El premio más apreciado por cualquier matemático es, sin ninguna duda, la Medalla Fields. Este galardón fue una propuesta del matemático canadiense John Charles Fields, presidente del Congreso Internacional de Matemáticos (ICM) de Toronto en 1924, quien aportó un fondo de 47.000 dólares canadienses. Su propuesta vio la luz en el ICM de Oslo en 1936, siendo los dos primeros galardonados Lars Ahlfors y Jesse Douglas, si bien Fields no llegó a verlo.

Primero de dos en dos y luego (salvo alguna excepción) de cuatro en cuatro, las medallas fueron llegando a los jóvenes matemáticos más destacados (menores de 40 años antes del 1 de enero del año de celebración del correspondiente ICM). Pero se sucedían las distinciones ninguna premiaba a una mujer matemática. Hubieron de pasar muchas décadas y 52 medallas hasta que en 2014, en el ICM de Seúl, la muchacha persa Maryam Mirzakhani nos cautivase con su aparente fragilidad y su enorme fortaleza interna. En Maryam se premió su extraordinaria contribución al estudio de las superficies de Riemann conectando varias disciplinas. Aquellos dibujos de toros con asas en grandes papeles que hacían exclamar a su hija Anahita: "Mamá ya está pintando en el suelo otra vez".

Esa brillantez, unida a su origen y a su condición de mujer, rápidamente la convirtió en un icono. Su trágica desaparición apenas tres años después, con cuarenta años, a causa del cáncer que ya le afectaba en 2014, fue un clamor de pérdida que recorrió el mundo. Maryam rompió las reglas, ya lo había hecho para poder participar en las Olimpiadas Matemáticas con su país, pero el colectivo matemático le debe a ella y a todas las jóvenes matemáticas que representa unas cuantas medallas Fields en los próximos años.