La actividad económica lleva un mes y medio parada y los medidores de gases contaminantes lo han notado. De acuerdo a la Agencia Internacional de Energía (IEA), este año en el mundo se reducirán las emisiones de dióxido de carbono un 8%. A nivel local lo han hecho en un 25% en las zonas obligadas a tomar medidas de confinamiento, según la Agencia Estatal de Meterología (Aemet). Pero que el cielo azul y respirar un aire más limpio no le engañen porque quien no se ha percatado de nuestra pequeña concesión es el planeta, que continúa calentándose al mismo ritmo que lo ha estado haciendo desde la época preindustrial. Así, lejos de ralentizarse porque el humano haya detenido su frenético y nocivo ritmo de vida, el cambio climático continúa su avance.

"Esto es así porque la concentración de CO2 en la atmósfera es el resultado de lo que se ha emitido a ella en décadas", como explica el investigador del Centro de Vigilancia Atmosférica de Izaña, Emilio Cuevas. Esos gases, que sobreviven años en la capa que protege nuestro planeta de los rayos solares, no notarán por tanto las variaciones ínfimas que se produzcan a escala local.

De hecho, las concentraciones de dióxido de carbono han marcado este año un nuevo récord. El pasado 18 de abril, el observatorio de Vigilancia Atmosférica Global de Izaña, comprobó que la concentración de dióxido de carbono había crecido a 418,7 partes por millón (ppm). El año pasado el mismo observatorio informaba de que se habían rebasado las 415 ppm en concentración de CO2. La mayor a la que se había enfrentado el planeta en tres millones de años.

Los picos en las concentraciones de CO2 están relacionados, en realidad, con un fenómeno natural. Cada año en primavera entre abril y mayo, se alcanza el máximo "debido a la emisión de dióxido de carbono por parte de las plantas durante todo el otoño y el invierno", como indica Cuevas. Luego llega la primavera y la explosión de la fotosíntesis se encarga de captar todo el CO2 que pueda. No obstante, desde que el humano decidió que su modelo económico debía basarse en la quema de combustibles fósiles y arrasar con los grandes bosques para mantener su modelo de consumo, las plantas se encuentran sobrepasadas en su tarea de eliminar este gas de efecto invernadero. De ahí que las concentraciones de CO2 hayan pasado de incrementarse en 1,8 ppm anualmente a hacerlo a un ritmo de 2,3 ppm al año en lo que llevamos de siglo.

Y es que hay una diferencia esencial entre lo que llamamos contaminación y lo que se acumula en nuestra atmósfera. No son los mismos gases. Concretamente, a nivel local lo que se emite son gases reactivos de "vida corta" que, como señala Emilio Cuevas, "afectan a la salud de las personas". En esta lista se encuentra el dióxido de nitrógeno, el mónoxido de carbono, el dióxido de azufre, el ozono, las partículas de 10 micras y las de 2,5 micras. Respecto al dióxido de nitrógeno (NO2), que es el gas predominante en la combustión de gasolina, la disminución ha sido considerable. En Santa Cruz de Tenerife, atendiendo a los datos proporcionados por la Red de Control y Vigilancia de la Calidad del Aire de Canarias, en su estación de la Vuelta de Los Pájaros, las concentraciones de esta gas han caído considerablemente en el mes de abril, no habiendo superado ningún día las 10 micras por metro cúbico de NO2. Durante las primeras semanas del estado de alarma estas emisiones se redujeron hasta un 47%, mientras que en abril se redujo hasta un 88%. La situación es similar en todas las islas, en Lanzarote las concentraciones se han reducido hasta un 78%, en Arucas en Gran Canaria un 92%, en el norte y sur de Tenerife, un 90% y un 70%, respectivamente.

Pero cuando hablamos de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) y su reducción, el esfuerzo debe ser mucho mayor. Para que nuestro planeta lo note, "las reducciones deberían ser de un 50% a nivel global y sostenidas durante varios años", como insiste Cuevas. De hecho, el Acuerdo de París insta a conseguir este hito de aquí a 2030 y con vistas a que en 2050 baje hasta cero. Por tanto, tan solo quedan 10 años de margen para no sobrepasar "el umbral crítico de aumento de las temperaturas" que, como indica el investigador, se encuentra en 1,5 grados centígrados más con respecto a la época preindustrial. En otras palabras, "este descenso se debería situar en torno al 7% anual durante décadas", afirma el geógrafo de la Universidad de La Laguna, Abel López. De hecho, los investigadores están casi seguros de que ese grado y medio de aumento acabará transformándose en dos.

¿Pero qué significan dos grados más? Al contrario de lo que suele sugerir el aumento de temperaturas, no solo se traduciría en más calor. La peor consecuencia es que la dinámica atmosférica enloquecería y se haría más brusca. Dos grados más en la atmósfera provocará que las inundaciones, tormentas, sequías, olas de calor y de frío sean cada vez más frecuentes. "Hasta ahora los procesos son lineales, pero superando un cierto umbral podríamos entrar en procesos no lineales que significa que estos fenómenos se podrían producir en un tiempo muy corto", indica Cuevas.

El problema, como señala López, miembro de la Cátedra de Reducción del Riesgo de Desastres y Ciudades Resilientes, es que "el descenso actual de las emisiones es por una causa impuesta y no debido a un cambio de modelo económico y social". Sin estas modificaciones, "será imposible mantener este descenso". No obstante podemos aprender de la cuarentena, especialmente en Canarias. Esta crisis sanitaria ha evidenciado la alta dependencia del Archipiélago del sector turístico y esta vulnerabilidad "es extensible a los efectos a los que está abocado el sector con el cambio climático". En este sentido, como remarca López, es indispensable no solo mitigar el efecto, sino también "comenzar a desarrollar cuanto antes acciones de adaptación" acordes a nuestra realidad.