Opinión | Retiro lo escrito

Vergüenza ajena

El monumento a Franco, que se localiza en la avenida de Anaga, uno de los vestigios afectados por el catálogo de la Consejería de Cultura.

El monumento a Franco, que se localiza en la avenida de Anaga, uno de los vestigios afectados por el catálogo de la Consejería de Cultura. / MARÍA PISACA

Conviene no agotar a algunos asuntos para evitar que tales asuntos no lo agoten totalmente a uno. Es lo que ocurre con el repugnante monumento que glorifica (angeliza) a Francisco Franco al final de las Ramblas de Santa Cruz de Tenerife desde los años sesenta. Más de veinte años escribiendo sobre (contra) ese adefesio facistoide y la sensación sigue siendo de un estúpido y banal fracaso. Un nuevo capítulo en esta inacabable majadería ha llegado con una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Canarias que ha suspendido cautelarmente el catálogo de vestigios franquistas. La Consejería de Educación, Cultura y Deportes, vaya usted a saber por qué, no había publicado el catálogo –que obviamente incluye la mamarrachada de Juan de Ávalos– en el Boletín Oficial de Canarias, limitándose a colgarlo en su página web. De inmediato salió el alcalde José Bermúdez insistiendo en que el gobierno municipal ya había expresado que en su opinión «las cosas no se estaban haciendo bien». Que las cosas no se han estado haciendo bien es harto evidente. Cerca de cuarenta y siete años después de la muerte del dictador todavía permanece incólume un monumento que exalta al matarife en una ciudad donde los partidarios y los esbirros del general sublevado asesinaron a cientos de personas, detenidas en Tenerife o procedentes de otras islas durante la guerra civil.

Bermúdez siempre ha actuado como si aquí no se hubiera desarrollado un golpe de Estado, una guerra civil y una represión feroz, incansable y sin piedad. Como si Santa Cruz de Tenerife no tuviera ningún contacto con la Historia y viviera como una Shangri-La de comparsas y rondallas. Como si la única referencia histórica de los chicharreros fueran los sucesivos trajes de las reinas del Carnaval. Como si la élite económica de Santa Cruz y de la isla entera no hubiera estimulado y celebrado el golpe militar. Este mismo periódico, en el que me están leyendo, se llamó La Prensa hasta el verano de 1936, y le fue incautado a su propietario, don Leoncio Rodríguez, republicano y liberal, al que además se impuso una multa de miles de pesetas de la época que acabó con su fortuna y, al cabo, con su salud. Este canalla que traicionó su uniforme y su juramento en esta ciudad y desde aquí se dirigió a encabezar una matanza, y que aplastó lo mejor de Santa Cruz, pisoteándola miserablemente, sigue siendo homenajeado en la calle, pero para Bermúdez, supone uno, Franco es un propio que pasaba por aquí, y algunos le tienen ojeriza y otros guardan buen recuerdo, ya se sabe cómo es la gente, eh, vete tú a entender a la gente y sus filias y sus fobias, pero el catálogo muy mal, muy mal, menos mal que el Tribunal Superior de Justicia ha puesto las cosas en su sitio.

Más temprano que tarde a Juan Márquez, el viceconsejero de Cultura, le tocaría tener razón en algo, y ocurrió ayer, cuando señaló acertadamente que el TSJC no ha cuestionado una coma del catálogo: solo ha recordado que su plena naturaleza normativa depende de que sea publicado en el Boletín Oficial de Canarias. Y eso ocurrirá antes del próximo fin de semana con absoluta seguridad. ¿Y entonces? ¿Llegará por rutas imperiales, caminando hacia Dios, otra asociación hasta ahora desconocida que tú bordaste en rojo ayer, para seguir retrasando la aplicación de la ley de la Memoria Histórica en esta capital? ¿Y la aplaudirán de nuevo quedamente (tal vez quedonamente) el alcalde y su primer teniente de alcalde, el primer teniente de alcalde y su alcalde? ¿Por qué diablos tenemos que sufrir esta nauseabunda vergüenza ajena? ¿Creen realmente que esto no mueve un voto y que no tendrá ninguna consecuencia legal para ellos y sus partidos? Quizás tengan razón. Pero quizás se equivoquen. Las ciudades tardan muchos años, a veces décadas, incluso siglos, en tomarse la revancha. Pero nunca olvidan. Ni siquiera una ciudad tan radicalmente desmemoriada como Santa Cruz de Tenerife.

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