El milagro de Gorgorito y la hucha de Rosalinda

Como si se tratara de la voz en off de recintos cerrados como el Auditorio o el teatro, cuando advierten que hay que apagar los móviles, una grabación del comunicador Manoj Daswani advierte al público que se da cita en la zona infantil del recinto cultural estable de la avenida de Anaga del protocolo de seguridad. Nada de comer, cada uno tiene que estar en su sitio y se sale con orden. Manuel Asensio, el director técnico, hace kilómetros en los 6.000 metros cuadrados para garantizar que todo está perfecto, le sigue a la par el gerente de Fiestas, Guillermo Martínez, a sabiendas de que todos los ojos están puestos en esta experiencia que supone el desembarco a la nueva normalidad de los actos populares con el protocolo Covid. El aforo está acotado por vallas y, además, se ha colocado tapado con una especie de tela negra para evitar que se pueda ver desde fuera y, por tanto, no dar pie a las aglomeraciones.

Faltan unos minutos antes de las doce y el personal de Cúbica que controla los acceso está colocado en dos entradas. Primero hay que mostrar la localidad; la mayoría de los padres que acuden a la primera función con sus hijos presentan el código QR en el mismo móvil, luego hay se accede a otro espacio previo donde se aplican más controles, como el gel y la temperatura, y ya entonces es cuando se entra al recinto infantil.

Javier Caraballero, el director artístico, no lo puede evitar: «Estoy emocionado porque todo haya salido. Es un milagro», y se dirige a Mónica Díaz, la hermana de Juan, hijos del recordado Maese Villarejo antes del inicio de la función para saludarlo, y juntos se pierden en las entretelas de Gorgorito y sus compañeros de aventura. Arranca la función. De puntillas. Al principio, poco público; a la hora del inicio, solo restan por ocupar seis de las 156 sillas vendidas; y eso que no había plazas en internet. Gorgorito sale con mascarilla. Comienza la función, la primera de las 14 programadas.