El sueño de Alexander von Humboldt siempre fue recorrer América, pero antes quería detenerse en Canarias y subir hasta aquel pico, el Teide, un volcán al que solían referirse con curiosidad otros científicos en Europa. Al heredar una enorme fortuna, Humboldt pudo al fin lanzarse a aquella aventura. Como hombre de ciencia, entendía que era importante viajar y ver de cerca las maravillas de los distintos territorios, su vegetación, el paisaje, y le interesaba especialmente los volcanes. De ahí la petición especial que hizo al capitán de la corbeta española Pizarro para que entrara en el puerto de Santa Cruz de Tenerife.

La corbeta Pizarro tenía órdenes de fondear primero en Lanzarote para poder informarse sobre la situación en la que se encontraban los barcos ingleses. En 1799 existía un grave conflicto entre los franceses y el Imperio Británico y se temía que la flota inglesa estuviera bloqueando el puerto tinerfeño, con lo que no podrían amarrar en sus muelles. La corbeta, bordeando la costa por la parte oriental del Archipiélago, llegó a una isla que parecía deshabitada. Ellos creían que se trataba de Lanzarote pero en realidad se encontraban en La Graciosa.

Pan por viejas

Del barco bajó un grupo de marineros y también Humboldt. El joven científico no podía dejar de perder la oportunidad de admirar aquel territorio y realizar algunas comprobaciones. Entonces, en La Graciosa, no existía una comunidad de vecinos que habitara el islote. Desde Lanzarote se desplazaban algunos pescadores tratando de llevarse algunas capturas y también pastores que venían a vigilar el ganado. Las erupciones en Timanfaya, la que se produjo en 1730, se prolongó durante seis años. Había modificado el paisaje. La lava sepultó pueblos y tierras fértiles. Esta situación, unida a la escasez de agua, obligó a los conejeros a buscar nuevas fórmulas, otros lugares a los que enviar el ganado, y entre los pueblos que no se vieron tan afectados se encontraba el islote de La Graciosa.

Cuando Humboldt desembarca en aquella playa tropieza con un espacio árido, medio salvaje y en el que campan libres manadas de cabras y baifos. Pero para él se trata de una tierra atractiva, distinta. De inmediato mide la temperatura de la arena, se detiene a observar la escasa vegetación y después se lleva varias muestras de algas recogidas en los fondos del Archipiélago Chinijo.

Mientras la tripulación se queda un tanto perpleja, al no encontrar a nadie con el que poder informarse sobre la situación de los barcos ingleses, a lo lejos ven la silueta de un hombre, que al comprobar que ha sido descubierto corre despavorido tratando de escapar de aquel grupo de marinos uniformados.

Lo detienen y lo llevan al barco. Se trata de un pastor que se encontraba vigilando al ganado. Este hombre les informa que se encuentran en La Graciosa. Para lograr que se calmara, en la corbeta le regalan varios trozos de pan, un alimento escaso en aquellos años ruines. El pastor, que había cogido un par de viejas, se las da en señal de agradecimiento. Y antes de que Humboldt pudiera analizarlas, ya el cocinero del barco las había puesto en la cazuela.

La Fundación Canaria de La Orotava de Historia y Ciencia, Fundoro, realizó este año, por primera vez, unas jornadas en Caleta de Sebo para conmemorar la llegada de Alexander von Humboldt al islote. Para este grupo de expertos y amantes de la historia, como Miguel Ángel Expósito, Arnoldo Santos y Alberto Relancio, el viajero Humboldt es un gigante de la ciencia. "Considerado el padre de la Biogeografía, su nombre ha sido relacionado con Canarias a través de su visita a Tenerife, la ascensión al Teide y el establecimiento de los famosos pisos de vegetación que estratificaban las especies vegetales según la altura sobre el nivel del mar". Sin embargo, ha sido menos conocido y casi ha pasado desapercibida su estancia en La Graciosa. Para los integrantes de Fundoro, "resulta necesario destacar que el ilustre naturalista alemán pisó por primera vez suelo no continental europeo cuando desembarcó en la zona noreste de la Graciosa". "La historia que lo hizo recalar allí merece ser contada, y su conocimiento hará que este islote ocupe el lugar que merece en la Historia de la Ciencia", matiza. De hecho, tal como señala Arnoldo Santos, hoy jubilado pero durante años divulgador científico en el Jardín Botánico del Puerto de la Cruz, en sus diarios Humboldt dibuja y hace referencia a dos especies de las islas, la violeta del Teide y un alga que recoge en el Archipiélago Chinijo.

El naturalista alemán se va maravillado de La Graciosa. Esto escribe en un extenso artículo el investigador canario Nicolás González Lemus: "La embarcación avanzó hacia Fuerteventura, y poco después rodean el islote de Lobos. Pasaron una parte de la noche sobre cubierta y relata Humboldt en su diario: la Luna alumbraba las cimas volcánicas de Lanzarote, cuyas cuestas, cubiertas de cenizas, reflejaban una luz argentada".

Llegada a Santa Cruz

Por fin, Humboldt, acompañado de Bonpland, llegaron a Santa Cruz de Tenerife. Afortunadamente la capital se encontraba rodeada de una densa niebla. Eso les permitió entrar sin ser descubiertos por la flota inglesa, amarrada en el muelle. Los científicos, con permiso del capitán general para recorrer la Isla, se quedan la primera noche en casa del coronel. Como relata Lemus, "no se cansaban de admirar los huertos de la casa del militar, cultivados al aire libre, donde abundaban bananeros, papayos y otras frutas, que hasta entonces sólo habían visto en los invernaderos de Europa".

