Ruymán Rojas Perdomo puede presumir de haber nacido y criado en Roque Negro. A sus 19 años, combina su preparación en una academia para concurrir a unas oposiciones que le permitan cumplir en sueño de su vida: ser policía local, como Toño o Juan, los dos agentes asignados al Distrito de Anaga, afirma mientras se ríe en la conversación.

En la actualidad, es el agricultor más joven de este caserío de Anaga, si bien Ruymán huye de grandilocuencias y reconoce que comparte pasión con otros jóvenes de Roque Negro, como ocurre con su hermano Pablo, de 17 años, «que ya se atreve a plantar su huertita solo», o con su primo Héctor, que con diez años se está curtiendo en cavar papas, a la vez que también se refiere a Cristian, de 19 años y compañero que fuera de instituto, como otro amante de la agricultura que cuida el campo.

Dos personas han marcado y transmitido la cultura del sector primario en la vida de Ruymán, sus abuelos Luciano y Zacarías, los dos también naturales de Roque Negro, con quienes aprendió lo que él denomina «los valores del campo», saber el esfuerzo que supone cuidar la tierra y la satisfacción de recoger lo que te da el cultivo, pues siempre te garantiza un plato de comida gracias a las papas o batatas que se plantan.

La agricultura ha formado parte de la vida cotidiana de Ruymán, uno de la quincena de niños que aprendió sus primeras letras y adquirió su formación en Primaria en la escuela unitaria de Roque Negro, que continúa abierta en la actualidad. De hecho, precisa, el próximo curso volverán a clases a esta escuela rural cinco niños. Tras la primera etapa, Ruymán pasó al instituto Cabrera Pinto, en La Laguna, y es que , como sucede a la mayoría de los vecinos de esa zona de Anaga, aunque está empadronados en Santa Cruz, reciben la mayoría de servicios de La Laguna, por la mayor proximidad.

Desde su infancia y ahora en su juventud, este joven ha alternado su formación de lunes a viernes acudiendo a clase y alternando la dedicación con el campo los fines de semana, cultivando en primera persona la sabiduría que heredó de sus abuelos, de la mano también de sus progenitores, su padre, trabajador de Urbaser, y su madre, enfermera.

Un tributo personal

El mayor de dos hermanos, Ruymán hace un alto para recordar que compartía el cultivo del campo como hobby de la mano de su padre, que falleció meses atrás. Como si de un tributo personal se tratara, volvió a plantar sus diez sacos de papas, como siempre, en las tres huertas en Roque Negro.

Su juventud no le impide reconoce que «muchos de los compañeros que se marcharon del caserío para ir a vivir a Las Mercedes o La Laguna, cuando vuelven los fines de semana es para visitar a la familia y no se mantienen con el cultivo del campo».

«La agricultura ha pasado de ser el principal oficio al que se dedicaban las familias de Roque Negro a convertirse en un hobby, que ocupa un segundo plano», reconoce para precisar que algunos de sus compañeros está ahora en la universidad o estudiando, como es su caso, en academias. Quienes mantiene la tradición de cuidar la huerta se dedican a plantar papas y batatas, y pone en valor el cultivo de la papa borralla, una «joya» de la agricultura local. «Mucha gente viene y solo quiere comprar esa papa que no sirve para freír y que parece a la medida de echar a guisar abierta o arrugarla y comerla calentita porque tiene un sabor exquisita; no luego se enfría, ya no sirve», sentencia, «porque se pone negra».

Este joven valor de la agricultura de Roque Negro advierte que el cultivo del campo está amenazado, y se corre el peligro que las nuevas generaciones lo abandonen, tanto en Roque Negro como en Afur, Taborno o la cumbre, ya que los jóvenes se decantan por ir a estudiar a los institutos y luego a la universidad.

Ruymán habla con orgullo de su infancia, de su familia y sus vecinos, de cuando salía diez minutos antes para ir a la escuela unitaria; luego se hizo mayor y, para ir al instituto, tenía que madrugar casi una hora y media para llegar al Cabrera Pinto, algo que cuenta con naturalidad y no como una odisea, dejando en el olvido los días de lluvia que dificultan el traslado desde el caserío hasta el caso de La Laguna.

Se siente heredero de la pasión por el campo y es consciente de combinar el sueño de su vida, ser policía, con atender la huerta, como si de el hobby que supone para él. Por ello evita el protagonismo, y hace partícipe de este entusiasmo a los chicos que continúan viviendo en este caserío de Anaga, sin que eso supone vivir de espaldas a las nuevas tecnologías. Hay tiempo para todo, reconoce, cuando precisa que también es partícipe de la oferta informática que aprovecha para disfrutar de algunas partidas de juegos digitales.

De la misma forma que ha evolucionado la telefonía, también pone en valor cómo ha cambiado el cultivo del campo. «Ahora es todo más rápido porque las tareas agrícolas se desarrollan a motor, lo que facilita el cultivo».

Este joven habla de la agricultura con el peso de la responsabilidad, del compromiso que adquirió de forma innata cuando, de la mano primero de sus abuelos y luego de su padre, aprendió a trabajar el campo. No le supone un peso, sino la satisfacción de quien disfruta de labrar el campo, tanto que ahora él, a las puertas de cumplir veinte años, transmite este arte a su hermano y amigos.

Se trata de un compromiso, una forma de entender la vida que tiene un claro objetivo: cumplir su sueño de llegar a ser policía, y los fines de semanas o los días libres que tenga, atender la huerta donde han cultivado sus generaciones anteriores. Precisamente hoy volverá a cumplir ese ritual y se cita en sus terrenos familiares para reconocer la papa borralla que identifica a esta zona de Anaga.