"Ahora ya baja la temporada de verano; este fin de semana tampoco parece que vaya a haber mucho sol... así que guarda este artículo y lo publicas igual el próximo año", dice con resignación Juana -como pide que se la nombre en esta información-, una enamorada de Almáciga, de donde es su familia -"ella tiene casa aquí y en Santa Cruz", dice una vecina- y donde veranea; este año con el Covid lleva más tiempo en su pueblo natal. Pero ella es "de las buenas, porque no todo los que vienen aquí no respetan la zona; muchos cuidan el lugar tanto o más que los propios vecinos de la zona", apostilla Vanesa, una de las dirigentes de la Asociación de Vecinos Nuestra Señora de Begoña que nos recibe, junto a otros miembros del colectivo -Ignacio, Vanesa, Alejandra y Alfredo-, en el bar El Drago.

Viernes. Cinco de la tarde. Día plomizo. Sin duda, Almáciga tiene días mejores de playa. Tras surcar el macizo de Anaga, llegamos al extremo más al Norte de Santa Cruz, la otra orilla del océano Atlántico santacrucero, antesala de Benijo, donde en la actualidad se ejecutan las obras de un paseo peatonal mientras bajo la amenaza de una amasadora que está colocada al borde de la carretera, y que "tememos que cualquier día pueda caer y provocar una tragedia", advierte Alfredo, y eso a pesar de que la zona está cerrada, pero pasa la gente, no en balde este punto de la geografía es uno de los altares de los amantes de la práctica del surf. Desde que se levantó el confinamiento, en junio, comenzaron una obra en un paseo que va desde la carretera hasta a la playa. La zona está acotada con vallas entre las que se cuelan algunos bañistas, pero lo peor es el riesgo de la hormigonera. "Ponga algo ahí, porque cualquier día va a pasar una tragedia", advierte Alfredo, del caserío de Benijo.

Desde el bar de Ignacio -El Drago- iniciamos el recorrido por Almáciga, desde la calle La Cruz, pasando por La Renta y La Cancela. Para sorpresa del visitante, El Cabo -barrio señero de la capital tinerfeña- tiene su rincón aquí: la calle El Cabo. Desde La Candela, al camino de La Playa, no apta para personas con movilidad reducida por el acceso escalonado al encuentro con el mar desde el pueblo. Desde este privilegiado mirado -en realidad, toda Almáciga vive de frente al mar-, los dirigentes vecinales improvisan un tagoror para analizar la raíz del problema por el que Almáciga, como todos los veranos, volvió a ser noticia esta semana. Vanesa, Ignacio, Alejandro... se tienen estudiado el movimiento de la gente de la playa. Para ellos, no se trata de un problema de la ocupación de la playa. Van a la raíz del colapso que se produjo el domingo pasado: el caos circulación está provocado por el alto número de caravanas, furgones y coches que se habilitan en el margen de la carretera.

"Ahí hay coches, sobretodo caravanas, que no se mueven desde hace meses; llegan, la aparcan y dejan un espacio por delante para poner una mesa y unas sillas, y otro espacio por detrás, para habilitar una ducha", cuenta Juana. Vanesa y Alejandro coinciden en que con el confinamiento muchos usuarios decidieron instalarse y acampar junto a la playa, y hasta han traído otro coche porque "dejan la caravana y cogen el coche para ir a trabajar". La playa de Almáciga parece haberse convertido en una ciudadela con ruedas que ha crecido frente al mar.

Cuando Ignacio escucha la palabra mágica "acampar", se enfada. "Esto es un problema de competencias. Aquí está implicado el Parque Rural de Anaga, el Cabildo y el Ayuntamiento, y todos se tiran la pelota unos a otro. ¿Cómo pueden dejar acampar aquí cuando estamos en el confinamiento? ¿Y las mascarillas? ¿Y la distancia social? Esto no cumple ni las condiciones higiénico-sanitarias: por la mañana se bañan en el mismo sitio que por la noche limpian los cacharros. ¿Quién paga toda esa agua que se está tirando?", se pregunta Ignacio mientras mira para su sobrina Vanesa y le dice: "¿Ahora entiendes por qué el agua te subió este mes de 40 a 50 euros?".

Ignacio, que fuera tiempo atrás presidente de la asociación de vecinos hasta que por enfermedad dio un paso al lado, pide medidas correctoras para poner fin a esta situación. ¿Su preocupación y la indignación de los vecinos de Almáciga? La playa está tomada por campistas, en particular el margen que linda con el risco. Ahí están fijos los coches habilitados; otros años venían en julio, este, con el Covid, desde abril o mayo ya estaban en la playa. "Muchas veces ocupan el margen de arriba y el de abajo, entonces ya es imposible pasar, y más si se te paran en el centro". Pero los vecinos no quieren multas, sino vigilancia. "Aquí la solución es que manden a una patrulla de la policía y que estén supervisando", pide Ignacio. Su sobrina lo interrumpe para precisar: "Ellos saben cuando se marcha la policía". "Mira -señala Alejandro-, ves aquellos furgones, ya saben que pasaron las cinco de la tarde y no hay vigilancia". Apostilla Ignacio: "¿Ves cómo se está llenando la playa?". Uno de los vecinos estacionales de Almáciga, funcionario de la administración y que pide guardar el anonimato -"yo lo que tengo que decir lo publico en mi Facebook", sostiene-, se suma a la conversación y asegura que el alcalde le respondió a una publicación en un mensaje privado y el garantizó de que estaban buscando una solución. Pero está convencido de que es palabrería. "Aquí pasa el verano y desaparece el problema del tráfico hasta que viene el siguiente verano".

