Opinión | Error del sistema
Emma Riverola
Las chorradas de Vox
Vamos, dijo ese chico en el coche, en el lavabo de un bar, en un portal de la ciudad dormida, ¿es que no te gusto? No vas a dejarme así, ¿verdad? No seas estrecha... Ella podría explicar lo que sintió aquel día, aquellos días. Cómo la inseguridad se le caló en el ánimo, la batalla entre lo que sentía y lo que creía que debía sentir, la necesidad de callar su voluntad, de doblegarse ante esa urgencia que le era ajena, ante una autoridad que reconocía, aunque fuera en rostros desconocidos.
Vamos, dijo el profesor en el despacho, el jefe en la oficina, el tendero en el almacén, voy a hacerte disfrutar como nunca antes. No querrás que nos llevemos mal, ¿verdad?... Ella también podría contar esa sensación de vacío o de desdoble o quizá, simplemente, de desconcierto. Esa contraposición entre lo que quería y lo que aceptaba. Esa incapacidad para imponerse, esa parálisis que aprisionaba su cuerpo.
Vamos, dijo el marido, déjate de dolores de cabeza y pamplinas, que un hombre tiene sus necesidades, ya sabes… Ella también podría confesar cómo llegó al matrimonio con la voluntad mutilada, con la lección de la sumisión aprendida. Décadas de ceder, de creer que esa relación era normal, lo que tocaba. Inventar tretas para eludir sus obligaciones de buena esposa. Nunca la exposición sincera, menos aún la exigencia de sus deseos.
«Chorradas», respondió Ignacio Garriga, el candidato de Vox en Catalunya, a las preguntas de Carlota Camps en este diario. Chorradas los cursillos de feminismo, chorradas los puntos violetas. Esos que, como en el caso Alves, activaron el protocolo que derivó en la condena al jugador. «Una chorrada del progrerío y del separatismo», redundó. Por chorrada, también la conselleria de feminismo que quiere abolir. Así, «las mujeres estarán más seguras», se atrevió a afirmar.
Bastaría con querer escuchar tantas voces que le hablarían de un pasado que aún se trenza con el presente. El testimonio de una infinidad de mujeres que callaron porque creían que eso es lo que tocaba, por vergüenza, por miedo, por un erróneo sentido de lealtad o, incluso, porque ni siquiera sabían identificar lo que era una agresión. En el coloquio del nuevo programa Nervi de TV-3, la fotógrafa Rita Puig-Serra explicaba cómo el #MeToo le impulsó a abordar artísticamente su pasado. «Hay mucha gente que lo ha vivido, que están hablando, igual estaría bien que tú hablases», se dijo. Y habló, más bien retrató de forma metafórica los abusos que sufrió en su familia cuando era niña.
Garriga, en nombre de Vox y de esa extrema derecha que se extiende por Europa, propone proteger a las mujeres «potenciando el valor de la familia, el valor de los vínculos fuertes». Esos vínculos que, tradicionalmente, nos quisieron sumisas y sin voz. Esos que perpetuaban una herencia de debilidad. El aumento de las denuncias por violación es un signo de que el silencio ya no vale, de que se ha acabado la impunidad. Chorradas, repitió Garriga. Se acabó, responde el clamor feminista.
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