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El contexto

El contexto
La semana pasada se publicaron los datos de una encuesta del CIS sobre la percepción de igualdad en la que el 44.1% de los hombres encuestados creía que las políticas de igualdad han llegado demasiado lejos, tanto que ahora son ellos los que se sienten discriminados. Me hizo gracia. De vez en cuando me acuerdo de Can’t and Won’t, un libro de relatos de Lydia Davis, en concreto de uno de esos relatos en el que la autora escribe: «También hay hombres en el mundo. A veces lo olvidamos y pensamos que solo hay mujeres: colinas y llanuras interminables de mujeres que no ofrecen resistencia. Hacemos pequeñas bromas y nos consolamos las unas a las otras y nuestras vidas pasan rápidamente. Sin embargo, es cierto, de vez en cuando de manera inesperada surge un hombre entre nosotras, como un pino. Nos mira salvajemente y nos espanta, mandándonos a escondernos –temblorosas y cojeando– en cuevas y barrancos, hasta que desaparece». Este viernes El País publicó un artículo en el que tres trabajadoras de la industria del cine acusaban al director Carlos Vermut de violencia sexual. Sus testimonios son duros y las edades que tenían cuando supuestamente se produjeron los hechos (dos de ellas tenían 21 y 26 años) encendieron en mí un tipo de rabia que creía hace tiempo aplacada. Las tres concuerdan en que sintieron mucho miedo y no dijeron nada ni se resistieron por temor a la reacción del director. Mientras leía esto me vino una vez más a la cabeza ese párrafo que cito. En el imaginario colectivo de las mujeres no hay figura más terrorífica y amenazadora que la de un hombre, tanto esos a los que conocemos como los extraños. Los abusadores se esconden en la noche, en el día, en las escaleras de casa, en los ascensores, en los cuartos de los buzones, en los portales de los edificios, en los parques, en las carreteras, en el transporte público, en los grupos de amigos, los profesores, los jefes, los compañeros de clase o de trabajo, hasta en la propia familia. También en personas a las que admiramos. Por algún motivo todavía hoy no se enseña a no abusar, sino a no bajar nunca la guardia y a tener siempre mucho cuidado. Tapa tu copa, mándame tu ubicación, no hables con extraños.
En el texto del artículo se explica que seis personas del entorno de Vermut y diecisiete personas del cine respaldan los testimonios de esas tres mujeres. También que tres miembros del festival de San Sebastián y una vocal de la junta directiva de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales CIMA. No puedo evitar preguntarme cómo de espeluznante tiene que ser la realidad para que esto se haya hecho público y para que tantísimas personas digan que sí, que bueno, que sabían lo que había sucedido -o lo que estaba sucediendo- y aun así guardaron silencio porque temieron las represalias y el señalamiento. Son más de veinte, dan ganas de vomitarse encima mientras se emprende la huida. Hace nada vi en Twitter a muchos periodistas tirarse a degüello a por una mujer que se atrevió a señalar lo misógina que era la última película de Vermut, Mantícora. Yo no lo entendí, pensé «¿por qué les molesta tanto, a qué viene tanta agresividad?» pero quizá la película no era lo que defendían, quizá la película ni siquiera importaba en ese contexto. Era otra cosa lo que les rugió en el pecho y les hizo creer que se los estaba señalando a ellos, no a un producto audiovisual y a su autor. Llevan desde el viernes callados, no sé qué habrá pasado.
Si los testimonios de las tres afectadas o esa admisión de tantísimas personas de haberse encogido de hombros ante lo que sucedía no son hechos lo suficientemente escalofriantes por sí solos, no se preocupen, Vermut también participa en la pieza. Al ser preguntado por su versión de los hechos, el director se explica: «Imagínate que he subido con una persona a mi casa y estamos en la cama o en el sofá hablando. Doy por hecho que tiene una intención sexual. A lo mejor me acerco a ella, le puedo tocar los pechos, y si esa persona me dice que me aparte no hago nada más. Es que depende del contexto». Algunos damos por hecho que el agua moja, otros que el consentimiento no existe una vez pisas el suelo de su casa o te sientas en su sofá. Cierto es que nunca nadie nos enseñó a temer al contexto.
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