Nuestra sociedad sería inviable sin las matemáticas. Están detrás de la electrónica que gobierna las puertas automáticas del supermercado, del código de barras de los productos, del escáner que los lee, de la tarjeta de crédito con que pagamos, del vehículo con que transportamos la compra a casa, de los cálculos que hacemos al preparar una receta con lo adquirido o de las fotos que subimos a las redes mostrando el resultado. Pero su valor no es sólo utilitarista, también sirven para entrenar capacidades como el razonamiento abstracto, el pensamiento crítico y riguroso, la resolución de problemas, la perseverancia y la atención, necesarias para contrarrestar los excesos de información y estimulación a que nos somete internet (¡otra creación matemática!).

Por eso es importante divulgarlas, para que pierdan su falsa aureola de materia difícil y elitista en la que no queda nada por investigar, para tomar conciencia de que forman parte de nuestra cultura desde los albores de la civilización y nos van a seguir acompañando en el futuro, para descubrir modelos que estimulen las vocaciones hacia las carreras CTIM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), para atraer a colectivos minoritarios que tienden a desvincularse de estas disciplinas en mayor medida que el resto, para que los ciudadanos sepamos distinguir la información veraz de las fake news y tomemos decisiones coherentes, y especialmente para elegir el modelo de sociedad que queremos.

En definitiva, y metafóricamente (o quizá no tanto), para entender que, aunque un término sea anagrama del otro, "logaritmos" y "algoritmos" son cosas distintas.