En días como el de ayer, cuando el viento genera sobre los bañistas de Las Teresitas un incómodo efecto croqueta, ir en caravana a la playa es una bendición del señor, un «lujo» que está de moda.

Mientras miles de personas hacen cola en los accesos a San Andrés –lo de las aperturas y cierres de los carriles por parte de la Policía Local es un misterio difícil de explicar– hay otros bañistas que solo tienen que abrir la puerta de su autocaravana para decir: «Mi piscina es Las Teresitas». La gran mayoría llevan desde el viernes, o en el peor de los casos llegaron el sábado por la mañana, aparcados junto al antiguo cementerio o en la explanada que linda con la montaña que da acceso a Las Gaviotas. En días como los de ayer, cuando el viento ocasiona un insoportable efecto croqueta sobre los ciudadanos que han optado por un domingo bajo al sol y a remojo, ir a la playa con la casa a cuestas es un lujo al alcance de pocos. Berto, Nicolás, Daniel, Carlos y Johhanes son solo cinco ejemplos de los caravanistas que optaron por «recargar pilas» en la zona de baño más popular de la capital tinerfeña.

De la caseta a las ruedas.

Dos mujeres conversan sentadas justo delante de una de las autocaravanas más llamativas que están aparcadas junto al camposanto marinero. Ninguna quiere dar su nombre y, por supuesto, tampoco autorizan fotografías. Eso sí, colocadas sobre un muro desde el que se escuchan los ladridos de dos perros de pequeño formato –un chihuahua y ¿un?... (no sabría cómo definirlo para no cometer un error)– comienzan a hablar sin freno: «Todo empezó en Mesa del Mar (Tacoronte)... Mi padre me hizo una caseta de tubos y mi madre cosió los toldos», cuenta la amable señora. Sigue desconfiada, pero asegura que ya son más de 40 años los que lleva disfrutando del caravanismo. «Siempre dejo el lugar más limpio que cuando lo encuentro», confiesa antes de advertir que las dudas de mayor calado las resolverá su marido. Se llama Berto y tiene varias operaciones de corazón en su historial clínico. Aún no le hemos visto la cara, pero por los ruidos procedentes del interior debe estar en la cocina. «Antes de esta tuvimos otra (una Fiat Ducato) que nos duró unos 40 años», retoma una de las mujeres de esta conversación anónima. «Nos costó tres millones de las antiguas pesetas y se la compramos a un señor que la estaba vendiendo en la gasolinera de Las Caletillas (Candelaria)». Una voz sin rostro remarca la «buena y larga» vida que les dio a aquel vehículo. «Era una maravilla», exalta Berto antes de incorporarse a la charla. «¿Sabe lo que le digo?... Yo no cambio este ratito de placer por un apartamento en Los Cristianos (Arona)». La señora entra, de nuevo, en acción para refrendar la idea anterior. «Ni yo tampoco... Cuando salgo de casa no digo dónde voy y al llegar o desconecto el móvil, o lo pongo en modo que no descubran mi ubicación», interrumpe entre risas. La caravana solo tiene dos años –pagaron algo más de 55 mil euros por ella– y los dos coinciden en la idea de que «ha sido una gran compra». «Cuando apetece un bañito vamos a la playa, pero también nos dejamos el dinerito en los sitios a los que vamos (supermercados, cafeterías y otros negocios), con lo que de alguna manera estamos impulsando la economía local», explica la mujer aún «sin nombre».

Una vida nueva.

Nicolás desayuna cuando lo interrumpimos. No pone trabas a la hora de hablar sobre las causas por las que empezó a practicar el caravanismo. «Un día te denuncia una persona con la que has compartido un montón de años de tu vida, un juez decide que todo es para ella y ahí se queda la casa que construí, el negocio que abrí (un bar) y otra casa a la que solo falta ponerle un techo», enumera un aronero que lleva seis meses «aparcado» en Las Teresitas. «Esto es bastante tranquilo... El jaleo se organiza más allá (señala a las montañas por donde se dobla con rumbo a Antequera), pero la gente es respetuosa y, sobre todo, cuida el entorno». Sin perder la sonrisa lanza un último mensaje. «Aquí seguimos, tirando días ‘pa’ atrás... Un día un juez te deja sin casa y tienes que buscar otras alternativas», repite.

Atrapados en el «paraíso».

