La historia militar también puede resultar apasionante si se descubre a través de la fotografía y las noticias de la prensa de cada época. José Miguel Rodríguez Illescas, un tinerfeño de 31 años, relata con pasión cómo los documentos gráficos de la primera mitad del siglo XX reflejan la vida de personas llegadas de otros países y la visión que estas tenían del Archipiélago. Ahora prepara su libro, que prevé llamar La esvástica a la sombra del Teide, donde expone la presencia de barcos y tripulaciones nazis en Canarias durante los años previos al inicio de la II Guerra Mundial.

Rodríguez Illescas es graduado en Historia por la Universidad de La Laguna (ULL) y se especializó en Historia Militar Contemporánea, gracias a un máster desarrollado en la Universidad Jaume I de Valencia. En el transcurso de unas prácticas en el Archivo y el Museo Militar de Almeyda de la capital tinerfeña, este joven del Puerto de la Cruz apreció el campo que queda por divulgar en dicha materia y también la riqueza documental que atesora el referido recurso.

En sus instalaciones, Illescas se percató de los numerosos aspectos que pueden investigarse en la antigua edificación de El Toscal. Entre otras cosas, cita los registros del Mando Económico (sistema de gestión administrativa en la posguerra), con edificaciones, planos de castillos o fotografías. En los periódicos también localiza bastantes datos de interés que ayudan a contextualizar las imágenes, aunque estos pueden estar sesgados en función de la ideología de cada publicación. Rodríguez Illescas se ha centrado en analizar los periódicos de entreguerras, concretamente desde 1919 hasta 1939. Considera que se trata de unos años que resultan apasionantes de estudiar, ya que fue la época en la que "la democracia, el fascismo y el comunismo luchan por su supervivencia y por la hegemonía internacional".

Las potencias europeas del Eje

Apunta que Canarias fue testigo de ese fenómeno y recibió a embarcaciones de guerra de las principales potencias militares, como el Reino Unido, Estados Unidos o Francia. Pero este historiador portuense se ha dedicado a las marinas militares de Alemania e Italia, las dos principales potencias del Eje en Europa. Si la armada transalpina operaba más en el Mediterráneo y efectuaba un número limitado de visitas al Archipiélago, en el caso de la germana, muchos de sus buques de guerra (un 70%) pasaron en algún momento por las islas, como publicó recientemente El País.

Según Rodríguez Illescas, esas embarcaciones tenían tripulaciones muy numerosas, de entre 600 y 1.200 personas. Algunos marineros disponían de cámaras fotográficas y repartían las imágenes que revelaban entre varios compañeros. En otras ocasiones, los barcos incluían a reporteros gráficos para dejar constancia de los lugares que visitaban. Muchos de esos marineros u oficiales elaboraban álbumes de fotos en los que reflejaban los lugares a los que arribaban en varias partes del mundo y las vivencias asociadas a dichos enclaves. El investigador tinerfeño señala que, con el paso de los años, los hijos, nietos o bisnietos de esos soldados no encuentran sentido alguno en seguir conservando esos libros de imágenes y deciden ponerlos a la venta.

Un mercado

Aclara que existe un verdadero mercado de dichos álbumes. Según el joven portuense, el más barato que ha localizado tenía un precio de 250 euros, pero comenta que puede haber otros que cuestan 3.000 o 4.000 euros. El valor de tales objetos puede variar en función, por ejemplo, del país en el que se hayan tomado las instantáneas o del barco en el que estuviera enrolado el antepasado. Otras veces las imágenes pueden obtenerse en archivos públicos o o particulares. Respecto a algunos de estos últimos, dice que son casi inaccesibles para los investigadores, ya que estos deben hacer peticiones muy concretas de la foto que quieren ver. En cualquier caso, siempre apuesta por acudir a las fuentes originales e indica que una misma foto o postal puede repetirse en diversos álbumes.

Advierte de que, para muchos de los marineros que iban en los buques germanos, la escala en Canarias podía formar parte de su primer viaje fuera de Alemania, por lo que se mostraban sorprendidos por diferentes aspectos de la cultura local y los recibimientos de las autoridades. Ya en los años 20 y 30 del pasado siglo los trajes típicos que algunos tinerfeños se ponían para los recibimientos oficiales llamaban la atención de estos foráneos, junto con las características constructivas de las viviendas o la flora (palmeras o dragos, entre otras cosas), que no habían visto en su tierra de origen. Pero también se fijaban en los niños descalzos, como reflejo de la miseria existente en muchas familias.