Al capitán de la Pizarro se le había dado permiso para permanecer un cierto tiempo en Tenerife para que Humboldt y Bonpland pudieran subir al Teide, aunque se les advirtió que no contaban con un plazo superior a cuatro o cinco días por el bloqueo de los navíos ingleses. Ante esta advertencia se apresuraron a trasladarse al Puerto de la Cruz, entonces Puerto de Orotava. La madrugada del 20 de junio de 1799 los viajeros se pusieron en marcha por el estrecho y tortuoso camino que conducía a La Laguna. Y así entran en contacto con un paisaje completamente diferente. La ciudad del Adelantado estaba rodeada de huertos, dominada por una colina coronada de un bosque de laureles, arrayanes y madroños, y su clima proporcionaba una rica vegetación. Antes de llegar al Puerto, se detuvieron en El Durazno para visitar el Jardín Botánico. Según relata Humboldt, "el jardín era un muestrario completo de plantas de América y África".

Invitación de Bernardo Cólogan

Esa noche aceptan la invitación de Bernardo Cólogan, una persona ilustrada y muy interesada en la historia y en la ciencia, y se quedan a dormir en la casa familiar de la calle Quintana, vivienda que acabaría por convertirse en uno de los hoteles con más encanto de la zona, el hotel Marquesa. A la mañana siguiente, en un día totalmente cubierto de espesas nubes, ponen rumbo a la cumbre del Teide, alcanzada la pequeña llanura de La Rambleta, y comienzan el ascenso de su último tramo, el pilón o pan de azúcar. En la cima, a 3.718 metros de altitud, Humboldt y Bonpland, en medio de vapores sulfurosos y calientes saliendo de la muralla circular de la caldera, se sienten emocionados por el espectáculo.

Para el escritor González Lemus, desde aquellas alturas, los naturalistas se ven como los dueños del mundo, distinguen la silueta de todas las Islas y se sienten fascinados con aquella imagen. Además, la subida había sido lenta y agotadora. "Los caminantes no podían dar un paso sin que sus pies se enterraran hasta la rodilla en la arena y la zahorra movediza. Pero el esfuerzo para alcanzar la cima valía la pena. Arriba analizaron los vapores acuosos, midieron la temperatura, comprobaron su altitud. Para Humboldt el viaje a la cumbre del volcán no es solamente interesante a causa del gran número de fenómenos que concurrían en sus investigaciones científicas, sino que lo es mucho más aún por las bellezas que pudo observar".

En la tarde del 25 de junio de 1799 zarpó la Pizarro de Santa Cruz para tierras hispanoamericanas, con gran pena de Humboldt. Soplaba una fuerte ventolina del noreste y la corbeta perdió pronto de vista las Islas Canarias, cuyas elevadas montañas estaban cubiertas por las nubes. Solo el Teide aparecía, alguna que otra vez, cuando aclaraba. Fue tal el impacto de esta visita corta pero intensa, que Alexander von Humboldt nunca olvidó el Archipiélago. De hecho, se dedicó a pedir más información y datos sobre la realidad de aquellas ocho islas. Después de sus escritos, otros muchos científicos europeos quisieron seguir su estela.

Cerdos que se alimentan con duraznos

El naturalista quedó tan sorprendido de la vegetación de las Islas que en una de las cartas que envió a su hermano le cuenta que en Canarias a los cochinos los alimentan con melocotones

Cuando el 25 de junio de 1799 zarpó el velero Pizarro para tierras hispanoamericanas, con gran pena de Humboldt, le envía una carta a su hermano Wilhelm desde Tenerife. Entre otras cosas le cuenta que se va con lágrimas en los ojos, sobre todo por el gran espectáculo que ha podido ver. Desde el Teide, además de un paisaje desolado, también observa: "Bosques de laureles; abajo, a lo lejos, los viñedos entre los cuales ramilletes de plátanos se extienden hasta el mar, lindos pueblitos sobre la costa, el mar y todas las siete Islas, entre las cuales La Palma y Gran Canaria poseen volcanes muy altos, que aparecían por debajo de nosotros, como en un mapa geográfico".

El viajero le dice que le hubiera gustado quedarse más tiempo, para poder disfrutar y analizar toda aquella exuberancia: "¡Si tú pudieras ver esos campos, esos seculares bosques de laureles, esos viñedos, esas rosas! ¡Aquí se engordan los cerdos con duraznos!"

Tal vez uno de los especialistas que mejor entenderían la reacción pasional de Humboldt durante su estancia en las islas es Eduardo Barba, el jardinero y experto en arte, que ha analizado los cuadros del Museo del Prado y su vinculación con las plantas y la vegetación de los distintos periodos pictóricos.

"Es comprensible", dice Barba, "que Humboldt pudiera sufrir una hermosa conmoción cuando descubrió la flora canaria. En Tenerife vio plantas ancladas en el pasado, propias de la vegetación de la Macaronesia, pero también plantas venidas de América. Y vio especie endémicas perfectamente adaptadas a condiciones extremas, como la violeta del Teide, descrita para la ciencia por Humboldt. Esta pequeña flor tan especial tiene el honor de ser la planta que florece a mayor altura de toda España".

Eduardo Barba, que se define como un gran amante de las plantas, recuerda que también él sintió una sensación muy especial cuando visitó por primera vez las Islas: "La vegetación que me rodeaba era distinta a lo que había conocido hasta entonces en la Península. Percibí un pulso atávico ligado a esas formas vegetales a veces tan extravagantes y únicas como la tabaiba roja o el tajinaste rojo. Creo que Humboldt pudo sentir algo similar, en el que, además, fue su primer viaje fuera de Europa".