Supongo que no puede sorprendernos del todo que te hayas ido de esta manera. Más de una vez lo anunciabas, como si de algún modo ya hubieras adivinado el devenir de los acontecimientos. «Que el fin del mundo me pille bailando», decías parafraseando a Sabina, con esa voz rota tan razonablemente parecida a la suya.

No voy a hablar de tu trayectoria vital, de todo lo que has supuesto para nuestro entorno social, en especial para todos los que creemos en el sindicalismo. Habría demasiado que contar y no soy la persona apropiada para hacerlo. Sí que me vas a permitir caer en el cliché de identificarte como historia del sindicalismo en Canarias, siemplemente porque así es. De un sindicalismo en el que creo, elegante, que dialoga, construye, que no es demagógico ni cae en las consignas fáciles. En el sindicalismo que construye desde la coherencia y la racionalidad, que se coloca del lado del trabajador, no por clientelismo sino por convicción personal. He tenido, desde mis inicios, la suerte de tenerte cerca para escucharte, verte actuar, negociar, he podido empaparme de tu experiencia y tu conocimiento. Ha sido un privilegio tenerte ahí para ayudarme en el camino, sabiendo siempre cuando debías estar cerca o, gentilmente, alejarte. Podía haber sido fácil para tí caer en el paternalismo , pero nunca fue así.

Echaré de menos acabar «filosofando» en cualquier situación que se nos presentaba. Incluso en el contexto más banal del mundo, era imposible contigo no acabar debatiendo sobre lo humano y lo divino, bien fuera encontrándote en una esquina en la calle, aprovechando un café rápido frente a la sindical o en el pre y post de todas esas negociaciones que hemos compartido.

Tengo como filosofía de vida el tratar de impedir que se me escape cualquier posible rato de felicidad, porque tengo la convicción de que la vida es un regalo efímero. Procuro tener, cada día, meridianamente presente que ese día puede ser el último. Un buen amigo bromeaba conmigo hace poco diciéndome «cuando hablas, parece que tuvieras una enfermedad terminal». Por suerte o por desgracia, la realidad es que la primera y última condición de la vida es esa, que es «terminal», que no sabemos el cuándo ni el dónde y es por ello que no podemos dejar que se nos escape de entre las manos sin hacer aquello que nos hace sumar momentos de felicidad. Al enterarme de que te habías ido, me enfadé y me entristecí mucho , y no he parado de darle vueltas a ese último «café pendiente» que se demoró demasiado. Supongo que si estás en alguna parte te reirás de la jugada, y estarás diciendo «Ves lo que te digo? No se puede dejar la vida para otro día». Hasta después de irte, me sigues haciendo avanzar. Con mucho por hacer, mucho que aportar, mucha gente que te quiere y que queríamos más de tí, pero así, con todo, querido Carmelo, sé que al final te has ido como decidiste irte: El fin del mundo te pilló bailando.