Alfredo reivindica la situación que viven sus vecinos de Benijo. "Una vez alguien le dijo a un residente que cuida unos aparcamientos que le iban a cerrar el terreno, cuando en realidad deberían estar agradecidos porque gracias a este medianero, que cuando llega el verano habilita parte de sus terrenos como aparcamientos, la situación de colapso del tráfico no es peor".

Ignacio alimenta la conversación. "Y esto es Reserva de la Biosfera". "Sí, pero lo usan para grabar anuncios de televisión pero no la cuidan", precisa Alejandro. Ignacio reorienta su conversación para ser más incisivo: "Al ser Reserva de la Biosfera y Parque Rural, Europa manda dinero, y aquí no llega nada", se lamenta.

Vanesa insiste. "Aquí lo que hace falta es que patrulle la Policía". "Pero esto no es demarcación de la Policía local, sino de la Guardia Civil", le corrige su tío, a lo que ella se pregunta: "¿Y qué hacía entonces el otro día multando la Policía?. Las competencias las usan cuando a ellos le parecen". Ignacio lo dice o revienta: "¿Y tú que te crees que entre los que están durmiendo ahí no hay policías? Y eso que está prohibido acampar porque es parque rural", lanza de puntilla Ignacio. "Tres meses lleva ahí alguno...". El funcionario que prefiere hablar en el Facebook se pregunta: "¿Y dónde están los ecologistas ante esto?".

En la búsqueda de soluciones, lo vecinos rechazan colocar bolardos en el margen de la carretera. "Que pinten una línea amarilla y que esté una patrulla evitando que se aparque", dice Alejandro. Ignacio insiste: "Y lo peor es que esta gente no deja dinero a los comerciantes; lo que dejan es basura que tienen todas las zonas sucias porque no te creerás tú que se llevan sus excrementos a su casa".

Desde el camino a La Playa seguimos el paseo por la Santa Cruz de mitad del siglo XX a través de la calle Cristóbal. Vías de cemento, impolutas y con plantas adornando la mayoría de las casas en perfectas condiciones pintadas. De regreso al Bar El Drago, para finalizar el recorrido por el pueblo de Almáciga, Ignacio nos señala desde el Roque Blanco, donde está la parada de la guagua a la que llegan muchos bañistas y surfistas caminando por en centro de la calzada. "Y cuando vas en el coche no le digas nada porque se te ponen farrucos, aunque también hay gente educada", añade. Desde lo alto se ve precisamente unos vehículos cómo sortean a varios grupos de jóvenes. "Cuando el vehículo se llena, mandan un refuerzo", precisa Alejandro. Precisamente el transporte es otra de las asignaturas pendientes de este núcleo de Anaga. "Parece que se preocupan más de los bañistas -a los que alguno llama la gente de las tablas, por practicar surf- que de la gente que vive aquí". 154 vecinos residente en Almáciga según el censo del año 2018, dice Ignacio. "Nosotros no queremos multas; queremos que la gente pueda venir, pero que haya vigilancia y no se permita este colapso, como si para eso tienen que dejar pasar solo a la gente que tiene reserva en los negocios y a los vecinos", añade.

"El domingo pasado estaba todo esto lleno de coches", cuenta Vanesa. "Hasta a una señora con movilidad reducida le aparcaron en la puerta de la casa y le impidieron salir; y encima la insultaron y le dijeron que como no tenía un vado, pues aparcaron", añade.

Junto al tráfico, la vida pasa a cámara lenta en Almáciga. Las inversiones desde el Ayuntamiento de Santa Cruz parecen venir en peregrinación, por lo que tardan. "Hicieron el tanatorio en la carretera de Taganana, y no está todavía operativo". Vanesa y Alejandro, ya a la salida del pueblo, señala el polideportivo. "Ahí está acabado y está esperando que venga el concejal y los técnicos de Infraestructuras para recibir la obra". O la plaza de la Iglesia. O el muro que está por debajo del polideportivo y la iglesia que corre el riesgo de romperse si llueve, la necesidad de mejorar el transporte público... Claro que si la iglesia tardó casi 20 años en construirse, los vecinos de Almáciga están curtidos en paciencia. Su objetivo ahora, solventar el caos en la playa. Que vayan los bañistas y visitantes pero que no se permita la ciudadela de furgones.