A medida que las carreteras y pueblos de las zonas costeras iban aumentando la intensidad de su iluminación pública se producía un fenómeno inesperado, la caída a tierra de una de las joyas del catálogo natural de Canarias, la pardela cenicienta atlántica, que encandilada en su primer vuelo se enfrentaba a una muerte casi irreversible.

Primero unas pocas personas acudían a su rescate y posterior liberación, hasta que el 10 de diciembre de 1986 se inscribe en el Registro de Asociaciones de Canarias la Asociación Amigos de las Pardela, una de las organizaciones de su tipo más eficaces de las islas, al punto que gracias a su labor, de campo y nocturna en gran parte, han devuelto a la vida a más de 30.000 ejemplares a lo largo de los últimos 32 años de existencia.

Su mayor visibilidad se da entre octubre y noviembre, que es cuando los pollos volanderos comienzan su periodo de aleteo e incursionan por primera vez a ver mundo tras pasar toda su cría en las huras distribuidas en no menos de 76 localizaciones de la isla en prácticamente todos los municipios costeros. Es en esos dos meses cuando llegan a rescatar gracias a los propios miembros y voluntarios, que suman más de 2.000 personas, a miles de pardelas por temporada, con picos de 130 ejemplares por noche.

Pero el trabajo de la asociación es prácticamente continuo, porque además de a esa recogida y suelta, se añade una impagable labor científica gracias a la cuál se ha podido disponer de un mapa muy preciso de los lugares donde crían, el tamaño de esas poblaciones, su tasa de mortalidad o el porcentaje de nuevos reproductores, además de formar parte del rescate y anillado de ejemplares del petrel de Bulwer, y descubrir colonias de esta especie, algunas situadas a siete kilómetros de la línea de costa.

Y lo hacen, casi siempre, de noche. Jordi Díaz Calcines, técnico superior de Organización y Gestión de Recursos Naturales y Paisajístico es uno de los miembros de la asociación, inmerso como sus compañeros durante estos días en vigilar las buenas condiciones de las huras de esta especie protegida, "para ver lo que nos puede caer", en los meses venideros. Ahora esa labor la realiza por las tardes, "pero en la época fuerte nos acostamos a las tres para levantarnos a trabajar a las cinco o seis de la mañana", y cuando no, pues echando noches enteras para extender redes japonesas y catalogar a especies, como las poblaciones de petreles y paíños y pardelas, con localizaciones que en ocasiones se encuentran al borde del pinar, a mil metros de altura, guindados por riscales y cantiles apenas alumbrados por linternas.

Díaz asegura que ello lleva aparejado sus sustos, "porque tiene su peligro, sobre todo en los proyectos del perchel, en riscos como los de Veneguera", un trajín de alto riesgo en el "que somos menos los que vamos a tomar datos" para ir configurando el estado de un valiosísimo patrimonio natural en el que el voluntariado es parte fundamental del éxito de estas especies. A poco más de un mes, la asociación invita a curiosear un poco más sobre esta especie, cuyos volanderos no volverán a tocar tierra en los próximos siete años en su viaje a Centroamérica, América del Sur y de regreso a las islas desde Sudáfrica, para ayudar a rescatar y liberar a los que necesitan del hombre para tan alucinante viaje.