Un burro y un surtidor

Según Illescas, resulta simbólica una imagen captada en 1926 por uno de dichos visitantes, en la que se ve a una mujer subida en un burro y, justo detrás, un surtidor de gasolina; o bien otro documento en el que se aprecia el transporte de plátanos en un camello hacia el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Y tampoco despreciaban las plazas de la capital tinerfeña o barrios, como el de La Alegría. Para agradecer el recibimiento otorgado por las autoridades locales, esas tripulaciones organizaban conciertos, visitas e, incluso, bailes dentro de sus buques de guerra en alguna que otra ocasión, donde participaban miembros de la colonia germana o ciudadanos naturales de la Isla.

Tras la I Guerra Mundial

Poco después de finalizar la I Guerra Mundial, entre 1924 y 1926, oficiales y marineros eran conscientes de la pobreza en la que se hallaba su país y reconocían por escrito que no tenían recursos para responder a la generosidad con la que eran atendidos en varias islas. Las fotografías de la época reflejan innumerables anécdotas, como un partido disputado entre el Club Deportivo Mensajero e integrantes de uno de esos barcos alemanes. Según la prensa de la época, el Club Deportivo Tenerife también jugó un encuentro contra marineros de la potencia militar, aunque Rodríguez Illescas todavía no ha hallado un documento gráfico que lo confirme.

Hubo buques militares, como el Emden, que fue el primero fabricado después de la I Guerra Mundial, que estuvo hasta en siete ocasiones en el Archipiélago. Algunos de sus oficiales llegaron a tener con posterioridad puestos relevantes en la Armada, como el capitán Karl Dönitz, que llegó a ser almirante de la flota de submarinos de la Alemania nazi. En 1934 Dönitz emprendió una vuelta al mundo. En la fase de ida, pasó por el puerto de Santa Cruz de La Palma, ya que quería experimentar y probar lo que conllevaba la visita y el protocolo en un puerto pequeño de un país extranjero, como el de Santa Cruz de La Palma. Y en su regreso a Alemania, en 1935, llegó a Tenerife.

Gestiones del cónsul

Durante varias décadas, el cónsul de Alemania en las islas occidentales fue Jacob Ahlers, que tenía suficientes contactos y movía hilos para que algunos barcos militares recalaran con cierta frecuencia en su área de influencia. Los germanos ya no poseían colonias, pero el Archipiélago era un paso obligado si se dirigían a América o al Sur de África, ya que en las islas podían reabastecerse de lo que necesitaban las tripulaciones y las propias embarcaciones. Según Rodríguez, después de reconstruir su flota tras la derrota en la I Guerra Mundial, el Gobierno centroeuropeo también utiliza las aguas de Canarias como lugar donde entrenar a sus marineros y oficiales. En el año 1933, dos cruceros alemanes, el Emden y el Leipzig efectúan una visita oficial a Tenerife y Gran Canaria. Entre otras cosas, recogieron los votos de la colonia germana para las elecciones del Reichstag, cuando el dictador Adolf Hitler accedió al poder a través de las urnas.

El joven tinerfeño explica que el Partido Nacionalsocialista del führer también arrasó en las islas, ya que obtuvo 152 votos y el siguiente partido logró 44. José Miguel Rodríguez Illescas apunta otra anécdota curiosa que tuvo como protagonista al buque militar Karlsrühe, ya que estuvo en Tenerife con la antigua bandera de Alemania (negra, blanca y roja) y, cuando abandonó la Isla, pero seguía en aguas de Canarias, recibió un telegrama de Hitler en el que se ordenaba arriar dicha insignia y colocar la de la esvástica, ya que, además de ser la del Partido Nacionalsocialista, también se había convertido en la oficial del estado germano.

Con perspectiva

Illescas insiste en la importancia de afrontar el estudio de la historia con perspectiva, sin enjuiciar con criterios actuales acciones del pasado, "pues había una mentalidad, una sociedad, una política y una economía diferentes". Expone que los barcos alemanes fueron muy bien recibidos "con las dos banderas", tanto antes como durante la II República española. La insignia con la esvástica ondeó al viento en los barcos militares germanos, en las lanchas con las que descendían a tierra los tripulantes, en el Consulado, en los recibimientos de gala, en los encuentros deportivos o en fiestas.

En los primeros años en que la esvástica se utiliza como enseña nacional germana, la verdadera cara del nazismo no se había mostrado al mundo con toda su crudeza y la percepción de ese símbolo era, como mínimo, muy diferente a la que se tiene en la actualidad. Evidentemente, cuando Franco gana la Guerra Civil, las imágenes de grupos de la Falange o de la Sección Femenina con la enseña nazi llegan a ser habituales. La llegada a territorios españoles o africanos eran aprovechados por marineros y oficiales para realizar excursiones, disfrutar de baños, escuchar canciones tradicionales o conocer los elementos patrimoniales más relevantes, entre otras cosas. También para intentar hablar y bailar con mujeres de cada lugar, si la ocasión lo permitía.