Estaba a punto de escribir sobre la grotesca e hipocritona decisión del ayuntamiento de La Laguna. Ya saben: mandar inspectores de la Gerencia de Urbanismo al antiguo cuartel de Las Canteras, en el que el Ministerio de Defensa realiza obras de rehabilitación para convertirlo en un centro de acogida de migrantes, con el objetivo de advertirles que no tienen licencia de obras y, en consecuencia, paralizar las mismas. Como es obvio que no se trata de un mero trámite administrativo, cabe preguntarse las razones de la decisión del alcalde, Luis Yeray Gutiérrez, y del concejal de Urbanismo, Santiago Pérez, que gustan presentarse como la versión lagunera de Obi Wan Kenobi y el maestro Yoda. Y movimiento este raro es, joven padawan. Raro, pero comprensible, porque se trata de escenificar desvergonzadamente un sí pero no, un no pero sí. Que no parezca que rechazan la decisión del Gobierno central, pero que tampoco crea nadie que la admiten. Que están dispuestos a que vengan migrantes a La Laguna, pero que putearán un poquito para que no vengan tantos o se retrase su llegada. Que son muy progres y solidarios pero que saben que sus conciudadanos, quizá no tanto.

Pero este juego de manos se me antoja poco interesante. Ayer en Tenerife se registraron 150 casos nuevos de enfermos por el coronavirus. Como informa Verónica Pavés, la cifra supone un record histórico de toda la serie. Un incremento de un 37% respecto a la semana anterior. Para hablar claro: Tenerife parece que se dirige a toda velocidad a una tercera ola que podría alcanzar un pico espeluznante en los primeros días del próximo enero. Alguna vez se podrá contar con algún detalle el catálogo de imbecilidades que estamos cometiendo y que ya no tienen excusa, del mismo modo que se demandará una comisión de investigación sobre la gestión de la pandemia por el Gobierno central. Ah, esos días maravillosos en los que Simón el Estilita explicaba que la mascarilla ni fú ni fá. Esas fiestas en locales de trabajo en el que la plantilla se quedaba esperando que un par de compañeros llegara con empanadas, jamón ibérico, tortilla y vino, y hasta ponían música y bailaban y cantaban y se reían a mandíbula batiente, joder, si nos conocemos todos. Cuarentones que se han marchado a casa a medianoche casi orgullosos de sí mismos: no hemos pisado la calle, no nos aglomeramos en un restaurante y si alguien se fumó un peta fue por compañerismo. Y botellones en las azoteas. Y encuentros casuales en los parques. Y fiestitas inocentes, hasta que ha empezado a llover en los montes de la isla para excursionistas sobrevenidos.

Quizá las vacunas están a dos pasos, pero parecemos decididos a ahogarnos, como los migrantes en su desgraciada travesía, cuando ya se divisa claramente la orilla. Pero lo que en el caso de los africanos es una catastrófica mala suerte como final de una cruel odisea, en el nuestro es simplemente estupidez, debilidad, hedonismo novelero al que no podemos sustraernos siquiera cuando está en juego la vida de nuestros viejos y viejas y el futuro de nuestros hijos e hijas. ¿Y el Gobierno, qué hace el Gobierno? ¿Por qué no nos pega unos azotes y nos quita Netflix media hora?