos. «No hace falta ser LGTBI para defender los derechos de todas las personas», subraya.

Internet, vector del odio

Jordi Petit alerta además de los peligros de internet como vector de los discursos del odio y apuesta por dar a conocer el informe Kinsey como investigación clave en la que se demuestra que la sexualidad humana es diversa por naturaleza. En Olympie Abogados, mientras, reivindican que las víctimas del colectivo LGTBI se asemejen a las de la violencia de género y reciban una asistencia jurídica especializada y gratuita.

«Nos hemos dicho como sociedad que somos absolutamente respetuosos con la diversidad y no es verdad porque seguimos marcándolo como algo excepcional. No queremos ser conscientes de que somos una sociedad homófoba», admite la psicóloga Gemma Altell, quien espera que el asesinato de Samuel Luiz en A Coruña sea un «revulsivo» como lo fue el caso de La Manada porque en su opinión, «ante actos tan graves debería de haber una repulsa general».

Por su parte, Eugeni Rodríguez, del Observatori contra l’Homofòbia, tiene claro que nos encontramos ante un nuevo paradigma. «La homofobia mata. Lo hemos visto en Galicia».