Entre sus manos sostiene un libro de consejos para perder peso. Daniel nos recibe con una frase que engloba su carácter abierto. «Yo soy un ciudadano del mundo», apela un uruguayo jubilado que pasa los días junto a su esposa en Tenerife a la espera de que las medidas anticovid se flexibilicen en el territorio peninsular. «Vivir en las Islas es un privilegio y con una de estas te puedes mover bien», declara sobre un vehículo que compró de segunda mano en Cáceres y con el que ha recorrido buena parte de la cornisa norte de España, Los Pirineos, el sur de Francia y el territorio marroquí». En suelo alauí estuvo dos meses antes de regresar a Huelva y tomar un barco con rumbo a Canarias. «Una de las cosas que no veo bien es la ausencia de puntos para depositar las aguas negras y grises... Yo tengo una estación de servicios en Guargacho (Arona) a la que puedo ir, pero esa es una desventaja con respecto a cómo se funciona en otros puntos de la geografía española, en Francia o incluso en Marruecos». Como en el caso de Berto, esta no es la primera caravana que tiene Daniel. «En Europa sí, pero en mi país ya me movía con otra. Esto es una maravilla, aunque le voy a decir una cosa: si no la vas a disfrutar no te la compres, esto implica cambios en la manera de vivir», recomienda un señor al que el inicio de la pandemia lo pilló fuera del Archipiélago y con la caravana ya en Tenerife. «Llamamos por teléfono a la Policía Local para contar que no podíamos viajar, pero enseguida nos tranquilizaron. Ahora ya estamos ansiosos por volver a casa (su madre vive en Pontevedra), pero, sinceramente, aquí no se está nada mal», dice sin obviar que un hermano reside en Fuerteventura.

Una válvula de escape.

Para Carlos poder vivir jornadas como las que planificó el pasado fin de semana en Las Teresitas es una «oportunidad única». Él y la mujer que lo acompaña se instalaron en las primeras horas de la mañana del sábado para evitar los colapsos circulatorios. «El secretos está en entrar temprano y no irte demasiado tarde», revela sobre los movimientos que hace habitualmente con su Peugeot. «Esta es la primera vez que pasamos unos días en Las Teresitas, pero solemos ir a Playa San Juan (Guía Isora), Los Cristianos (Arona) o El Médano (Granadilla)», sostiene en un punto de la charla en la que sale a flote un asunto relacionado con la seguridad. «Una de estas la tienes que tener en un garaje... Yo la tuve un tiempo en la calle, pero no vale la pena que te lleves un susto porque alguien se meta dentro. El valor de lo que se puedan llevar es mínimo, pero los destrozos que pueden ocasionar sí que son grandes», advierte.

Una exambulancia.

En el descampado llama poderosamente la atención un vehículo amarillo chillón que se parece mucho con las unidades del Servicio de Urgencias Canario (SUC). No, no es una emergencia. En cuanto nos acercamos a uno de sus laterales vemos que está ocupada por un varón que nos saluda con amabilidad. Johannes es austriaco y dice que compró la ambulancia, perdón, la caravana en cuanto se enteró que estaban renovando la flota. «Me llamó un amigo para decirme que había una que estaba fantástica; bien de motor y con un buen equipamiento (ríe)... No le vamos a cambiar el color, pero sí que le pondremos unos mensajes de gratitud hacia las personas que han luchado contra el covid», adelanta segundos antes de dar a conocer otra sorpresa. «Mi mujer es enfermera. No ejerce en estos instantes, pero es enfermera», afirma sobre un matrimonio que en la actualidad reside en Las Palmas de Gran Canaria. «Hay cosas que no te van a dar nunca en un hotel... Con este vehículo puedes traer las bicicletas y las tablas de surf. Si lo que quieres es disfrutar de la naturaleza no hay mejores opciones. Eso sí, hay días en los que nos ocurren cosas divertidas: a veces vienen pensando que es una ambulancia para que les curemos», manifiesta sin perder de vista el legado que están construyendo con este tipo de vehículos. «Antes que esta tuvimos una Volkswagen, algo más pequeña que esta, que ahora tiene nuestro hijo en Las Palmas. Él estudia ciencias del mar y le encanta el surf y la naturaleza, es decir, que la sabrá aprovechar. Nosotros lo que hemos hecho es ampliar la flota con esta caravana», concluye.