Opinión

Quién divide el feminismo

Quién divide el feminismo

Quién divide el feminismo

Se dice que el feminismo está dividido. También se dice que lo dividen quienes lo critican. Pero yo te pregunto: ¿crees que una artista sería igual de talentosa si no hubiera pasado años pintando sobre sus fallos?

Hay muchos sectores que sienten desapego por el feminismo. Y es comprensible. Las consignas que impregnan al 8M, uno de sus mayores símbolos, a menudo no incluyen a todas. La interseccionalidad que se supone necesaria en colectivos feministas se encarna así en una sola mujer negra, una sola lesbiana, una sola usuaria de silla de ruedas. En muchos espacios, no llega ni siquiera a eso. La imagen que se transmite con ello es que el movimiento va sobre mujeres blancas de cierto aspecto, cierta cultura y ciertos valores que excluyen al resto.

Este feminismo parte de una esfera de mujeres privilegiadas que, aunque oprimidas en un mundo masculinizado, tienen ventajas respecto a personas pobres, migrantes, racializadas, queer o sin estudios. Esto viene desde la raíz, porque el movimiento, con los nombres y apellidos que conocemos en Occidente, no tuvo en cuenta a muchos colectivos desde sus inicios.

Nació a partir de la Revolución Francesa, cuando Olympe de Gouges publicó la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana en respuesta a la declaración homónima escrita por los hombres. Sin menospreciar su trabajo, que colocó los cimientos para reclamar la igualdad jurídica, también debemos recordar que, antes de que se llamara como tal, ha habido mucho de lo que hoy entendemos por feminismo (sí, incluyendo países no occidentales).

Hace más de 10.000 años, tal y como documentó el antropólogo Cheikh Anta Diop, las mujeres de muchos territorios africanos fueron pioneras en el cultivo organizado, del mismo modo en que había mujeres ocupando puestos de poder previa la colonización, como es el caso del Congo. Esto no forma parte de la historia eurocentrista estandarizada porque Occidente se ha apropiado del feminismo como también se apropió de lo queer, después de haberlo condenado durante siglos –también en sus colonias–, con el pretexto de una moralidad católica.

No es que no exista conocimiento sobre estas realidades; el problema es que no llega. La responsabilidad está dividida en muchas partes, y una de ellas corresponde al muro que rodea a la academia. En eso fallan las universidades, que teorizan sobre lo que ocurre en la realidad pero, a menudo, olvidan su importante función de retorno.

Puede que ese sea uno de los motivos por los que hay mujeres con ideas feministas que rechazan y repudian el feminismo. Si sienten que solo una élite de universitarias puede formar parte, su contexto social tira más fuerte. Claro que es importante teorizar, pero siempre teniendo en cuenta que, si se usa exclusivamente el lenguaje académico, el movimiento es accesible solo para una esfera privilegiada. Pero el discurso puede ser mucho más simple.

No me interesa que la gente se sienta muy feminista y abrace el término feminismo y vaya a todas las manifestaciones y se tatúe un puño violeta. No me interesa entrar en la discusión de quién es más feminista porque conoce a más autoras o maneja más conceptos. No quiero hacer del feminismo una competición porque es justamente lo contrario. Y tampoco quiero que el feminismo sea un espacio cerrado, donde se dé por sentado que todo el mundo comparte un mismo pensamiento, y no se permitan las preguntas incómodas de gente con dudas e interés genuino.

Debemos recordar que nadie nace aprendida. Lo que hoy puede parecernos evidente hubiese dejado patinando a las personas que éramos hace algunos años. Por eso, al igual que quiero un 8M que sea para todas, atravesado por el antirracismo y una interseccionalidad real, quiero un 8M donde podamos tener debates incómodos con preguntas difíciles. Porque solo así podremos aprender entre todas.

Eso no significa que debamos aceptar discursos discriminatorios y excluyentes que ignoran el resto de factores y colocan el ser mujer como la única opresión que hay en el mundo. Así solo se consigue crear una élite de mujeres que tienen acceso al altavoz. Un feminismo que pretende eso no es más un producto edulcorado y neoliberal que ha perdido su fuerza transformadora, adhiriéndose al sistema.

Por eso, las exigencias del feminismo deben pasar por eliminar las divisiones que colocan a unas por encima de otras. No se trata de opiniones: son necesidades. Ser mujer no es una experiencia única, y por eso tengo la convicción de que parte de ser feminista es aprender de las otras toda la vida.

Así que este 8M, y todos los demás, y todos los días del año, te propongo luchar desde la empatía. Preguntar con ternura. Hablar sobre cómo te afecta ser todo lo que eres. Plantear debates incómodos desde la escucha de quienes aprenden mutuamente