Opinión | A babor

Contrita Oramas

Ana Oramas en el Congreso de los Diputados

Ana Oramas en el Congreso de los Diputados / efe

Ana Oramas la lía con frecuencia. Creo que tiene más que ver con su carácter volcánico y sincero que le hace (casi siempre) decir lo que piensa y a veces la pierde. Aunque también cabe considerar la posibilidad de que detrás de lo que dijo el otro día en unas jornadas de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, sobre la figura del prócer Victoriano Ríos, fuera pura cuestión de cálculo. Doña Ana profesa un nacionalismo más instintivo que racional, basado en una defensa mística de lo propio, desde lo que ella considera definidor de la tradición regional, nuestra cultura, historia y folclore, al papel de las abuelas en la pervivencia matriarcal. Oramas combina el cóctel explosivo de un apellido filoaristocrático en la política canaria, con un lenguaje popular, pegado al terreno y a las querencias de la gente del pueblo, y –a veces, el otro día, por ejemplo– más propio de un púgil –peso pluma– o un camionero.

Su tendencia a decir lo que cree la convierte (a veces) en una mujer altiva y malhablada, a la que le gusta acompañar su conversación privada con alguna palabrota subida de tono. Con tales antecedentes, resulta que el otro día estuvo en el acto de la Real, acompañada por algunos amigos y conocidos más (dos docenas de personas es la audiencia de éxito en una charleta cultural de hoy) y debió de sentirse como en casa, en una reunión de su grupo de amigas, o como en una de aquellas reuniones de la vieja ATI en las que la gente decía lo que pensaba, y no pasaba nada. Pero las cosas han cambiado. Las charlas de la Real se emiten en streaming, a la búsqueda de una audiencia planetaria. No creo que diera para tanto, pero seguro que alguien escuchó la charla y pensó en el impacto viral de toda una vicrepresidenta del Parlamento diciendo que los profesores de Canarias «no tienen puta idea de cultura canaria».

Si usted o yo decimos una pavada, porque nos sentimos entre amigos, no debería pasar nada. Pero si es Oramas quien suelta la boutade y encima mete la palabra que empieza por P en la frase (no en una canción para Eurovisión, que eso le parece empoderador a Pedro Sánchez), entonces desatamos el escándalo, nos rasgamos las vestiduras y clamamos por el regreso del Santo Oficio.

¿Tiene razón Ana Oramas cuando dice que los profes «no tienen puta idea de cultura canaria»? No, no la tiene. Puede que haya profes que nunca hayan leído a García Cabrera, Maccanti o Arozarena, pero es probable que sepan perfectamente quiénes son. En realidad, la boutade de Oramas es su respuesta para explicar que la falta de contenidos canarios en los currículos educativos no es una responsabilidad sólo de la consejería de Educación –o del PP, que ahora la gestiona– sino del desinterés del sistema educativo –administración, docentes y familias– por incorporar más contenidos canarios a lo que nuestros hijos deben aprender. Ocurre que la mayor parte de las innovaciones educativas marcha hoy por una vía que tiene poco que ver con contenidos, y mucho más cerca de lo social, lo conductual, lo afectivo. A lo peor estamos haciendo un pan como unas tortas con eso. Pero ése, como el de la identidad –la hija de mil leches que ha dado forma en las islas a un pueblo mestizo y descreído–, son asuntos que no me caben hoy en mis tres dolientes folios.

De lo que yo quería hablarles realmente es de la pronta respuesta de Oramas, admitiendo sin decoración ni paja alguna, que se ha equivocado y pidiendo perdón a los que dijo que no tienen ni idea y a los que lo escucharon, tildando sus propias palabras de imperdonables, inadmisibles, injustificables, y algunos in más. Su inusual y emotiva contrición ha sido bien recibida por casi todo el mundo, excepto los enemigos declarados. Yo podría aplaudir este simpar ejercicio de reflejos, sus sumisas disculpas, o el estilo casi candoroso con el que se ha refugiado dócilmente –ella, la leona Oramas– bajo la sombra tutelar de sus viejos maestros de escuela y sus sabias enseñanzas. Pero no me creo una higa (con perdón) que su arrepentimiento sea sincero. A pesar de la impecable presentación de sus excesivas disculpas, sospecho que lo único que lamenta Oramas es no haberse dado cuenta de que la estaban grabando (hoy se graba todo) cuando soltó su exabrupto.

Un exabrupto, por cierto, mucho más espontáneo e interesante que sus floridos perdones. Quizá nos sirva para la puesta en común de qué diablos hablamos cuando hablamos de identidad canaria. O para iniciar un debate sobre el peso que tiene la influencia de las ideologías identitarias (precisamente) en el creciente retroceso escolar del conocimiento. O de cómo el miedo a la cancelación nos está habituando a ver como algo normal la confesión social de nuestros errores. Y ahí lo dejo: un colega me dijo hoy que la identidad canaria es sentir a Quevedo. Salí a por el Buscón, a ver si descubro por qué. Aunque me da que la cosa no va por ahí.

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