El 22 de febrero de 2020 muchos se metieron en la cama cabreados por la suspensión de los bailes del Sábado de Carnaval santacrucero, día del concurso de Ritmo y Armonía, con el incendio que se había desencadenado en el carguero ‘Volcán de Teneguía’ fondeado en Antequera y, sobre todo, con la amenaza de un domingo de aquí te espero, meteorológicamente hablando. Las peores previsiones se quedaron cortas ante la llegada de la tormenta perfecta.

Dicen que las malas noticias nunca vienen solas, que una desgracia puede quedar sepultada por otra fatalidad con un simple pestañeo. Unos querrán agarrarse a la Ley de Murphy, otros se inclinarán por un conjunto de pésimas casualidades que acaban originado lo que se conoce como una tormenta perfecta. Sea cual sea la opción elegida, lo que sucedió hace un año en las Islas fue un racimo de calamidades de esas que se estallan de tarde en tarde para marcar en rojo (o en naranja) una fecha en el calendario. El 23 de febrero de 2020 Canarias se disfrazó de Marte. El mayor episodio de calima datado en las últimas cuatro décadas puso en jaque al Archipiélago.

Los sucesos se repartieron entre las ocho Islas, pero Tenerife se llevó una de las peores partes. No solo por todos los “palos” acumulados durante las 24 horas que se alargó la peor crisis meteorológica que se ha registrado en esta comunidad en el siglo XXI. Antes de que se encendieran las alarmas, los tinerfeños llevaban horas contemplando un cielo que aún estaba lejos de las tonalidades anaranjadas que adquirieron el 23 de febrero. Un día antes muchos carnavaleros estaban en vilo ante la posibilidad de que se suspendieran los bailes del Sábado de Carnaval, pero al siguiente hubo Carnaval del Día, a pesar de que la víspera los técnicos de los Planes de Emergencias Municipales (PEMU) de Santa Cruz de Tenerife desaconsejaron la celebración de los actos.

Incendio en Antequera

Con los bailes suspendidos, un incendio que afectó a la sala de máquinas del carguero Volcán de Teneguia mientras permanecía fondeado en el litoral de Antequera pasó desapercibido. Las redes sociales echaban humo tras la confirmación de la funesta noticia que rompió los planes de los más noveleros. El PEMU permaneció en situación de alerta durante toda la madrugada del domingo –fue una velada sin incidencias, salvo algunos picos relacionados con fuertes rachas de viento en zonas de medianía y cumbres de las islas con mayor relieve– con el compromiso de emitir un comunicado en cuanto amaneciera. “Hay Carnaval de Día”. Ese fue el escueto mensaje que el Ayuntamiento santacrucero difundió a las 08:00 horas, justo 90 minutos antes de que la Isla se empezara a caer a pedazos.

Con los niveles de concentración de polvo en suspensión lejos de porcentajes que colocaron entonces a Canarias como un el lugar del planeta más contaminado –la World Air Quality Index indica que el aire comienza a ser no saludable a los 100 puntos y peligroso, con 300–, pero con los medidores de viento apuntando la presencia de rachas superiores a los 163 kilómetros por hora en Izaña, los conatos que empezaron a salpicar la vertiente norte de Tenerife obligaron a suspender los turnos de descanso en el Consorcio de Bomberos de Tenerife. Y es que los recursos de extinción se vieron desbordados en cuestión de minutos por una cadena de incendios, los árboles que cayeron sobre las vías y aceras y las techumbres que se desprendieron en naves ubicadas en distintos enclaves tinerfeños.

El inicio del caos

A las nueve y media de la mañana la sala del 1-1-2 ya tenía noticias de un primer incendio en Las Brasas de Colombo, un núcleo vecinal situado en las medianías de La Orotava donde prendió la mecha de un reguero de conatos que se extendieron por La Guancha, Los Realejos, Puerto de la Cruz y Santa Úrsula: minutos antes de las dos de la tarde estaban activos al mismo tiempo más de una docena de focos. Mientras tanto, en Santa Cruz seguía la fiesta.

Francisco Linares, alcalde orotavense, explotó en las redes sociales y dirigió sus críticas en dirección a Patricia Hernández, alcaldesa aquel día de Santa Cruz de Tenerife, por el jolgorio que se estaba montando en la capital en el mismo instante en el que cientos de vecinos tenían que ser desalojados ante la amenaza de quedar cercados por las llamas: el colapso circulatorio por un tramo de la TF-5 obligó a redoblar los servicios de la Guardia Civil, pero lo peor aún no había llegado. El cielo ya se había coloreado de naranja cuando los primeros pasajeros pedían explicaciones en Los Rodeos por los retrasos, primero, y las cancelaciones.

Canarias, de largo, era el lugar más contaminado de la Tierra: los 999 puntos de acumulación de impurezas en el aire que se contabilizaron en Las Palmas de Gran Canaria y los 895 de Santa Cruz de Tenerife triplicaban en ese instante los datos recogidos de China (250).

Como se suele decir en situaciones en las que la visión no es buena, no se veía ni tres montados en un burro. Con estas perspectivas lo normal es que los aeropuertos y puertos acabaran pagando las consecuencias de la calima. Eso fue lo que ocurrió. Los 144 vuelos que se vieron afectados por las malas condiciones meteorológicas reinantes a las cinco de la tarde en Canarias se quedaron en una anécdota cuando apareció el inventario oficial: permanecer más de seis horas sin operaciones de aterrizajes y despegues (Ángel Víctor Torres aclaró por la noche que nunca se llegó a cerrar el espacio aéreo de las Islas), desbordó un gran colapso: el 23 de febrero del año pasado 822 vuelos y más de cien mil pasajeros se quedaron en tierra por culpa de una monumental tormenta de tierra que acabó teniendo unas graves consecuencias sanitarias cuando el coronavirus aún se analizaba como un proceso gripal, “un poquito más fuerte de lo habitual”.

Los daños eran incalculables en el momento en el que Pedro Martín, presidente del Cabildo de Tenerife, compareció ante los periodistas para analizar las incidencias acaecidas a partir de la activación de un Plan de Emergencias que vivía ajeno a una circunstancia que ya estaba ocurriendo en el sur de la Isla: la Guardia Civil seguía el rastro de un médico lombardo hospedado en el H10 de Costa Adeje que había dado positivo en un test realizado en un centro de salud para conocer si estaba contagiado por el virus. El resultado fue positivo y eso puso la guinda a un pastel de situaciones adversas que derivaron en una cuarentena y en el primer cierre hotelero en Canarias por culpa del Covid-19.

Y el Covid-19 de propina...

El sanitario italiano ya estaba aislado en una zona especial del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria –el segundo positivo en las Islas tras lo sucedido con el turista alemán en La Gomera– cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) usó por primera vez el término pandemia para valorar la crisis originada en el mercado de la localidad china de Wuhan.

La Consejería de Sanidad, consciente de la que se le venía encima al confirmarse otros ingresos en la Candelaria, decidió poner en cuarentena el H10 de Costa Adeje. La noticia dio la vuelta al mundo, pero también recibió muchos halagos desde la comunidad científica por la diligencia con la que se actuó entonces. Ya ven, cuando algo empieza mal lo normal es que acabe peor.