Opinión

El nihilismo agota

El nihilismo agota

El nihilismo agota / El Día

No hay certezas sobre la veracidad de lo que consumimos. Cuando abro un periódico o enciendo la tele para ver los informativos, no sé si me están contando la verdad a medias o dosificando mentiras disimuladas. La polarización se ha apropiado de uno de los bastiones primordiales para el funcionamiento de las democracias modernas: la concordia. Ya sea la comunicativa, informativa o social. Eso es lo de menos, porque la realidad es que la fractura es tan exagerada que ha dado paso a la violencia verbal en la sede de la soberanía popular. Y cuando eso ocurre, perdemos todos. Aunque me niegue a caer en el nihilismo práctico, cada vez tengo más dudas. Y no es mi culpa, tampoco la tuya. Como Miguel de Unamuno, sospechando y dudando de todo aquello que nos conmueve y nos resigna. Navegamos en un mar de información con buques de barro comandados por capitanes que ni conocemos ni quieren darse a conocer. Capeamos tempestades informativas sin la convicción de la objetividad y con la cuarentena necesaria para no dar por hecho lo que parece evidente. El escepticismo hacia la información no es algo nuevo, pero ha alcanzado unas cotas peligrosas en la era digital. Saturados de información y opiniones divergentes, la delgada línea entre la verdad y la mentira puede parecer borrosa, y lo es. Desde teorías de conspiración hasta noticias falsas propagadas en las redes sociales de forma intencionada. Te lo sirven en bandeja de plata para caer irremediablemente en la trampa de la desconfianza generalizada, cuestionando la autenticidad de todo lo que nos rodea. Con esto y más, generamos un poderoso acto de resistencia que se basa en creer que todo es mentira. Es un ejercicio de dificultad máxima ser crítico y escéptico respecto a la información que recibimos, porque también es importante no caer en el enredo del cinismo absoluto. Negarse a creer que todo es mentira no implica una aceptación ingenua de cualquier información que se presente, sino un compromiso activo con la búsqueda de la verdad. Pero cansa que, por culpa de los designios que todos sabemos, tengamos la responsabilidad de discernir la verdad en todo momento. Supone un esfuerzo consultar fuentes confiables y estar dispuesto a cambiar de opinión cuando se presenten nuevos datos o evidencias. Y, por supuesto, no ejercemos con convicción este proceso activo y continuo que requiere un compromiso con la honestidad intelectual y la integridad personal. Negarse a creer que todo es mentira no es un acto de valentía y resistencia, es un método saludable escasamente aceptado. Ser nihilista es cansado y precisa una voluntad de hierro, por eso es fundamental el equilibrio. Es que el nihilista agota; se enfrenta a una lucha constante contra la incertidumbre, sin un punto de apoyo sólido sobre el cual construir su comprensión del mundo, tal cual nos lo cuentan desde las fuentes que nos ofrece nuestro oráculo particular. Pese a que la búsqueda de la verdad es un objetivo noble, está plagada de desafíos y obstáculos que cansan tanto como justificarse constantemente. Las percepciones sesgadas, las limitaciones cognitivas y las influencias culturales distorsionan nuestra comprensión de la realidad. Al fin y al cabo, saber la verdad no siempre es lo que queremos o lo que nos conviene. Las ideologías políticas, las creencias religiosas y las opiniones personales son vértices ineludibles a la hora de encontrar esa cosa que nosotros queremos llamar verdad. La objetividad está tan cotizada que ni existe. Ser nihilista agota. La verdad es un fraude.

@luisfeblesc