El primer vuelo es el más importante. Después de permanecer tres o cuatro meses escondidos en el nido familiar, bajo el abrigo y la alimentación de sus padres, las pardelas cenicienta (Calonectris borealis) tienen que salir a un mundo inhóspito y totalmente desconocido y recorrer una distancia considerable para llegar al lugar que será su hogar hasta convertirse en adultos: el mar. Para hacerlo correctamente, las pardelas buscan referencias lumínicas, como la del reflejo de la luna y las estrellas en el mar.

Pero la que ya es una ardua tarea, se vuelve aún más peligrosa cuando los espacios donde anidan estas aves, están totalmente rodeados de modificaciones humanas. La contaminación lumínica es sin duda la más dañina. "En su primer vuelo, los pollos se desorientan con las luces del alumbrado de polideportivos, hoteles y aeropuertos", explica Airam Rodríguez, doctor en biología. Esto provoca que choquen y caigan en distintos lugares. Una vez en el suelo, "les es difícil volver a volar porque aunque son muy buenos voladores en el mar, son bastante torpes en la tierra", explica Rodríguez, que también es miembro del Grupo de Ornitología e Historia Natural de las islas Canarias (GOHNIC).

Esta característica, unida a la cantidad de obstáculos con los que se encuentran en el espacio urbanizado (farolas, cables y paredes), les dificulta enormemente volver a subir, con lo que acaban muriendo. Tan solo el año pasado se recogieron más de 2.800 pollos solo en Tenerife, aunque probablemente la cifra de los que cayeron fue muy superior.

Atendiendo a la problemática, anualmente, los distintos cabildos insulares ponen en marcha una campaña de protección de estos animales que involucra a toda la población. La recogida de pardelas se realiza entre finales de octubre y principios de noviembre -coincidiendo con las fechas de su primer vuelo al mar- para posteriormente soltarlas y ayudarlas a emprender su vuelo hacia el mar.

Evaluar puntos "negros"

Este año, como novedad, el Cabildo de Tenerife realizará una evaluación de los puntos "negros" que más perjudican a esta especie en la isla de Tenerife, donde se estima que habitan alrededor de 8.000 y 16.000 ejemplares. Es decir, aquellas zonas donde caen con mayor frecuencia los animales deslumbrados con el objetivo de poner en marcha sistemas de mayor control y de evaluación de las infraestructuras causantes y de las medidas a adoptar. No obstante, en un informe titulado La iluminación y las aves marinas: qué sabemos y qué deberíamos saber para reducir el impacto negativo de la contaminación lumínica de pardelas y los petreles, ya se llega a la conclusión de que aproximadamente el 50 % de las pardelas cenicientas recogidas en Tenerife son rescatadas en la zona turística de Los Cristianos y Las Américas (Arona y Adeje).

"Esta campaña es de vital importancia porque es un problema que hemos creado los humanos despilfarrando la luz que consumimos", critica Rodríguez. Probablemente, Canarias sea el lugar de toda España donde este problema es mayor, pero la desorientación de estas aves es una "amenaza global". "Si no hubieran luces, las pardelas buscarían en horizonte más luminoso que estaría en el mar", explica el investigador, que asegura que, sin embargo, las iluminación tan intensa de las ciudades las desorienta. Pero la contaminación lumínica no es la única amenaza de las pardelas cenicienta. También deben convivir con peligrosos predadores y las acciones de las pesquerías industriales.

Toda la vida bajo tierra

Se debe tener en cuenta que estos grandes pollos -que en ocasiones llegan a pesar medio kilo- "se pasan toda la vida bajo tierra". "Los padres ponen un único huevo en junio, del que sale un pollo grande y lo ceban durante los siguientes meses hasta prácticamente una semana antes de su primer vuelo, cuando realizan la migración", describe Rodríguez. Una vez sus progenitores abandonan el nido para permanecer los siguientes tres meses en las costas de Brasil o Angola, los pollos deben aprender a sobrevivir solos. "Van perdiendo peso y les crece el plumaje, y cuando ven que nadie les da de comer, alzan el vuelo hacia el mar", indica el biólogo.

No obstante, la llegada a la costa solo es el primer paso de una de las etapas "más conflictivas" en la vida de la pardela cenicienta. Una vez llega al mar, el pollo debe aprender a pescar por sí mismo y a mantener el plumaje seco, ya que, de otra manera, podría morir de hipotermia. "Ese cambio es aún más impactante que el hecho de eclosionar, que prácticamente se hace de manera innata", afirma Rodríguez. Y se deben acostumbrar muy bien a esta nueva realidad ya que permanecerán de tres a siete años -el tiempo que tarden en llegar a la edad adulta-, viviendo en el mar. El único momento en el que volverán a tierra será en su época de reproducción, al igual que hicieron sus progenitores antes de dejarlos volar solos.