El éxito de su reciente viaje a Irak es una muestra de la habilidad de Francisco para acercarse a sectores hasta ahora lejanos al Vaticano. Pero dentro de la Iglesia, unos reprueban sus declaraciones mientras que otros critican que, desde que fue elegido en 2013, no haya llevado a cabo los cambios prometidos. Sin embargo, ocho años después de su designación, el 75% de los católicos lo apoyan, mientras que el variopinto sector progresista le aplaude.

El reciente viaje del Papa a Irak ha sido todo un éxito, tanto por el impulso que ha dado a las relaciones con el dividido universo islámico como por el prestigio que ha supuesto para una institución, la Iglesia católica, que en los últimos 20 años ha sufrido numerosos reveses: la plaga de la pederastia clerical, la dimisión del Pontífice anterior por incapacidad para gobernar una institución de 1.300 millones de seguidores, los recurrentes escándalos financieros...

Ocho años después de su designación (el 13 de marzo de 2013), el 75% de los católicos de los cinco continentes apoyan a Jorge Bergoglio (datos del instituto Ipsos), mientras que el variopinto sector progresista, izquierdista, liberal, agnóstico e incluso ateo le aplaude más que a sus propios líderes. Tras la desaparición de la izquierda y a falta de potentes carismáticos civiles, el Papa argentino es el único que viaja por el mundo diciendo cosas muy cristianas que a veces resultan un tanto marxistas o quizá solo sensatas. Algunos ejemplos: “La Iglesia es de los últimos”, “esta economía mata, destruye el planeta y crea sobras humanas”, “con China hay que hablar”, “no existe solo el modelo capitalista”, “las uniones civiles de homosexuales son una batalla mía”, “¿quién vende las armas a los terroristas?”, “una vez que conoces la historia de los papas, no hay mucho que pueda sorprenderte sobre cuanto sucede en la curia romana”.

Pocos pero ruidosos

Los pareceres son discordantes. Algunos cardenales y obispos censuran al Pontífice desde EEUU y otros piden su dimisión, entre ellos Carlo Maria Viganò. Unos, como el alemán Reinhart Marx, hasta pisan el acelerador. El también alemán Gerhard Müller, exguardián de la ortodoxia nombrado por Benedicto XVI y destituido por Francisco, vislumbra un cisma por la derecha, a pesar de que los contrarios al Papa sean cuatro gatos y los últimos cismas (veterocatólicos y lefebvrianos) hayan tenido poco éxito.

“Este pontificado ya ha dado todo lo que podía”, machacan la mayoría de los 103.000 portales de la derecha católica estadounidense. “La revolución fracasada de Francisco”, la define el sociólogo liberal progresista Marco Marzano. “Francisco es todo un enigma”, concluye prudente Massimo Franco, analista del rotativo italiano Corriere della Sera.

Los cardenales del cónclave de 2013 dijeron haber elegido a Bergoglio “para poner fin a los escándalos y reformar la estructura del Vaticano”. Los escándalos continúan y las reformas no se han hecho. “¡Esto ya son reformas!”, exclamó Francisco cuando el pasado otoño destituyó a casi toda la cúpula de su Secretaría de Estado, parte de la cual será procesada por haber llevado a la Santa Sede al borde la quiebra y haber constituido una especie de Vaticano paralelo: usaban las limosnas de los fieles para inversiones de alto riesgo.

Aun así, el catecismo católico (compendio de principios) sigue condenando el “acto homosexual”, las mujeres no deciden y los curas no pueden casarse. Son tres acusaciones recurrentes que se le echan en cara al Pontífice, pero que, vistas desde el Vaticano y, aparte de la cuestión de las mujeres, pueden ser importantes pero secundarias. Cambiar las cosas resultaría “revolucionario”, se lee.

Con un Papa nuevo, en la Iglesia “no se practica el spoils system [cambio de directivos para poner a afines] como en los estados”, ilustra Antonio Spadaro, director de Civiltà Cattolica, revista de referencia de los jesuitas. Y Bergoglio lo es.

Desde el concilio Vaticano II (1962-1965) no se ha realizado ninguna reforma a fondo de la estructura católica. Francisco mantiene a un grupo de cardenales que la prepara desde aquel 2013. Sin embargo, desde entonces han cambiado algunas cosas: el IOR o banco del Papa está finalmente sujeto a las leyes internacionales antiblanqueo; todas las administraciones de la cúpula del catolicismo están subordinadas a un ministerio de economía y a una especie de banco central, y pese a su importancia, la Secretaría de Estado ha sido transformada en un “ministerio sin cartera [presupuesto]”. Quizá es obvio, pero en una cúpula internacional como el Vaticano cada cargo cuidaba de su huerto con toda suerte de armas.

“La jerarquía católica está preocupada, porque advierte la dificultad de mantener unidos a 1.300 millones de fieles en una estructura centralizada y sienten las sacudidas que se producen para cambiar la fórmula”, explica quien colabora con Francisco. Los obispos alemanes reunirán en otoño un sínodo cuyo documento preparatorio apunta a curas casados, al poder de las mujeres, a una apertura liberal hacia el mundo moderno. El analista vaticano Marco Griceo lo llama un “cisma ralentizado”. Con el sínodo de Amazonía (Brasil), el Papa intentó ordenar como curas a hombres casados, pero el jubilado Benedicto XVI le paró los pies.

Un posible federalismo podría coincidir en parte con la línea de Francisco que, prosiguiendo el camino de Joseph Ratzinger, otorga más autonomía a las iglesias locales, sin que todas deban ser iguales. Hay numerosas diócesis donde el vicario general ya es mujer. Para anular un matrimonio se acude al obispo diocesano. En todas partes Francisco dimite a obispos cuestionados por los fieles...

Quizá no sea una revolución, imposible en una Iglesia donde “hay de todo”, sino solo de reformas. Las desorientadas derechas neoliberistas y la izquierda huérfana de referentes deberán apuntar su brújula hacia otra parte.