Hace unas semanas una pareja encontraba unos huesos humanos mientras visitaba la caseta de La Romana, en Valencia. Habían acudido a visitar este paraje, cerca de la presa de Tous, después de haber visto en Netflix la serie documental El crimen de Alcàsser, de la productora gallega Bambú. La producción televisiva, del género llamado true crime (crimen verdadero), mostró la edificación abandonada donde fueron asesinadas las niñas de Alcàsser, Miriam, Desirée y Toñi, en 1992. La televisión, el cine y las redes sociales contribuyen a alimentar el fenómeno del tanatoturismo, la atracción turística hacia la muerte y la tragedia.

Otro ejemplo de esa atracción morbosa es la zona de exclusión de Chernóbil, que fue abierta al turismo por las autoridades ucranianas hace ya ocho años, y que está viviendo un 'boom' de visitas gracias al éxito de la serie de HBO Chernobyl. La Junta de Turismo y Promoción de Kiev prevé recibir este año a 100.000 visitantes, con lo que se superarán los 72.000 de 2018 y se duplicarán los 50.000 turistas de 2017. Una excursión a Chernóbil de tres noches con hotel de cuatro estrellas y recorrido por la ciudad fantasma de Prípiat, la más cercana a la central nuclear siniestrada en 1986, se oferta por solo 260 euros.

Otro de los destinos tanatoturísticos que previsiblemente ganarán visitantes este año es el lugar al norte de Beverly Hills, en Los Ángeles, donde la Familia, la secta de Charles Manson, mató a la actriz y modelo Sharon Tate y a otras personas en el verano de 1969, hace ahora medio siglo. Coincidiendo con el 50 aniversario de la matanza llegará el 15 de agosto a los cines la nueva película de Quentin Tarantino, Érase una vez en Hollywood, en la que Margot Robbie encarna a la que era esposa de Roman Polanski y estaba embarazada del director franco-polaco cuando fue atrozmente asesinada. La residencia de Tate, 10050 Cielo Drive, ha atraído desde entonces no solo a los amantes del "turismo oscuro", sino a artistas como Trent Reznor, del grupo Nine Inch Nails, que la alquiló en 1992 e instaló allí un estudio que bautizó como Pig, en referencia a la palabra que la asesina Susan Atkins escribió con sangre de la actriz en la puerta de la casa.

El chalé fue demolido hace ya 25 años, pero hay una empresa de Los Ángeles especializada en turismo funerario, llamada Dearly Departed Tours, que previo pago recrea en el lugar la escena de la última cena de Sharon Tate. La entrada para el Helter Skelter Tour cuesta unos 75 euros.

Estados Unidos es el paraíso para el dark tourism. Allí se han musealizado emplazamientos como la isla-prisión de Alcatraz, en San Francisco; Dealey Plaza, el lugar de Dallas donde Kennedy recibió los disparos mortales de Lee Harvey Oswald en 1963; y el motel Lorraine, en Memphis, donde fue asesinado Martin Luther King cuatro años y medio después.

En España no faltan los sitios con trasfondo trágico que reciben miles de visitantes, como El cortijo del Fraile, en Níjar (Almería), declarado Bien de Interés Cultural, y donde en 1928 se cometió el crimen que inspiró a Federico García Lorca Bodas de sangre.

Pero lo que se cuestiona no es la conservación de estos lugares de trágico recuerdo, ni la afluencia de visitantes, sino la actitud de algunos turistas. La norteamericana Breanna Mitchell se hizo tristemente célebre después de publicar en su cuenta de Twitter un selfi obtenido en el campo de exterminio de Auschwitz, y en el que mostraba una abierta sonrisa y un emoticono de cara feliz. Su pose frívola, que recibió las lógicas críticas de otros usuarios, no fue un hecho aislado: la organización del museo de Auschwitz ha tenido que pedir este año a los visitantes ávidos de fotos para Instagram que no hagan equilibrios sobre las vías de los trenes que llevaron a la muerte a un millón de personas.

"Aunque viajar a lugares asociados con la muerte no es un fenómeno nuevo, el auge del turismo como un sector económico fundamental a escala mundial ha disparado el interés por este tipo de lugares, que se conoce como tanatoturismo o turismo oscuro", afirma Daniel Liviano, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), que explica las posibles razones del tanatoturismo. "Hay quienes sienten el viaje como una motivación moral o espiritual y adoptan una actitud de peregrinación secular", explica Liviano. Una persona puede visitar el escenario de un genocidio para mostrar empatía con las víctimas, recordarlas y honrarlas, y otros turistas "simplemente visitan estos lugares con un deseo o una necesidad de contactar simbólica y emocionalmente con la muerte".

Otro tipo de turistas tienen interés en la historia y desean aprender viajando, y por ello visitan museos del Holocausto. El deseo de aprender y entender es la motivación más común entre los tanatoturistas, según un estudio del investigador Duncan Light, de la Universidad de Bournemouth (Reino Unido), y autor del libro El dilema de Drácula: Turismo, identidad y el Estado de Rumanía.

También están los que acuden porque simplemente está de moda, y finalmente ?indica Daniel Liviano?los que sienten "fascinación y curiosidad morbosa por la muerte", algunos de los cuales llegan a sentir lo que en alemán se denomina schadenfreude, el regodeo en el sufrimiento ajeno. En el ámbito de la Psicología se vincula esta compleja emoción con el sadismo y el deseo de justicia. "Esto explica la actitud de algunas personas que visitan un lugar para celebrar, in situ, que las víctimas han recibido un justo castigo por la razón que sea", destaca el experto de la UOC. Investigadores que han estudiado esta fascinación morbosa lo llaman "turismo oscuro distópico".

Según el sociólogo Francesc Núñez, de la UOC, el efecto de la comercialización y la masificación de determinados espacios ha tenido como consecuencia su banalización y que esos destinos se hayan convertido en un trofeo más ?en forma de selfi? de las aventuras de los individuos consumistas. Otra forma de presumir en redes sociales de unas vacaciones divinas de la muerte.